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miércoles, 19 de marzo de 2014

ES VERDAD QUE ESTAMOS EN GUERRA

Estaba tomando un vaso de vino. El señor que estaba a mi lado me dijo que la televisión estaba muy alta. Yo le dije que no me importaba. El señor le dijo a la camarera que la televisión estaba muy alta. La camarera bajó el sonido de la televisión. Yo seguí bebiendo mi vaso de vino. Afuera había una pandilla de chavales pegándose. No sé por qué se pegaban, pero se daban muy fuerte. Tampoco me importaba. Tan sólo me importaba beber mi vino. Una señora que estaba sentada leyendo el periódico y tomando un café comenzó a gritar algo así como “Viva la puñeta”. Presté más
atención y efectivamente estaba gritando: “Viva la puñeta”. Yo seguía bebiendo mi vaso de vino y de vez en cuando comía unos cacahuetes. En la televisión había dos payasos riéndose de alguien. No distinguía bien de qué se reían. Los chavales afuera seguían pegándose de lo lindo. La gente los miraba. Había quien estaba apostando por quien quedaría en pie. El dueño del bar apareció detrás del mostrador muy enfadado y pegó un puñetazo sobre el mismo que hizo saltar mi vaso de vino. Yo me quedé mirándole con cara memo. No entendía por qué ese señor estaba tan enfadado. Tampoco parecía que lo iba a decir. Suerte que en la mesa del fondo alguien se puso a tocar la guitarra.
Fue en ese momento cuando nos anunciaron la llegada de un comando militar. El comando tomó el bar y nos amenazaron con fusiles ametralladores de último modelo. Querían saber dónde estaba el espía. Yo seguía tomando mi vaso de vino y crují un cacahuete. El teniente de aquel comando se acercó a mí y se me quedó mirando. Yo también me quedé mirándole. ¡Jodalpito! Era Mandrinágoras de Pergaminos mi vecino de puerta cuando vivía en el barrio de Justamares. Hola, me dijo Hola dos veces y se abrazó a mí. No comprendía lo que estaba pasando. Yo le dije que qué tal estaba y que hacía mucho tiempo que no le veía pero que me alegraba de verle, aunque nunca había sabido que era militar de graduación. Luego se puso serio y me preguntó: “¿No serás tú el espía, verdad?” Yo le dije que of course no y que no sospechaba que hubiera un espía en el bar. Ese era un bar de barrio y la gente era más bien currante. Gente sencilla de barrio que venía al bar a tomar una cerveza y ver un partido de fútbol. Le invité a tomar un vino, pero me dijo que no, que estaba de servicio para la Patria. Y dicho esto el comando se fue con su teniente y sus fusiles ametralladores. Afuera seguían los chavales dándose puñetazos y varios vecinos seguían apostando a ver quién habría de ganar.
Por fin acabé mi vaso de vino y salí del bar. Pero antes de abrir la puerta el dueño del bar me cogió y me espetó su cara sudada contra la mía. El aliento que despedía era atroz. Me dijo que ya sabía quién era yo y que si seguía teniendo las ideas equivocadas, él se encargaría de ponérmelas en su justo sitio. Yo le dije que tenía prisa y que gracias por el excelente vaso de vino que me habían servido en su bar y que ya había pagado con antelación. Entonces me dijo que perdonara que él llevaba tiempo confundiendo a las personas y que quizás me había tomado por otro al que odiaba con mucha gana. Yo le respondí que era nuevo en el barrio pero que ya había tomado más vasos de vino en su bar y que tenía que conocerme. Ah, sí, dijo él golpeándose la cabeza tres veces. Es usted. ¿Le dije alguna vez que mi mujer trabaja para los servicios secretos de nuestro país enemigo? Pues no, le dije yo. Pues ahora ya lo sabe. Me dijo él. Bueno, pues ya lo sé, muchas gracias por informarme, dije yo.
Salí del bar y me fui para casa. Los chavales seguían dándose de lo lindo. Una señora estaba meando cerca de un portal. A lo lejos se oían tiros, disparos, ráfagas. Me di cuenta que estábamos en guerra contra algún país y que nos invadían por todas partes. Pero la verdad, estaba muy cansado y me fui a casa a leer y a dormir. Mañana sería otro día.

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