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domingo, 20 de abril de 2014

EL HOMÍNIDO CHARBOT Y LAS SEÑORAS

Ya viene el homínido Charbot con su termo de café agarrado por el asa con la mano izquierda, pues en la derecha lleva el maletín de trabajo. Va trajeado. Es alto, delgado y cara morena también delgada. Su tonalidad general podemos decir que es agradable. Un hombre agradable; un homínido bien evolucionado. Su cuerpo animal va perfectamente cubierto de acuerdo a las normas de la civilización occidental. Es un buen traje el que lo cubre y el traje es azul. Siempre usa trajes de color azul oscuro. Raudo y disciplinado, impecablemente puntual se mete en la oficina de personal, pues es el Jefe de Personal de la empresa. ¿La empresa? Sí. Es una empresa de ventas al por menor en un centro comercial de Texas. De una ciudad de Texas. De una agradable ciudad de Texas que no corresponde a ninguna ciudad concreta. Me he impuesto a mí mismo inventarme una ciudad en Texas. Vamos a llamar la empresa Twinkle, Twinkle. Sí, así como suena: TWINKLE, TWINKLE.

Y el homínido Charbot ya está sentado en tras la mesa de despacho con sus papeles y llamadas de teléfono y entrevistas pendientes y primeros sorbos de café del termo que echa a una mug, o taza decorada con los colores del equipo local de fútbol y el nombre con su animal totémico. Mr. Charbot es un hombre muy activo, muy dinámico; aparentemente agradable, pero es una amabilidad que encubre una esencia de rigidez y seriedad que se descubre al poco tiempo de tratar con él. Es un hombre de trabajo duro y disciplinado, pero siempre sonriente; siempre amable con sus dos empleadas que habitan un par de mesas en la zona abierta al público y a la que se entra a través de unas puertas batientes. Las dos empleadas son dos mujeres de mediana edad. Una es morena y bien proporcionada de cuerpo; digamos que algo rellenita, pero de carnes tersas y bien distribuidas por un cuerpo que sigue siendo goloso para los hombres que la contemplan. Una madurez bien llevada; una madurez sexy de mujer de gestos bondadosos y personalidad ya centrada. Al menos eso es lo que uno se puede figurar. Digamos que nos gusta esa mujer por todo lo que ella es. Cuando te atiende se puede ver que es una buena mujer en todos los sentidos. Hay este tipo de personas, o de homínidos, que son buenos, equilibrados; que dan buenas vibraciones desde el principio. 
Pero no se puede decir lo mismo de la otra mujer. Es rubia, delgada; de piernas ya gastadas y algo desordenadas al andar. Se trasluce tras sus pantalones oscuros unas piernas cansadas de la vida. Unas piernas que ya han dado de sí todo lo que han podido y que ahora se resignan a entrar en mayoría de edad. Caminan tales piernas como si les diera igual todo. Si pudieran hablar dirían: “Nos da igual todo, folks”. Así que son piernas que ya hace mucho han dejado de pretender llamar la atención de ningún macho. Son piernas simplemente utilitarias; de transporte que llevan de un
sitio a otro y mientras funcionen bien pues démonos por contentos. Pero esta señora rubia tiene un algo que parece estar siempre a la defensiva. No es que sea huraña al público o a sus compañeros de coffee break o a sus hijos. No. No lo es. Pero hay un trasfondo de miedo e inseguridad que lo trasmite a cualquiera que la trate más allá de los minutos preliminares de protocolo burocrático. Hay un miedo que se trasmite a través de gestos que piden comprensión a toda costa, pero que no logra darse a entender de forma clara. No, no es que sea mala profesional. Yo diría que es buena profesional. Impecable. Pero es ese gesto facial, ese movimiento de nerviosismo involuntario; esa forma de hablar que sabes que hay un algo en el trasfondo de la señora que pide ser calmado, comprendido; que necesita abertura, aire fresco; help; un help ya resignado. Dejémoslo ahí por ahora.

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