Buscar este blog

sábado, 26 de noviembre de 2011

EN ALGÚN LUGAR DE LA GRECIA ANTÍGUA

NEKLÓN: Usted, Bukolus, siempre está pensando en cosas raras, debería de vivir la vida con realismo, con pragmatismo; con soltura, con valor; con deportividad y sano optimismo.

BUKOLUS: Sí, sí; amigo Neklón, esas cosas que usted me dice cuando trata uno de aplicarlas a la vida las encuentra horrorosas, vulgares, aburridas y grises. Así que si no fuese por la imaginación la vida sería para morirse de pena y aburrimiento. 

NEKLÓN: Ahí viene Simónides. Hola, Simónides.

SIMÓNIDES: Hola, hola. ¿Qué hacen ustedes tomándose ese vino tan viscoso? Seguro que están hablando de la vida.

BUKOLUS:¿Cómo lo ha adivinado usted? Pues sí, de la vida estábamos hablando. ¿Se toma un vinito pastoso?

SIMÓNIDES: Yo la verdad estoy un poco deprimido. Vengo del mercado de esclavos y no he podido comprar una bella muchacha nubia que me hubiera hecho las delicias del mundo. Eskarión que tiene más oro que yo se la llevó a un precio muy alto. Esta vida es una miseria y una decepción. ¡Agg! ¡Cómo ansiaba a esa muchacha!

NEKLÓN: Venga, hombre, Simónides. Usted ya está un poquito pasadito y no le convenía tener a una muchacha que sólo le iba a producir innecesarias ansiedades. Hay que ser realista. Eso le estaba diciendo aquí a nuestro amigo Bukolus que sigue soñando con mundos imaginarios. Este vino está buenísimo. ¡Eh! Chartónides, pónganos otra jarra.

BUKOLUS: Pues ayer estuve oyendo al filósofo Karpétides en el Ágora y hablaba de cómo vivimos en un mundo de apariencias y sombras sin posibilidad alguna de alcanzar esa Realidad que ansía Neklón. Vivimos en un mundo de ilusiones, de falsedades, de humo, de mentiras, de engaños, de traiciones. Así decía Karpétides y yo le creo hasta cierto punto.

SIMÓNIDES: Karpetides es un puto sofista, aunque puede que tenga razón. Mira tú que Eskarión se ha llevado a la muchacha que ansiaba. Diablos, este mundo es un engaño y una burla. Ahora tendré que esperar a otra remesa de esclavos. Esos fenicios suelen traer buenas hembras, pero las cobran bien. Tendré que ahorrar más.

NEKLÓN: Usted no tendrá problema. Esas viñas y esas minas de hierro le hacen a usted uno de los más envidiados ciudadanos de esta ciudad. Pero no muestre usted esa voluptuosidad con las esclavas; no gusta entre nuestros aristócratas. Cuando tenga su esclava refiérase a ella como su amada concubina; aquella que le hará a usted dichoso. Eso espero, ¡¡je, je, je!!! ¿Les hace otro vaso?

BUKOLUS: Sí, cómo no.

ACERCÁNDOSE AL PLANETA XRST-DFT

LIEUTENANT BROSTON: Capitán, ¿qué le pasa que está tan serio y concentrado? ¿Se encuentra bien?

CAPTAIN MOLRDOK: No sé a dónde vamos. He perdido el control de la aeronave. Pero vayamos a donde vayamos siempre volveremos a la misma cosa, al mismo sitio; en realidad jamás nos hemos movido de ningún sitio. Ya todo está en su sitio. Nada se ha movido jamás. A ti y a mí nos parece que nos hemos movido, que nos trasladamos de un sitio a otro; que cambiamos y nos hacemos viejos; pero todo ello visto de una dimensión superior es algo que absoluto e inmutable; es todo un presente transparente para una mente Absoluta.

LIEUTENANT BROSTON: ¿Está seguro que se encuentra bien? Fíjese que para nosotros esto es cambio, es contingencia, es movimiento, es tiempo y espacio, vida y muerte, sufrimiento y placer. Y eso es lo que importa. ¿Quiere descanasar un poco?

