Todos los días en la misma rutina. La máquina fabrica muchos tubos de betún por minuto. Yo tengo que estar ahí atendiendo esa máquina sin pestañear. Llevo años haciendo lo mismo. ¿Cómo he llegado a este trabajo? Estudiaba mal. Había abandonado el instituto y un amigo me dijo que sabía de una fábrica donde necesitaban gente y pagaban bien. Efectivamente pagaban bien. Ahora ya no tanto. Pronto me pusieron en la máquina y aquí sigo. La máquina y yo somos una misma persona. Yo ya sé todos sus movimientos y ella parece conocer los míos. Es todo automático. Nada que pensar, ni nada que improvisar. Después de tantos años es todo automático. Me paso las horas dedicado a mis propios pensamientos, pensando mis cosas. Este trabajo tiene de bueno que puedo pensar lo que me dé la gana durante las ocho horas de la jornada laboral. Mi mente queda libre. En punto muerto. Luego pienso en mis cosas, en mis mundos, en mis ensoñaciones. Soy libre. Este trabajo me hace libre. Mi mente es libre. Puedo viajar con la imaginación a islas lejanas, ligar a las tías más buenas, comer en los mejores restaurantes. Puedo también ser el mejor aventurero con mi barco pirata recorriendo los mares del mundo y los sitios más extraños. Puedo llegar a ser un dios griego y moldear las voluntades de los humanos a mi capricho. Seducir criaturas humanas para enfrentarlas a mis compañeros divinos.
Todo un mundo mágico de mitología en vivo gracias a mi máquina, a mi trabajo automatizado; a mi simbiosis con la tecnología. Mi trabajo cubre mis gastos y hasta podría casarme y tener una gran familia. Pero por ahora disfruto mi soledad. Mi imaginación; mis libros, mis paseos, mis pocas amistades. Puedo decir que soy un hombre muy feliz. A veces hablo con algún amigo y no entiendo cómo puede vivir con tantos problemas y preocupaciones. A veces oigo conversaciones por la calle, en la tienda, o a mis familiares y no entiendo cómo pueden vivir con tantos problemas, tantos conflictos y dilemas; tanta zozobra e inquietud. La mayoría tienen trabajos que les atormentan, les sumen en depresiones; les hacen convivir con gente que no soportan. Entonces me doy cuenta de la suerte que tengo, de mi libertad, de mi máquina de fabricar tubos de betún. Cuando leo los periódicos y oigo la radio o veo la televisión y veo que todo el mundo vive problemas, crímenes, atentados, crisis económicas, inseguridades y desconfianzas sin fin; me doy cuenta la suerte que tengo con mi trabajo, con mi máquina, con mi mente libre las 24 horas del día aun en mis sueños.
Muchas veces me han propuesto ascender, promocionarme; sacarme de la máquina, pero yo me he negado, he rogado a mi jefe que me deje con mi máquina. Bien es verdad que han cambiado varias veces las máquinas y han instalado versiones nuevas, más modernas, más rápidas, más automatizadas; pero por suerte alguien tiene que estar al cuidado de la máquina. Sigue siendo mi máquina con otro vestido, con otros maquillajes, con mejores mandos, con mejor pantalla y mejor programa; pero yo sigo siendo el mismo y mi máquina sigue siendo la misma y los tubos siguen saliendo a más velocidad y mejor. Se ha transformado la fábrica, han desaparecido varios de mis compañeros: unos han muerto y otros se han jubilado, otros están en el paro; y ahora somos menos personas en un mundo de máquinas informatizadas, automatizadas; pero mi máquina sigue permitiéndome seguir siendo libre, seguir viajando con mi imaginación, vivir mis mundos. A veces oigo voces disonantes que me llaman para algo, a veces creo ver a alguien que me lleva a algún sitio; a veces otra persona trata de interrumpir mis ensoñaciones y aventuras; pero yo sigo en mi trabajo, con mi máquina produciendo miles y miles y millones de tubos de betún.