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lunes, 17 de junio de 2013

ASÍ ES LA VIDA

Así respondía el Cohelet con algún viso de no disimulada amargura:

Unos eran mezquinos y envidiosos; su placer era humillarle
Otros sólo querían verle convertido a sus cerradas ideas y razonamientos
Otros eran generosos y más amplios de miras; su interés era reconocerle como era
Otros eran personas ocasionales: la vida en sus diversas modalidades

A través de los primeros la vida le resultaba odiosa
A través de los segundos encontraba que la vida le sofocaba en círculos cerrados sin horizontes
A través de los terceros recuperaba la confianza y la nobleza en el hombre
A través de los cuartos aprendía a navegar por el mundo con precaución y arte.

Y así aprendió a:
-Evitar a los primeros. El reflejo que obtenían de él siempre les resultaba  odioso.
-Escuchar a los segundos sin jamás entrar en su juego.
-Procurar rodearse de los terceros: son los que hacían de la vida una abierta aventura.
-Aunque jamás podrá librarse de los cuartos, ya que ese es su inexorable destino y rodaje."

Luego recostó su cuerpo avejentado sobre su mugriento camastro con los huesos doloridos y sus insoportables dolores de lumbago.

domingo, 16 de junio de 2013

1966: UN PAR DE DÍAS EN LIBERTAD


Un día fui a la Cuenca en bicicleta. Había salido por la tarde y la bici era una Orbea de un
solo piñón. Era una
tarde de sábado de verano y ya había trabajado la jornada en el taller de vulcanizados; así que le dije a mi madre que quería dar una vuelta en bici hasta Sama. Tenía 16 años y mi madre puso alguna oposición pues la visita a Sama implicaba hacer noche en casa de mi güela Josefa y luego salir al día siguiente por la tarde para volver. Pero la oposición no pudo con mi determinación y me fui a la Cuenca con la bici; pero hube de cumplir una condición. Mi madre oponía la idea de que los camiones me iban a ensuciar la ropa con sus tubos de escape y los humos grasientos que dejaban a su paso. Entonces para ceder algo en aquella suave negociación me comprometí a poner un mono de los que usaba para trabajar en el taller de vulcanizados y así fui a la Cuenca: vestido con un mono y pedaleando la pesada bici.

Pero la sensación de libertad que yo vivía en esos momentos era impagable. Disponía de dos días para hacer vida placentera a mi manera. La tarde era soleada y el clima más bien templado que caluroso. Subía el Alto de la Madera con la alegría de un animal suelto; y, luego al bajar volaba como un águila real. Pasé Noreña y El Berrón con la sensación de estar cambiando hacia el mundo que mejor respondía a mi libre imaginación. Libertad absoluta para soñar y dejar que las sensaciones de la naturaleza y del cielo y del aire y de las casas lejanas se tradujeran en clave de misteriosa o mágica alegría. Subí La Gargantada y luego ya con la vista de la Cuenca allá abajo con las chimeneas de La Felguera y el olor a azufre me dejé deslizar
cuesta abajo mirando las casas grises a un lado y otro de la carretera; los prados; los montes más lejanos con sus bosques cubriendo los pequeños valles intermontanos que siempre evocaban paisajes remotos de primigenia exploración aventurera. Y así feliz como un verderón llegué a La Felguera cruzando al momento su lóbrego paisaje industrial y ya más pausadamente crucé el Río Nalón por el Puente Nuevo de Sama cerca de la estación de Langreo. Seguí la carretera general ya sin adoquinado, y al llegar a la Plaza de la Salve me dirigí a La Llera donde vivía mi güela.

Llegué, saludé, mi gúela quedaba sorprendida de verme allí vestido con el mono y con aquellos ojos bonachones me dio la bienvenida. Me dijo que qué quería cenar y entonces yo dejé la bici en un rincón del portal de entrada a unas escaleras de madera que subían en forma de caracol a la buhardilla de mi güela, quité el mono y me fui a pasear por Sama a mi manera; disfrutando de mi libertad, de mi aventura personal. Y ya oscurecida la noche cené el consabido plato de patatas fritas con güevos y un choricín y me fui a la cama al cuarto vacío de los posaderos.

