Y el
homínido Charbot ya está sentado en tras la mesa de despacho con sus papeles y
llamadas de teléfono y entrevistas pendientes y primeros sorbos de café del
termo que echa a una mug, o taza decorada con los colores del equipo local de
fútbol y el nombre con su animal totémico. Mr. Charbot es un hombre muy activo,
muy dinámico; aparentemente agradable, pero es una amabilidad que encubre una
esencia de rigidez y seriedad que se descubre al poco tiempo de tratar con él.
Es un hombre de trabajo duro y disciplinado, pero siempre sonriente; siempre
amable con sus dos empleadas que habitan un par de mesas en la zona abierta al
público y a la que se entra a través de unas puertas batientes. Las dos
empleadas son dos mujeres de mediana edad. Una es morena y bien proporcionada
de cuerpo; digamos que algo rellenita, pero de carnes tersas y bien
distribuidas por un cuerpo que sigue siendo goloso para los hombres que la
contemplan. Una madurez bien llevada; una madurez sexy de mujer de gestos
bondadosos y personalidad ya centrada. Al menos eso es lo que uno se puede
figurar. Digamos que nos gusta esa mujer por todo lo que ella es. Cuando te
atiende se puede ver que es una buena mujer en todos los sentidos. Hay este
tipo de personas, o de homínidos, que son buenos, equilibrados; que dan buenas
vibraciones desde el principio.
Pero no se
puede decir lo mismo de la otra mujer. Es rubia, delgada; de piernas ya
gastadas y algo desordenadas al andar. Se trasluce tras sus pantalones oscuros
unas piernas cansadas de la vida. Unas piernas que ya han dado de sí todo lo
que han podido y que ahora se resignan a entrar en mayoría de edad. Caminan
tales piernas como si les diera igual todo. Si pudieran hablar dirían: “Nos da
igual todo, folks”. Así que son piernas que ya hace mucho han dejado de
pretender llamar la atención de ningún macho. Son piernas simplemente
utilitarias; de transporte que llevan de un
sitio a otro y mientras funcionen bien pues démonos por contentos. Pero esta señora rubia tiene un algo que parece estar siempre a la defensiva. No es que sea huraña al público o a sus compañeros de coffee break o a sus hijos. No. No lo es. Pero hay un trasfondo de miedo e inseguridad que lo trasmite a cualquiera que la trate más allá de los minutos preliminares de protocolo burocrático. Hay un miedo que se trasmite a través de gestos que piden comprensión a toda costa, pero que no logra darse a entender de forma clara. No, no es que sea mala profesional. Yo diría que es buena profesional. Impecable. Pero es ese gesto facial, ese movimiento de nerviosismo involuntario; esa forma de hablar que sabes que hay un algo en el trasfondo de la señora que pide ser calmado, comprendido; que necesita abertura, aire fresco; help; un help ya resignado. Dejémoslo ahí por ahora.
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sitio a otro y mientras funcionen bien pues démonos por contentos. Pero esta señora rubia tiene un algo que parece estar siempre a la defensiva. No es que sea huraña al público o a sus compañeros de coffee break o a sus hijos. No. No lo es. Pero hay un trasfondo de miedo e inseguridad que lo trasmite a cualquiera que la trate más allá de los minutos preliminares de protocolo burocrático. Hay un miedo que se trasmite a través de gestos que piden comprensión a toda costa, pero que no logra darse a entender de forma clara. No, no es que sea mala profesional. Yo diría que es buena profesional. Impecable. Pero es ese gesto facial, ese movimiento de nerviosismo involuntario; esa forma de hablar que sabes que hay un algo en el trasfondo de la señora que pide ser calmado, comprendido; que necesita abertura, aire fresco; help; un help ya resignado. Dejémoslo ahí por ahora.
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