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miércoles, 28 de agosto de 2013

SIEMPRE HABRÁ ALGO QUE NOS SORPRENDA EN LA VIDA

En mil novecientos sesenta y siete fuimos de excursión un grupo de amigos de Gijón al monte por la zona de Campu Casu. Paramos en una aldea abandonada a comer. A lo lejos de la aldea vimos una cabaña grande y en ella parecía vivir gente. Después de comer nos dirigimos a dicha cabaña por un camino. Al llegar fuimos recibidos por unas cuatro parejas de jóvenes más o menos de nuestra edad. Nos recibieron con alegría y efusión. Nos invitaron a visitar unas cuevas cercanas y luego compartieron la
merienda con nosotros. 
Hablaron de todo un poco, pero hubo algo que nos dijeron que nos cambió para siempre. Nos pasó el tiempo muy rápido, ya que luego supimos que habíamos llegado a estar tres días. Nuestras familias ya habían dado parte a las autoridades para saber qué nos había pasado. Hemos de considerar que el monte por esta zona puede llegar a ser peligroso por su frondosidad y barrancos.

Todos quedamos sorprendidos con aquella experiencia, pero nuestra sorpresa y sentido del misterio aumentó cuando supimos que nadie en las aldeas cercanas asegura haber visto a nadie en tal cabaña durante el tiempo que habíamos estado nosotros. Tampoco, ni antes ni después; según un vecino de la zona que aseguraba la cabaña estaba en el camino que él seguía para cuidar su ganado que pastaba en una braña no muy lejos de allí. Además no había restos ni señales de que alguien hubiese habitado tal cabaña, que por otra parte estaba ya abandonada y en ruinas. Ni menos ninguna cueva cercana.

En definitiva, nunca más supimos de aquellas parejas de jóvenes que habitaron la cabaña en aquellos días, pero todos nosotros recordábamos cosas agradables bajo un sol reluciente, caminando por las orillas de los arroyos y escuchando los relatos en forma de leyendas que aquellos jóvenes nos contaban. Efectivamente, habíamos vivido todo aquello como un sueño.  Lo que sí llegó a ser común a todos los que vivimos esa experiencia es que todavía vemos en nuestros sueños las cuevas que nos llevaron a visitar en las primeras horas de la visita a dicha cabaña. 

http://www.youtube.com/watch?v=0V8FLjkpd00 

EL COLEGIO ABANDONADO

Miré el colegio. El colegio había sido cerrado hacía años. Hacía sol y algo de calor y me llamó la atención el colegio cerrado. Al ver las persianas cerradas y el patio vacío me entró una extraña nostalgia. Tras de las persianas estaban las aulas, unas aulas, donde muchas cosas habían pasado. Me veía sentado en un pupitre mirando a una profesora de historia de unos cuarenta años y muy bonita de piernas. Estaba explicando la lección de Felipe II. También mis compañeros prestaban atención. Entraba la luz de la primavera por las ventanas. Era la última clase y ya teníamos ganas de salir. El colegio bullía de vida. Nos conocíamos muchos y ya habíamos vivido muchas anécdotas y juegos, y excursiones y aventuras; y travesuras. Algunos ya
éramos como hermanos, otros muy buenos amigos; otros algo más distanciados. El colegio era nuestro centro de encuentro. Nuestros profesores eran mundos particulares con sus modos de presentar la vida. Cada profesor marcaba estilo y vibraciones peculiares que quedaban grabadas en nuestras mentes como parte de una forma de vida que nos inspiraba confianza. Que jamás iba a desaparecer. Nos haríamos mayores, pero jamás habría de desaparecer la confianza en la vida allí vivida. El colegio siempre estaría allí recordándonos que en la vida hay siempre gente que se preocupa por tí. Una gran familia posiblemente.

No era mi colegio porque yo no había pasado la infancia en aquel pueblo, pero ese colegio cerrado me estaba diciendo muchas cosas; las aulas cerradas me presentaban escenas como pompas de jabón que van flotando en el aire de un recuerdo colectivo, común a toda la humanidad posiblemente. El patio me mostraba sus cientos de alumnos allí jugando y contando cosas y esos pequeños que luego pasarían de curso y se harían mayores y todos con sus relatos y familias y experiencias. También la vuelta a casa los días de lluvia y frío para luego llegar a casa y allí estaba mi madre preparando ya la mesa.

Hay fantasmas que quedan en los colegios cerrados y abandonados. Cada aula es un calidoscopio de fantasmas con ganas de salir y contar su historia. Cada aula y cada sala guarda todas las escenas vividas y cuando alguien como yo pasa por allí, entonces saben quien les va a revivir, a rememorar, a recrear. Y yo pasaba por allí y lo he vivido y sentido. Mi paseo quedó entonces transfigurado en otra cosa lejana, nostálgica; algo así como una gran pompa de jabón flotando a través un infinito universo. ¡Qué rara es la vida!