CAPTAIN MOLRDOK: No, no, Sr. Broston. Estoy bien, lo que pasa es que esa mente Absoluta nos contiene a todos y todo. Ya está todo quieto en una Eternidad Inamovible; en una Transparencia Total. Nuestra percepción de las cosas nos engaña, cada cosa que pensamos es ya un eterno absoluto. Cada cosa que sucede es un eterno absoluto. Disminuye el proceso de una manera infinitesimal y lo veras disolverse en una nada. Nada. Nada Absoluta. ¿Cómo puede alguien creer en Dios? Demasiado humano ese Dios. Demasiado nuestro. Demasiado sentimental. Demasiado justiciero.

LIEUTENANT BROSTON: Capitán, tómese las cápsulas de adaptación mental. Creo que algo le ha afectado. Dese cuenta, para que usted vuelva a la realidad, que si yo ahora rompo los mandos de esta nave empiezo a producir un cambio imprevisto y todo cambia de forma diferente a lo planeado. Nuestra mente es lo que es y vivimos la vida como únicamente la podemos percibir. Como cambio, como contingencia, como imprevisto, como proceso de vida y muerte. Verás, voy a romper estos putos mandos … (coge martillo).

CAPTAIN MOLRDOK: No, no. No lo hagas. Por favor no lo hagas. Aun si los rompieras sería también un acto eterno y absoluto que acaba en una nada. Pero prefiero que no lo hagas. Hoy es un mal día. He visto toda mi vida en perspectiva y me he dado cuenta de la futilidad de las cosas. La estupidez de todo lo que nos rodea. El sinsentido de las personas con sus locuras personales, sus obsesiones, sus miedos, sus arrogancias, sus soberbias; sus cobardías; su envalentonarse para luego perder lo ganado. La Nada está ahí en lo profundo de todas las cosas.

LIEUTENANT BROSTON: Mire. Rápido. ¡Mire a la pantalla! Parece que estamos cerca de un planeta gigante. Estamos viajando a la velocidad del pensamiento. ¿Qué hacemos? ¿Bajamos?

CAPTAIN MOLRDOK: Sí, es el Planeta Xrst-Dft del sistema solar Mutah. Cuando demos la vuelta al planeta el Sol Mutah nos alumbrará con una luminosidad aceptable. En Xrst-Dft viven los sacerdotes del Templo de Muthrawert. Es un mundo gobernado de un modo telepático y emocional. Han logrado una ingeniería y control de las emociones que les hace muy superior a nosotros. Sin embargo, sus hembras se vuelven locas por los machos terrícolas. Nos ven como animales de una sexualidad salvaje y sin control. Les gusta disfrutar de nuestra animalidad y obtienen un placer inmenso de nosotros. Y desde luego, hemos de guardar a nuestras mujeres, pues los machos Xrst-Dft las desean con locura. Ellas pueden descontrolar todo su dominio emocional y crear un peligro social de envergadura. Creo que es mejor contactar a los sacerdotes del Templo para que nos protejan y actúen de filtro.

LIEUTENANT BROSTON: Sí, será mejor.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LAS COSAS QUE SE NOS OCURREN EN UN HOTEL DE BILBAO

Bajábamos en el ascensor del hotel en Bilbao. Era un buen hotel con precios rebajados y además con buenas vistas a un sector de la Ría.

Pero el ascensor… el ascensor iluminó una parte macabra de mi cerebro.

Era un ascensor alargado y algo estrecho a lo ancho. Parecía un ascensor a la medida de una camilla o un ataúd.

—Ana—dije un tanto cansado. En realidad estaba bastante cansado pues encontrar el hotel y llegar fue toda una odisea de una hora y algo.
—Ana—volví a decir—, este ascensor está pensado para, en caso de emergencia, poder bajar y subir una camilla o un ataúd. Me da la impresión de que cada vez más gente muere sola en los hoteles. Hay mucha gente sola que viaja sola, enferma sola, y muere sola en cualquier habitación de hotel.  ¡Qué triste!
—¿Cómo se te ocurren tales cosas? —dijo ella.

