O quizás acaba de morir un ser muy querido y la tristeza es abrumadora. O también le han anunciado que es posible que padezca cáncer. O ha de dirigirse al hospital a ver a su hijo. ¿Quién sabe si cree o no cree en Dios, si vota a este partido o al otro o al de más allá? ¿Y si padece alguna furia mental y no está viendo la realidad que nosotros estamos viendo? Quizás haya muchos caminando por esta ciudad que están viendo cosas que nosotros no vemos. Que estén metidos en algún submundo de la urbe manipulando negocios ilegales. O también podrían ser espiritistas en contacto con el más allá. Miembros de alguna secta ultra secreta practicando ritos antiquísimos fuera de nuestra escala de comprensión. Todos vestimos de una manera u otra, pero no somos capaces de llegar a sus mentes, a sus almas, a sus recuerdos, a sus sensaciones. Sólo vemos lo exterior, lo visible, lo palpable, quizás alguien hable con otro. Ponemos la oreja y hablan de la muerte de alguien. Aquel es un solitario. Aquella es la mujer más libre e independiente del mundo. ¿Quién sabe?Solo sabemos que estamos caminando por la ciudad y por ahora no hemos sabido identificar a nadie conocido, a ningún familiar, a ningún amigo. Es una ciudad. En la ciudad. Por sus calles y sus escaparates, y sus letreros. Móviles. Circulan los móviles. Se palpan los móviles.
La ciudad es una red. Circulamos por la red concreta, real, sensual. Lo sentimos cuando pisamos y los tacones hacen toc-toc. Lo vemos en los colores, las tonalidades, los objetos son reales pues los puedo tocar. Olemos. Olores. Se desprenden olores que nos pasan desapercibidos, salvo que sean olores fuertes. Un alcantarilla reventada. Un perfume agresivo. Una tienda que vende especias. Un coche que suelta más humo de lo normal. Un aire cargado de humedad.
Seguimos caminando por la ciudad. Nos hemos perdido por la ciudad. Sabemos que hemos de dirigirnos a nuestros puntos fijos de habitabilidad. Al habitáculo. Al piso. Al entrañable rincón de protección. El hogar. Lo hogareño. La intimidad de lo hogareño.