Ursiktal
salía de casa y caminaba por una inmensa planicie de azulejillos
obsesivamente cuadriculados por hendiduras más oscuras que hacían de
divisorias. Sus pies embutidos en esos aparatos de transporte hechos de piel
animal iban recorriendo tal dura superficie en sincronía con un sentimiento de
prolongada indiferencia y el color gris de la planicie urbana. Se sabía animal.
Bajo sus ropas, bajo esas telas; vivía el animal cubierto. Un cuerpo delimitado
por la piel y por las ropas,
pero un cuerpo más en consonancia con los perros
que veía atados a sus dueños también animales. Cuando miraba a los perros
sentía una pena hacia ellos. Se comportaban como cuerpos torpes y dóciles que
se sabían dominados. Cuerpos.
¿Qué es un cuerpo? Se quedó parado por un
momento. De repente el color gris y la indiferencia se iban transformando en partículas
dentro de una misteriosa infinitud; quizás una inabarcable infinitud que lo
absorbía y lo hacía partícipe de una extraña expansión. Sus pensamientos se pararon
y su cuerpo dejó entrar un algo como si fuese una corriente de suave energía.
Había traspasado el umbral de lo cotidiano para habitar su mundo, su realidad,
su maravilloso universo. Las ventanas de los edificios daban a viviendas de
cuerpos inocentes que buscaban ser reconocidos, acariciados, abrazados. Cuerpos
que deseaban bailar al son de una música que venía de las lejanas montañas o
quizás del cielo, más allá, siempre más allá, de las estrellas. Cuerpos que pronto
se enfriaban y se aislaban y se refugiaban en los rincones replegados de sus
edificios de hormigón y ladrillo.
Y vio los
ojos de la mujer. Otra vez los ojos de aquella mujer cuya mirada lograba
traspasarlo. Una mirada con el poder de penetrar un cuerpo tan opaco como el
suyo allí dentro de sus ropas de invierno y con los pies metidos entre piel de
animal para pisar superficies grises de azulejillos. Una mirada que convertía su paseo en una peregrinación mágica sin más
destino que continuar caminando sabiendo que los dioses también habitan cuerpos
de animal humano y nos miran ocasionalmente para reclamarnos a sus cielos y a
sus infiernos.