Pero el ascensor… el ascensor iluminó una parte macabra de mi cerebro.
Era un ascensor alargado y algo estrecho a lo ancho. Parecía un ascensor a la medida de una camilla o un ataúd.
—Ana—dije un tanto cansado. En realidad estaba bastante cansado pues encontrar el hotel y llegar fue toda una odisea de una hora y algo.
—Ana—volví a decir—, este ascensor está pensado para, en caso de emergencia, poder bajar y subir una camilla o un ataúd. Me da la impresión de que cada vez más gente muere sola en los hoteles. Hay mucha gente sola que viaja sola, enferma sola, y muere sola en cualquier habitación de hotel. ¡Qué triste!
—¿Cómo se te ocurren tales cosas? —dijo ella.
Sí, es verdad. Cómo se me ocurren tales cosas.
Parece que entró Ud., Sr. Nesalem, con mal pie en Bilbao. ¿Que por qué lo digo? Porque en los cuatro relatos sólo suceden cosas aciagas. Esfuércese, por favor, en recordar algún suceso jubiloso o positivo de su viaje, para quitarnos a los lectores este mal sabor de boca y reconciliarnos con el mundo, que podamos seguir creyendo, je je, que el mundo es bonito, solidario y todo eso.
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