Sí, es verdad. Cómo se me ocurren tales cosas.

BILBAO Y LAS GANAS DE MEAR

Dicen que las cosas no ocurren porque sí. Las casualidades no son tal. Vaya usted a saber. Incluso se podría pensar que somos hologramas programados desde no se sabe dónde por entes que nos dirigen y juegan con nosotros. Vaya usted a saber.

Tenía ganas de mear. Habíamos comido en un restaurante de la calle Iparragirre después de ver el Guggenheim y me entraron las urgentes ganas de mear. En ese momento íbamos paseando por la Unibertsitate Etorbidea, o sea; por la Ría enfrente del Guggenheim. Pero ¡he aquí milagro! Aparece una de esas cabinas-WC públicas que se mete moneda o monedas y se abre la puerta y ¡zaca!, te alivias a placer. Así que fui corriendo y metí las monedas que me pedía y nada. Me devolvía las monedas y nada y vuelta a devolverme las monedas y nada y vuelta otra vez y entonces lo mejor era seguir y a lo mejor habría otra más allá. Las ganas de mear a veces son psicológicas y al empezar a hablar con Ana y seguir paseando pues se me fueron olvidando, pero se me vino a la cabeza al instante aquel suceso de hacía no mucho tiempo en que una señora mayor en Gijón se quedó atrapada en una cabina-WC y tuvieron que llamar a la guardia municipal a sacarla y salió en el periódico y todo. “Sí, estos chismes pueden fallar y si te quedas dentro atrapado y tienes algo de claustrofobia, vaya putada”. Y seguimos caminando ya en la prolongación de la Unibertsitate Etorbidea, que es el Campo del Volantín Ibiltokia, o sea; siguiendo la Ría pero más cerca del Ayuntamiento.

Entonces, ¡oh dioses!, allí había otra cabina-WC y me entraron de nuevo las ganas de mear más urgentes de mi vida. Allá fui y quise meter monedas pero vi que alguien estaba gritando desde dentro.
—Ana, parece que hay alguien dentro tratando de abrir la puerta—le dije a Ana algo nervioso.
— ¡Abran!, miren a ver si me pueden ayudar a abrir. ¡¡No puedo abrir!!—decía una voz de señora mayor con ligero acento sudamericano que al mismo tiempo intentaba forcejear la puerta.
—Pues sí, parece que es una señora atrapada ¿Qué hacemos? —dijo Ana.
Yo entonces intenté empujar y forcejear y tira para adentro y para afuera y nada de nada y la señora angustiada allí dentro en la caja metálica y a saber si estaba a oscuras al borde del infarto. “La madre que me parió. ¿Que tenga que pasar esto ahora?”, dije yo para mí. En ese momento ya había gente que se aproximaba a la cabina al ver que pasaba algo.
—Mira, aguanta aquí con la señora. Habla con ella que yo voy a ver si veo pasar algún coche de la Erchancha o la Udalcharigoa y nos echan un cable. ¡Cago’n la puta!

Y me fui a la calzada a ver si veía algún coche patrulla y ya veía que había alguna persona más con Ana; pero no veía a ninguna autoridad y me estaba poniendo nervioso. Seguí mirando y caminando de un sitio a otro, pero nada. Entonces volví a la cabina-WC y vi que la puerta se había abierto y Ana consolaba a una señora mayor muy bajita con cara de mestiza americana que decía: “¡Hay muchas grasias, muchas grasias! No sé lo que pasó pero no me abría. Hay, hay, muchas grasias, muchas grasias”. Y se fue.
— ¿Cómo abrió? —le dije a Ana
—Pues empujé para mí fuerte y abrió. Puedes entrar.
—No, yo ahí no entro ni de coña. Tengo algo de claustrofobia y si me quedo atrancado me da un patatús.

Así que seguimos hasta llegar a un bar.

EL DIABLO Y EL METRO DE BILBAO

El domingo entramos y salimos del metro de Bilbao una cuantas veces. Luego, paseando por la Gran Vía, había uno disfrazado de Demonio encima de un pedestal de madera. Parecía un aténtico diablo y tenía un sombrero maligno en el suelo dónde le echaban monedas. Yo me acerqué  a él y le dije en inglés:

--Satan, you're my god and I worship you (Satán, eres mi dios y te adoro)-- Y eché unas monedas al maligno sombrero.

