La ventana y
el silencio. Una habitación completamente nueva. Hay un tocadiscos de plástico
duro o pasta y color gris encima de una mesa pequeña. Hay dos pegatinas pegadas
al tocadiscos. Son algo así como huellas de pies en colores. El tocadiscos
tiene los altavoces incorporados formando una sola pieza. La cama es de colchón
más duro al que se estaba acostumbrado, pero no resulta incómodo dormir en él.
Lo que más llama la atención es el silencio.
Demasiado silencio para una mañana
de día de diario. Al bajarse de la cama los pies tocan la textura de una
moqueta verde que imita el césped de un jardín. Se siente el aire acondicionado
como una leve corriente de aire que mantiene la habitación a una temperatura
cómoda y conveniente. La cama es estrecha y su cabecera son barrotitos de
madera tipo reja pintados de blanco. De nuevo llama la atención el silencio. Al
mirar por la ventana todo está soleado. El cielo brilla más de lo que uno está
acostumbrado. La calle está tranquila, no circulan coches. En frente se ven
casas-chalet elegantes con jardines abiertos y pasos de entrada a los garajes.
Hay árboles bien cuidados. También se ve el césped y algunos arbustos mismamente
pegando a la ventana. La ventana es de guillotina y los cristales están entrecruzados con listones metalizados. Está bien ajustada y
enganchada con un cierre giratorio en la parte inferior. Es evidente que no se
espera que se abra la ventana, pues el clima interior ya está controlado y abrir
la ventana no parece lo adecuado. El armario es tipo closet, empotrado y está lleno de ropa femenina. Hay una sensación de interioridad hogareña
cómoda, entrañable: pero al mismo tiempo una radical invitación a un mundo
privado de intimidad plena. Y de nuevo llama la atención el silencio.