Paulo echó un largo trago a su café y comenzó a relatar su experiencia pasada de joven protestante en un páis de tradición absolutamente católica, incluso en sus vertientes supuestamente anticatólicas. Nos dijo que explicar su experiencia requería de otros parámetros de comprensión del cristianismo que el español medio desconocía por completo. Así que dijo:
En la Capilla Evangélica no había curas majos que hacían cabriolas en el centro de los corros de la patata aunque alguna vez también se jugaba en algún parque o playa, pero nuestra vida protestante que no quería ser nombrada como protestante para no seguir el juego católico de palabra despectiva y porque además en los Hermanos de Plymouth que tampoco era nombre reconocido ya que el único nombre reconocido eran las Asambleas de Hermanos que se reunían en la Capilla Evangélica y todo lo demás sobraba. Pues los jóvenes primero íbamos al culto a escuchar los sermones dominicales con sus himnos que cantábamos con gana y luego el predicador o el pastor nos hablaba sobre algunos pasajes de la Biblia y nosotros abríamos nuestra biblia Reina-Valera del 60 editada por la Sociedad Bíblica de Londres y en cuyas sobrecubiertas había unas fotos en color sobre Latinoamérica donde aparecía una iglesia luterana rural en Chile; y, bajo la sobrecubierta la biblia estaba forrada de negro y con su bordes pintados de tinta roja.
En la Capilla Evangélica no había curas majos que hacían cabriolas en el centro de los corros de la patata aunque alguna vez también se jugaba en algún parque o playa, pero nuestra vida protestante que no quería ser nombrada como protestante para no seguir el juego católico de palabra despectiva y porque además en los Hermanos de Plymouth que tampoco era nombre reconocido ya que el único nombre reconocido eran las Asambleas de Hermanos que se reunían en la Capilla Evangélica y todo lo demás sobraba. Pues los jóvenes primero íbamos al culto a escuchar los sermones dominicales con sus himnos que cantábamos con gana y luego el predicador o el pastor nos hablaba sobre algunos pasajes de la Biblia y nosotros abríamos nuestra biblia Reina-Valera del 60 editada por la Sociedad Bíblica de Londres y en cuyas sobrecubiertas había unas fotos en color sobre Latinoamérica donde aparecía una iglesia luterana rural en Chile; y, bajo la sobrecubierta la biblia estaba forrada de negro y con su bordes pintados de tinta roja.
Luego, cuando el
predicador o auxiliar nos mandaba cantar otro himno pues abríamos el himnario
en el número indicado, nos poníamos de pie, y con la ayuda del órgano que nos
daba el tono pues comenzábamos a cantar los himnos clásicos del protestantismo
histórico, más tarde sustituidos por razones de adaptación al modo más popular
de dirigirse a Dios por los llamados coros o coritos que sonaban más a
canciones comerciales-sentimentales de emisoras latinoamericanas, pero si ese
era el gusto popular pues no había problema en adaptarlo. No obstante el culto
de comunión o la llamada Cena del Señor que empezaba a las 11 era un culto que
en aquella época se celebraba formando los bancos en círculo y mirándonos los
unos a los otros en un plano de igualdad con la mesita de madera en el centro y
la copa y el pan encima que eran los símbolos que representaban la carne y
sangre del Señor Jesucristo; no la carne y sangre real como los católicos, sino
los símbolos. Nos movíamos a un nivel simbólico-representativo más que a un
nivel material, de realidad material o milagro de transubstanciación. Luego la
copa circulaba uno a uno y cada uno bebiendo el símbolo a través de su
representación material. Y luego el riche de pan se iba partiendo y comiendo.