Entonces cuando me iba me di cuenta que el maligno Satán me hacía señas. Parecía auténtico aquel hijo de puta con aquella mirada insolente y ojos profundos del infierno.

Volví hacia él y me pidió la palma de la mano. Yo se la dí y con mi sorpresa me puso una perla de cristal con cosas dentro. Algo así como una canica de cristal pero en forma de perla. La guardé.
Volvimos al metro y fuimos hacia las afueras en dirección Plentzia.

Íbamos mirando entonces las ciudades satélites bilbainas tan densamente pobladas, con casas de otra época de trabajo duro y poco jornal en los altos hornos o las ferrerías. Otras épocas, otras vidas ya pasadas que pasaron sin pena ni glora y sin huella alguna. Era un viaje de ensoñación, de rememoración, de dar vida a pasadas vidas obreras con cesta de mimbre y lavado de ropa a mano en el lavadero y viviendo al día.
Luego volvimos en metro al Casco Viejo.

Pero el Diablo tenía otras obras que llevar a cabo en el metro al día siguiente.

http://www.elcomercio.es/rc/20111114/mas-actualidad/sociedad/muerto-seis-heridos-apunalados-201111141023.html

UNA CONVERSACIÓN EN UNA TABERNA DE BILBAO

Ayer estaba en Bilbao y tomando un vino en una taberna vieja de un barrio viejo y decadente oí esta conversación entre dos currantes.

A: Pues estábamos soldando subidos encima de la estructura y teníamos varios tablones algo sueltos. Yo seguía soldando y Paco y Antonio estaban cortando un par de aristas con el soplete. Pero, joder, se puso a llover. Y debajo de la estructura estaba uno nuevo que estaba más despistao que una cabra en un garaje. Yo me di cuenta que un tablón estaba fuera del borde y a punto de caerse. No lo habían sujetado bien y estaba suelto.

B: ¿Pero por qué no avisasteis a seguridad? Yo cuando veo que algo no va bien mando que venga el de seguridad y así no me complico la vida y me tomo un descanso mientras viene y toma nota.

A: ¡Qué seguridad y qué mis cojones! No puedes ponerte a avisar a nadie cuando está lloviendo y tienes que abandonar la estructura. Así que grité al tío de abajo que se quedara en el sitio, Que no saliere de dónde estaba. Que no abandonara la estructura. Pero me cago’n dios, el tío aquel salió precisamente cuando veo que el tablón se cae y ¡¡pammm!! le cayó el tablón encima y allí quedó todo jodido.

B: Hay la madre que lo parió. ¿Cómo se le ocurrió? Y ¿qué le pasó?

A: Pues allí quedó y luego vinieron el encargado y otros y nosotros bajamos y estaba jodido. ¡Joder! yo le había dicho que no saliera de la estructura. Es que le cayó el tablón de lleno, ¡¡¡plommm!!!

B: Cojones, pobre hombre. ¿Supisteis más de él?

A: Sí al cabo de unos días supimos que le habían dado la absoluta. Debió de quedar bien jodido. ¡Joder! mira tú que le dije que no saliera de la estructura.

B: Bueno, las cosas pasan. ¿Te tomas otra caña? (Al camarero) Oye, ponnos otras tres cañas. Qué putada, El lunes ¿qué turno te toca el lunes?

Y bla, bla, bla, bla….

domingo, 6 de noviembre de 2011

A VECES UN BUEN MANTRA SOLUCIONA LOS PROBLEMAS

Ya nadie me cree que he visto a Dios. Mi técnica para ver al Supremo se ha basado en la repetición. He estado repitiendo durante tres años casi sin parar e incluso entre los sueños el mantra de “Dios ven a mí”. Durante mi trabajo en la panadería y en casa con mi familia, o durante los paseos; o, esperando las colas de la Administración; siempre he estado repitiendo el mantra “Dios ven a mí”. A veces añadía el lamentable y desesperado “por favor, te lo ruego”, pero me parecía ya demasiado humillante. Incluso para dirigirse a Dios hay que tener un poco de dignidad, pensaba yo.

