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lunes, 30 de diciembre de 2013

NAVIDAD INOLVIDABLE


Fue Navidad y despertamos todos felices y contentos. En el salón estaban los paquetes de regalos alrededor
del árbol, envueltos en papeles de colores y lazos y nuestros nombres allí puestos con etiquetas estrelladas. Abrimos emocionados todos los paquetes y cajas y cada regalo era como un milagro que nos sacaba multitud de emociones. Fuimos luego a la cocina y estaba llena de turrón y mazapanes que habían traído los tíos Palatalio y Malvedrina. Nuestros tíos se iban a quedar con nosotros unos días y con ellos nuestros primos Hukloterio y Frenkolina. Mis tíos y mis primos vivían en Ghsurtimop que es el pueblo situado en camino del Monte Castropert. Nos asomamos a la ventana y estaba todo nevado. El cielo estaba cubierto con nubes y todo era misterioso y mágico. Además mi madre nos había hecho un chocolate riquísimo. Mis primos ya estaban vestidos y querían que saliéramos a jugar con ellos al prado y por el bosquecillo cercano. Mis padres fueron al salón con los tíos. Se llevaban muy bien y hablaban con entusiasmo.

Salimos al prado todo el cubierto con nieve y nos empezamos a tirar bolas unos a otros. Mi hermano pronto se inventó una aventura donde habríamos de participar todos. Se suponía que estábamos en un paraje inhóspito de hielo en algún sitio de Canadá y entonces nos teníamos que proteger de los lobos y los osos. Pero no muy lejos de allí había un bosquecillo donde vivía una tribu de nativos que eran cazadores. Pronto nos habíamos ya metido en el bosquecillo y allí nos inventamos un pueblo indio que se disponían a celebrar la Navidad a su manera. Jugábamos al escondite y corríamos en todas las direcciones hasta que cansamos. Hicimos un corro con los imaginarios indios y cantamos villancicos hasta que por fin decidimos volver a casa.

Volvimos a casa y todo estaba en su punto.
Todo estaba en su punto y en su justo equilibrio.
El paisaje era perfecto. La luz iluminaba con inocencia.
Todo parecía vivir en un mundo de ensoñación.
Padres y abuelos; tíos y primos parecían vivir en su justa edad.

Comimos la comida de Navidad con más alegría
Y por la tarde fuimos a la iglesia a cantar himnos de Navidad
Y a oír las historias de Navidad que recitaba el grupo de jóvenes.
Luego fuimos a tomar una sopa caliente a la cafetería de Boserio y allí estaba medio pueblo cantando más villancicos.

Han pasado muchos años, demasiados. No quiero recitaros todo lo que me ha tocado vivir; tampoco las decepciones o alegrías que he tenido que pasar. Pero una cosa es segura: aquellas Navidades fueron inolvidables porque sentaron para siempre una memoria de alegría y esperanza en lo más profundo de la creación. Supe en aquel momento lejano que la muerte no podría erradicar jamás esa dimensión de pura nostalgia evocadora de realidades casi olvidadas, pero nunca perdidas.

lunes, 16 de diciembre de 2013

ENTRANDO EN DALLAS. AÑO 1976 DE LA ERA CRISTIANA

La aproximación a Dallas por la 35E en aquel 30 de diciembre de 1975 ya llegada la noche, fue
progresando hacia una visión panorámica del cogollo de rascacielos con muchas ventanas iluminadas por luces de neón y sus siluetas marcadas sobre el trasfondo de un cielo estrellado. Era la sensación de haber descubierto el cerebro del poder, o quizás a sensación de insignificancia ante la fuerza del poder. La autopista nos iba deslizando en dirección al centro dominado por el skyline o frente de rascacielos. Pronto nos fuimos incorporando a otra autopista con más carriles y mucho más tráfico y a un lado y otro se podía ver un paisaje urbano iluminado de colorido comercial y fuerte publicidad plasmada en las enormes pantallas de los billboards o carteles publicitarios de grandes dimensiones dedicados a exaltar el optimismo de los deseos materiales con posibilidad real de satisfacción. Vistosas estaciones de servicio aparecían sobreiluminadas y adornadas con banderines de colores. Y más cerca o más lejos sobresalían los centros comerciales en forma de grandes cajas de zapatos opacas rodeadas de inmensas extensiones de parking y en cuyo interior se intuía la organizada actividad de un ocio amablemente gestionado, de deseos y caprichos temporalmente satisfechos; de miles de productos mostrándose de forma seductora, quizás erótica y hasta posiblemente obscena, pero también toda esa inmensa variedad de ropa, de aparatos electrónicos, de libros, de zapatos, de artículos deportivos; de intenso baño de luz de neón, de suave y sensual música de fondo; de restaurantes abiertos de par en par invitando a participar de un ambiente cómodo y a la temperatura más equilibrada, con un servició educado y rápido y bajo precios muy razonables. Mundo maravilloso el mundo del consumo. El apacible mundo de las fantasías infantiles ya casi satisfechas de haber alcanzado el prometido palacio de Santa Claus. Escaleras mecánicas subiendo y bajando y todo un sin fin de opciones que escoger en tiempo fuera del tiempo prosaico; más bien un tiempo intemporal rayano en una posibilidad de unidad sagrada o mística.

Robbie conducía en silencio. Los dos absortos en medio de una realidad flotante de luminosidad astral o de
irrealidad provisional que pronto nos colocaba en frente, en el mismo frente del skyline con toda su vertiginosa verticalidad desafiando a las mismas estrellas desde el planeta Tierra. ¡Qué extraño era todo aquello! Qué desconocidas sensaciones interiores nos iba despertando la ciudad de Dallas ya inmersa en la noche del penúltimo día de diciembre. Hasta las mismas iglesias cristianas se anunciaban a través de los billboards ofreciéndonos también el mundo espiritual después de haber disfrutado de la fantasía del mundo material. Sí, quizás las sensaciones eran eso: una mezcla de remotas reminiscencias infantiles libres de expresarse en un espacio nuevo, sin explorar, una invitación a nuevas posibilidades de vida. Lejos, muy lejos quedaba el país de origen.

Ved también: LA BRUJA DE DALLAS
http://nesalem-wwwrelatos.blogspot.com.es/2010/10/la-bruja-de-dallas.html