La letra impresa, el texto bíblico, era nuestra fuente de
significado; pero nuestra fuente de significado no se dejaba abrir de forma
transparente, sino que había que saberla interpretar, asociarla correctamente
con su contexto y con otros contextos allí mismo dentro del Libro, fuere más atrás o más
adelante, porque el Libro era como un mundo cerrado en sí mismo y que se iba
abriendo página a página, capítulo a capítulo, versículo a versículo; y el
placer estético de la lectura bien pronunciada y el sentido que se iba
trabajando y al mismo tiempo nuestra alma se iba alimentando de la Palabra. Sentidos
trascendentes que partían de épocas milenarias donde los personajes vestían
túnicas o ropajes falderos y que normalmente parecían tener muy poco sentido
del humor. Se mataba con facilidad al mismo tiempo que se prohibía matar, se
fornicaba y adulteraba también ocasionalmente (y el rey David no aguantaba su
lujuria) al mismo tiempo que se prohibía el adulterio y la fornicación. Se
asesinaba con deleite y mala leche a reyes o a plebeyos o se les ajusticiaba de
acuerdo a la Torá. Pero también había historias de mucha calidad humana que agarraban, que deleitaban,
que enseñaban. Y que decir de las profecías elevadas a un grado de simbolismo incomprensible para
nuestras mentes jóvenes, profecías apocalípticas de horrores finales en este
planeta tan lleno de maldad; donde luego habría de brotar el paraiso de los nuevos cielos y la nueva tierra..
Y luego los evangelios con Jesús, pero Jesús era un
personaje extraño que curaba leprosos y gente tullida y hambrientos que no
comían y les hacía comer bajo la condición de la fe. Y sermones de
desprendimiento que despertaba ansiedades en nuestras mentes del siglo XX, pues
cómo iba uno a dejarse dar un bofetón del enemigo o dejarle el conjunto vaquero
que nos había costado tiempo de ahorro y sacrificio trabajando en el taller,
para dárselo al gamberro del barrio si te lo pedía y sin necesidad de que te amenazara con una
tunda de hostias; sino que tú, tú mismo se lo debías de dar en ese caso por que esa era la mejor prueba del amor al Señor según el Sermón de la Montaña. Extraño Jesús el Cristo. Más extraño
todavía era el evangelio tan etéreo de Juan, tan místico. Los personajes
parecían pretextos de una predicación fuertemente teológica. Siempre me pareció que la clave del personaje del Jesús de los evangelios está más en lo que no está escrito que en lo que se escribió, pero ya nadie puede recobrar lo ya silenciado por la historia.
Y luego Pablo, el enrevesado Pablo, el chocante Pablo que
sólo se preocupaba de un Jesús sangrante en la cruz, un Jesús de muerte y resurrección; el milagro de la fe, y
luego las disputas y las polémicas en un mundo que ya dejaba de ser propiamente judío.
En la Capilla Evangélica era ese mundo, ese Libro, ese
continuo contacto con un mundo hebreo, judío más tarde; para después entrar en
escena los gentiles griegos y romanos. El capitalismo, el comunismo, la
Historia: eso era el Mundo y su saber. Nada que objetar al mundo del saber, el
problema era quizás el nivel cultural de la Capilla por razones de
composición social del protestantismo asturiano; pero la letra impresa, el
Libro y sus interpretaciones era la puerta de entrada a otros libros que
actuaban como pie de nota del Libro de los Libros. La Historia, la política, la economía; eso era el Mundo; y la Capilla pretendía estar fuera del Mundo como una puerta de entrada a otro mundo espiritual de vida eterna, pero El Texto llevaba inexorablemente a otros textos: a la posible idolatría de la textualidad.
En la Capilla Evangélica no había curas majos, ni catolicismo
social; ni exhibicionismos caritativos, ni ansias de controlar sociedad alguna
o de cambiar el mundo. Nuestra vida era un paso por una tierra habitada por
hombres y mujeres cuya esencia era pecado; y ese pecado necesitaba de redención
por el milagro de la fe; y esa fe daba felicidad y absoluta seguridad que nadie
podía quitarte. Y todo estaba en el Libro.
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