No es necesario mencionar que mis pocos amigos se reían de mí al oírme continuamente con el mantra: “Dios ven a mí”. De tal manera que acabaron llamándome Diovenamí. “Ahí viene Diovenamí,” decían. Mis hijos se entristecían mucho al verme durante las comidas pues no hablaba con ellos, solo les miraba sin parar de decir mi mantra. A veces les invitaba con gestos a que me siguieran en coro. Mi mujer Coralina ya me daba por imposible. Su paciencia conmigo era ilimitada, pero le preocupaba que de seguir por mucho tiempo más me volviera loco sin poder llevar la panadería y entonces la familia tendría serios problemas. Yo, sin embargo, era terco: quería que Dios pasara de ser una palabra o algo que me tenía que imaginar o inventar, para ser algo palpable, real como el suelo que piso.

Pero un día ocurrió el milagro.

Cuando estaba metiendo el pan en el horno este se apagó. Las luces de la panadería se apagaron también y quedé a oscuras. Entonces un par de manos gigantescas me cogieron y me levantaron hasta alcanzar un rostro lleno de luz cegadora. “Yo soy Dios, ¿me ves?”, pero no podía verle muy bien pues su luz me cegaba. Entonces me puso en el suelo y dijo: “Mira hacia esa esquina” Yo miré hacia la esquina y allí había un señor de unos cuarenta años vestido con un pantalón vaquero y jersey verde. “Yo soy, ¿me ves ahora?” Ya no había duda que aquella figura era Dios. Me acerqué y le di la mano. Él entonces me dijo: “Deja de hacer el zoquete repitiendo esa letanía que me estás poniendo de los nervios. ¿Acaso no tengo cosas más serias que hacer que escuchar ese mantra tan aburrido? ¿Quién tiene que mantener vivo el universo? ¿Quién tiene que hacer funcionar a las estrellas? Y si dejo de pensar en los hombres pues estos desaparecerían al momento. Así que vete a casa y ponte a hablar con tu mujer y tus hijos y vete a beber un vino con los amigos. Déjame en paz y haz como los demás: confórmate con ir a la iglesia a cantar himnos, leer el Santo Libro y a orar.”

Entonces se encendió la luz, el fuego del horno volvió a encenderse y yo, todo asustado, pero completamente satisfecho seguí haciendo el pan del día siguiente. Eso sí: ya casi no era capaz de parar mi mantra. No podía parar mi mantra y tardé tres meses en hacerlo gracias a Dios.

sábado, 5 de noviembre de 2011

TRABAJAR EN LAS FUNDICIONES DE SARKOX ERA UN INFIERNO

Llevaba muchos años tratando de sobrevivir en el taller de Josabawan trabajando de fundidor de hierro. Era el único trabajo que había podido encontrar en aquella horrible ciudad de Sarkox. Necesitaba mantener a mi mujer a mis tres hijos. Mi trabajo era brutal y el calor del hierro fundido y de los hornos me dejaba agotado. Mi jefe, Wultabander, era un hijo bastardo del sacerdote Dimâsh. Había sido despreciado por su padre y entregado a una ramera rica ya retirada del oficio que vivía en los bajos fondos de la ciudad. Esto lo sabía porque mi buen amigo Sindromak me lo contó una noche en la taberna de Sisha, tomando unas cervezas con tripas fritas de cachorro de zorro. Wultabander se había convertido en un auténtico rufián; un verdadero hijo de puta resentido que sin embargo sabía ganarse la confianza de mucha gente gracias al frío dominio de carácter y su gran capacidad para mentir. Era el perfecto lameculos de cualquier miserable empresario de las muchas minas y fundiciones de Sarkox. Puesto en cualquier lugar de mando sabía cómo estrujar a cualquier cuadrilla de desgraciados mal pagados y peor alimentados, sin piedad ni remordimiento alguno. En realidad a nadie llamaría la atención el daño y odio que rezumaba este cabrón, a no ser que le cayera como jefe; y, eso mismo fue lo que me pasó a mí.

