Me tuve que levantar de nuevo a las tres de la mañana pues
mi vecino daba gemidos como de animal
atrapado en un cepo. Era un vecino raro,
extraño; apenas se dejaba ver y cuando parecía que ya podía ver su cara, pues
era como si no tuviera cara y en su lugar había una jeta peluda baboseante y
esto me daba un no sé qué porque no es normal ver una jeta así en una supuesta
persona. Digo supuesta persona porque otra vez al meterse en el ascensor pude
ver que sus zapatos eran muy grandes y que dentro casi le reventaban los pies,
pero en realidad no eran pies, eran algo así como enormes bultos sin forma
precisa que dejaban un olor a orina de sapo. Sin embargo ese vecino mío siempre
llevaba libros enormes para leer que solía llevar bajo el brazo y parecían
libros muy complicados, de temas muy difíciles; de filosofías extrañas jamás
nombradas; de matemáticas con signos totalmente desconocidos y fórmulas que
producían vértigo. Mi vecino leía y yo soy una persona que respeta mucho a las
personas que leen.
Pero aquella noche era la segunda noche que mi vecino gemía
como una bestia desconsolada; una bestia torturada por algún cepo o alguna
trampa con clavos o pinchos pues sus gemidos eran de sufrimiento puro en su
esencia y mi vecino era la persona, perdón, el ente más adecuado para expresar
sufrimientos tan horribles. Yo no podía dormir y estuve tentado a subir y
preguntarle si podía hacer algo por él. Pero al cabo de veinte minutos muy
largos se fue apaciguando y pronto oí sus ronquidos estertores que de un modo
paulatino acabaron en un simple respirar, pero de un respirar inquietante; un
respirar enfermizo, quizás un respirar agónico. Al día siguiente mi vecino se
levantó pronto. Creo que eran las seis de la mañana. Se metió en la bañera y
comenzó a chapotear como si fuera una alimaña destripando conejos o gatos.
Luego se puso a afeitar la jeta y el sonido era como un raspar sobre piel
escamada, quizás piel de reptil. Me tuve que levantar porque no podía
soportarlo y muerto de sueño me hice un café. Afuera llovía y hacía un frío
desolador. No había nadie por la calle, pero la ciudad se iba quedando poco a
poco sin habitantes aunque ya habían hablado de repoblarla con gente, con
nuevos inmigrantes de otras tierras lejanas. Las fábricas se quedaban vacías
por no tener obreros ni técnicos capaces de sostenerlas. Los enormes centros
comerciales se quedaban medio vacíos y los inmensos espacios se tornaban
lúgubres.
Me puse entonces a manejar mi frío ordenador y la pantalla
parecía transformarse en un túnel absorbente
como una ventosa y una vez dentro del túnel veías todos tus datos y los datos de tus antepasados milenarios y tu banco genético y tu ADN en tres dimensiones; y tus pensamientos todos proyectados en forma de
imágenes delirantes. Entonces tres personajes vestidos
de gris y con corbatas y sentados en una mesa ordinaria decían y repetían que
tú eras culpable de todo tipo de subversión y que ya en tu código genético
estaba escrita tu blasfema culpabilidad. Decidí entonces apagar mi ordenador y
salir a dar un paseo matutino bajo el frío y la lluvia perenne. Al coger el
ascensor allí estaba mi vecino. Miré bien su jeta, perdón su rostro, y sonrió
con una boca muy grande, una boca enorme; una boca que no era humana; una boca
de reptil o de sapo o de lagarto. ¡¡Todo menos una boca humana!! Luego vi que
tenía ojos, pero estaban ocultados por unas gafas tremendamente gruesas que los
empequeñecía hasta el infinito. Todo lo demás estaba cubierto por una gabardina
llena de manchas grasientas y coágulos de sangre ya rancia. Me dijo entonces
con voz trémula que se iba a trabajar; pues era profesor de la universidad de
Gbtrwer y que su materia era filosofía cósmica.como una ventosa y una vez dentro del túnel veías todos tus datos y los datos de tus antepasados milenarios y tu banco genético y tu ADN en tres dimensiones; y tus pensamientos todos proyectados en forma de
Llegamos al portal y allí nos despedimos. Algo estaba
pasando en mi ciudad. Algo extraño.
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