La niña ha subido al árbol. Desde el árbol puede ver el jardín
entero. Hace sol y los demás estamos sentados en una mesa de madera. La niña
nos llama. Dice que es un pájaro que puede volar y que desde allí lo puede ver
todo. Nosotros miramos hacia las montañas y vemos que día es precioso. La niña
baja del árbol y corre por el prado verde. Hay un gato que la mira desde el
seto. Hay una aldea a medio kilómetro. Más tarde iremos a la aldea. Quizás
cuando ya oscurezca. ¿Por qué estamos aquí?
El instante alguien lo puede percibir en todo su devenir. Y
ese alguien ya tiene todo en su presente eterno. Y ese presente eterno necesariamente
abarca todo lo infinito. Hay una fuerte seguridad en que ya todo está en su
sitio.
Pero desde nuestra perspectiva persiste la ansiedad por lo
desconocido. Hay un futuro. Hay un devenir que se desenvuelve. Sin embargo en
ese momento podemos sentirnos parte de ese viaje hacia el infinito y la
eternidad.
La niña viene hacia nosotros y nos dice que ha descubierto
un camino que se interna hacia el bosque. Nos coge de la mano y la seguimos.
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