Nada más empezar a trabajar bajo sus órdenes vi que se fijaba demasiado en mi cuando sacaba los lingotes al rojo vivo y los llevaba cogidos con unas tenazas hasta el rústico tren de laminación cuya fuerza motriz provenía de las mulas dando vueltas a una noria con una enorme cinta transportadora que hacía así mismo girar el tren. La máquina de vapor allí instalada en su día había dejado de funcionar y las mulas hacían ahora el trabajo motor. No sé qué era lo que le empezaba a molestar en mí. Quizás que era una persona tranquila que me llevaba bien con todo el mundo y además provenía de la tribu de los Nishal, conocidos por nuestro culto al Libro Sagrado. Quizás por eso y porque se daba cuenta que yo no le tenía miedo y sabía mirarle a la cara de frente cuando se dirigía a mí. También porque conocía bien mi trabajo y no necesitaba de sus impertinentes órdenes dadas con un tono de voz salvajemente ahuecada y pensada para atemorizar, para meter miedo; para hacerle correrse de gusto sintiéndose el más insidioso hijo de puta.

Un día cuando estaba agarrando un lingote al rojo vivo para transportarlo con el gancho, se acercó a mí para decirme con voz perversamente suave: “Agárrate bien a ese lingote porque te quiero dar por el culo en cualquier momento. Cuídate bien Nishal. Me caes como la mierda y te puedo joder bien jodido. Te crees muy importante con estos desgraciados pero aquí quien manda soy yo. Ten cuidado no tropezar con el lingote y quedarte pegado a él. Nadie te echaría de menos.” Mi respuesta fue el silencio y continué trabajando. Sabía que había llegado la hora del desafío y yo no podía dejar de trabajar el la fundición. No hubiera podido encontrar ningún trabajo en ese momento. Otro día el tren de laminación falló precisamente cuando yo intentaba estrechar el primer lingote en su primera pasada por los rodillos embadurnados de sebo para evitar la oxidación. El tren se atascó y de repente Wultabander vino derecho como una furia con los ojos enrojecidos, su olor a whisky perronero, y con cara de depredador: “¿Qué has hecho? ¿No te das cuenta de que has hecho, hijo de puta? Has metido mal tu polla en esta máquina de precisión y la has jodido. ¿Qué tal una suspensión de empleo de dos días? Pasa por mi caseta después del trabajo.” Quedé dos días en casa sin cobrar.

Pero un día durante el turno de la noche los lingotes salían torcidos al pasarlos por el tren de laminación. Solía ocurrir a veces que por razones de calidad del metal en bruto los lingotes se torcían y retorcían y el peligro de accidente era serio. Había que saber apartarse con tiempo y coger los lingotes adelgazados al vuelo como quien dice. Cuando esto ocurría solíamos estar allí los más hábiles y ágiles. Al otro lado del tren se colocaba entonces mi amigo Sindromak. Sin embargo, aquella noche, después de meter el primer lingote me di cuenta que al otro lado no estaba Sindromak, sino alguien que me pareció ser Wultabander. No era posible que aquel perro se pusiera allí a exponerse a ser traspasado por un lingote mal parido. Pero era él.

“Niñata”, me dijo, “toma este regalo de la casa” Y en ese momento empujó con fuerza el lingote hacia mi lado de tal manera que salía como si de una serpiente alocada se tratara. Tuve que saltar por encima sintiendo el rechinar de la suela de mis botas al roce del hierro al rojo. Rápidamente cogí lo que ya era una barra retorcida con las pinzas y sin pensarlo lo lancé de nuevo hacia los rodillos con cierto impulso reflejo. Pero al momento sentí que algo no iba bien. Ví, tras los huecos de los rodillos, que algo se movía de forma torpe y con movimientos desacompasados. Parecía como si un borracho estuviera bailando una siniestra cumbia bajo el ruido de los rodillos al girar. Asustado me aparté rápidamente de mi puesto y fui a ver qué pasaba al otro lado. Y lo que vi no me gustó; era horroroso, pero si he de ser sincero, tampoco me disgustó: Wultabander se agarraba con las dos manos a la barra retorcida de hierro que le traspasaba a la altura del estómago para seguir en dirección al suelo. Salía humo del cuerpo y el olor era de carne chamuscada que se mezclaba con el olor a tocino rancio de los cachos de sebo de los rodillos también en proceso de combustión. Los ojos de aquel cabrón se nublaban buscando la visión de las tinieblas. Al poco tiempo cayó al suelo empalado por el hierro todavía al rojo. La ropa empezaba a arder y pronto aparecieron el resto de la cuadrilla que estaban, no lejos de allí, estirando unas vigas con una máquina hidráulica.