Al día siguiente amaneció un día de sol resplandeciente, de esos días en que Asturias muestra su paisaje verde frondoso desplegando con absoluta desmesura sus infinitas tonalidades de verde; sus diferentes valles y montañas en gradual ascenso hasta majestuosas cumbres y valles de ríos salvajes y cristalinos bajando en torrente hacia los valles más amplios de ríos ya más jóvenes pero sin perder el ímpetu de la fresca alegría todavía sin domeñar. Eso ya vendría después con los lavaderos de las minas, la filtración de mineral y grasas de las factorías; la descuidada basura y los desagües de retretes de todos los pueblos y ciudades. Ríos ya domados, obedientes, canalizados; castrados de vida salvo las ratas comunes. Y sabiendo que era la fiesta de El Entrego y que mis tíos Ángel y Sindo estaban allí pasando el día con mi tía Clementina, pues decidí coger la bici, y ya sin mono, me dirigí a El Entrego cruzando Ciañu y La Cobertoria después de pasar el Pozu
María Luisa. Una vez pasado Santana fui derecho a casa de mi tía y allí estaban también Ángel y Sindo con sus mujeres y todos contentos en un día alegre y soleado y entonces mis tíos decidieron ir a tomar un vermut a una cafetería de la carretera general y me invitaron como si ya fuera un hombre y tomamos los tres un vermut en una cafetería moderna mirando a la ladera de un monte y los efectos del vermut aumentaron mi alegría y sensación de que la vida podía ser de otra manera; de que detrás de la rutina y el trabajo seguía habiendo otra cosa; quizás un futuro de muchas sorpresas, con encuentros y situaciones todavía en formación; con un devenir impensable de nuevas personas, de nuevos escenarios; de rupturas con lo ya anclado como rutina e inercia establecida y así cambiar el rumbo de la vida.

Después de comer volví a Gijón de nuevo vestido con el mono.

jueves, 13 de junio de 2013

ALGO ESTABA PASANDO EN MI CIUDAD


Me tuve que levantar de nuevo a las tres de la mañana pues mi vecino daba gemidos como de animal
atrapado en un cepo. Era un vecino raro, extraño; apenas se dejaba ver y cuando parecía que ya podía ver su cara, pues era como si no tuviera cara y en su lugar había una jeta peluda baboseante y esto me daba un no sé qué porque no es normal ver una jeta así en una supuesta persona. Digo supuesta persona porque otra vez al meterse en el ascensor pude ver que sus zapatos eran muy grandes y que dentro casi le reventaban los pies, pero en realidad no eran pies, eran algo así como enormes bultos sin forma precisa que dejaban un olor a orina de sapo. Sin embargo ese vecino mío siempre llevaba libros enormes para leer que solía llevar bajo el brazo y parecían libros muy complicados, de temas muy difíciles; de filosofías extrañas jamás nombradas; de matemáticas con signos totalmente desconocidos y fórmulas que producían vértigo. Mi vecino leía y yo soy una persona que respeta mucho a las personas que leen.

Pero aquella noche era la segunda noche que mi vecino gemía como una bestia desconsolada; una bestia torturada por algún cepo o alguna trampa con clavos o pinchos pues sus gemidos eran de sufrimiento puro en su esencia y mi vecino era la persona, perdón, el ente más adecuado para expresar sufrimientos tan horribles. Yo no podía dormir y estuve tentado a subir y preguntarle si podía hacer algo por él. Pero al cabo de veinte minutos muy largos se fue apaciguando y pronto oí sus ronquidos estertores que de un modo paulatino acabaron en un simple respirar, pero de un respirar inquietante; un respirar enfermizo, quizás un respirar agónico. Al día siguiente mi vecino se levantó pronto. Creo que eran las seis de la mañana. Se metió en la bañera y comenzó a chapotear como si fuera una alimaña destripando conejos o gatos. Luego se puso a afeitar la jeta y el sonido era como un raspar sobre piel escamada, quizás piel de reptil. Me tuve que levantar porque no podía soportarlo y muerto de sueño me hice un café. Afuera llovía y hacía un frío desolador. No había nadie por la calle, pero la ciudad se iba quedando poco a poco sin habitantes aunque ya habían hablado de repoblarla con gente, con nuevos inmigrantes de otras tierras lejanas. Las fábricas se quedaban vacías por no tener obreros ni técnicos capaces de sostenerlas. Los enormes centros comerciales se quedaban medio vacíos y los inmensos espacios se tornaban lúgubres.

Me puse entonces a manejar mi frío ordenador y la pantalla parecía transformarse en un túnel absorbente
como una ventosa y una vez dentro del túnel veías todos tus datos y los datos de tus antepasados milenarios y tu banco genético y tu ADN en tres dimensiones; y tus pensamientos todos proyectados en forma de
imágenes delirantes. Entonces tres personajes vestidos de gris y con corbatas y sentados en una mesa ordinaria decían y repetían que tú eras culpable de todo tipo de subversión y que ya en tu código genético estaba escrita tu blasfema culpabilidad. Decidí entonces apagar mi ordenador y salir a dar un paseo matutino bajo el frío y la lluvia perenne. Al coger el ascensor allí estaba mi vecino. Miré bien su jeta, perdón su rostro, y sonrió con una boca muy grande, una boca enorme; una boca que no era humana; una boca de reptil o de sapo o de lagarto. ¡¡Todo menos una boca humana!! Luego vi que tenía ojos, pero estaban ocultados por unas gafas tremendamente gruesas que los empequeñecía hasta el infinito. Todo lo demás estaba cubierto por una gabardina llena de manchas grasientas y coágulos de sangre ya rancia. Me dijo entonces con voz trémula que se iba a trabajar; pues era profesor de la universidad de Gbtrwer y que su materia era filosofía cósmica.

Llegamos al portal y allí nos despedimos. Algo estaba pasando en mi ciudad. Algo extraño.