Había sido un accidente de trabajo. Una imprudencia del jefe Wultabander cuyo aliento se pudo comprobar olía al whisky perronero que solía tomar en sus turnos nocturnos con ansiedad animal.

UNA TRIBU CON UN BUEN LÍDER ES UNA TRIBU AFORTUNADA



Fuimos al parque a buscar paz y tranquilidad, pero encontramos terribles mosquitos que nos picaban sin compasión. Llevábamos la cesta de mimbre con las tortillas y una armónica para tocar canciones. Pero nada más llegar al parque aquellos siniestros mosquitos nos empezaron a picar y nos salían ronchas por los brazos y la cara. Los picores eran insoportables.

Fuimos corriendo hacia donde habíamos dejado nuestros mulos y nos largamos de allí por el Gran Sendero que lleva a los montes de Gtwqert. Milsa no paraba de arrascarse una vez encima del mulo. Me gustaba Milsa. Era una muchacha hermosa que cuando hablaba sus palabras sonaban a miel con leche. La deseaba con una fuerza salvaje. Soñaba con estrecharla en mis brazos y darle placer sin límites, pero Newrtop; el hijo del herrero de la tribu, estaba también loco por ella y era un mozo brutal; con desarrollados instintos asesinos. Tendría que tener mucho cuidado. Mi mulo cojeaba algo y estaba asustado. A mi lado iba el carpintero Wasergh y su mujer. La mujer iba sentada de lado en una enorme mula de tiro que en aquel mismo momento se puso a soltar cagajones malolientes. El carpintero no sabía hablar sin soltar horribles blasfemias; y, a su mujer se le podían ver sus flácidos bajos fondos por la forma en que iba sentada. Era una mujer ordinaria como la tela de saco y su aliento era una mezcla de olores a cebolla con ajo y orines muy cargados. Les odiaba cuando venían a nuestras excursiones al parque.

El parque había sido algo tranquilo y hermosos en otros tiempos. Ahora seguía siendo tranquilo, pero nunca sabíamos qué bichos podrían salir de él y por qué. La última vez habían salido víboras por debajo de la hierba y dos criaturas, dos hijos de Bhuran y Elemeral, murieron rabiosamente envenenadas. Mi tribu es una tribu perdida y agotada, pero hemos formado campamento en la falda del monte Derva y allí sobrevivimos como podemos.

Hemos llegado a las orillas del lago Swearven. Precioso lago. Creo que Krogur, nuestro líder, nos dejará comer las tortillas sentados en el verdor de sus orillas. Krogur es un gran líder. Es un buen hombre y sabe ser fuerte cuando las vilezas humanas intentan sacar ventaja de la tribu. Ayer mismo derribó de un puñetazo a la sanguijuela de Bhurta, y lo pisoteo sin compasión una vez en el suelo. Bhurta había estado creando mala sangre entre los jóvenes de la tribu con falsas ilusiones y sueños de grandeza si lograban sublevarse contra Krogur, pero nuestro gran líder supo reaccionar a tiempo cuando se enteró de tales conspiraciones y avergonzó a la serpiente de Bhurta a base de patadas. Krogur era un hombre noble y valiente. Era también un hábil guerrero amante de la sabiduría y el conocimiento. Su mujer Pipiana sabía ser discreta y muy buena consejera de las muchachas jóvenes. Yo creo que todos la veíamos como una hermana mayor.