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jueves, 13 de octubre de 2016

SANTA ROSA, TEXAS

En Santa Rosa, Texas. La orquesta del instituto toca una marcha conocida en el campo de fútbol. Algunos chavales que juegan en el equipo vienen a mis clases de español. El equipo de fútbol es muy importante para el instituto y para el prestigio del pueblo. Pero el Santa Rosa Warriors casi siempre queda el último en la liga regional de High Schools. Van y vienen entrenadores, pero el Santa Rosa
queda siempre o casi siempre vencido. Ahora la orquesta del instituto toca una marcha para inspirar y dar ánimo a los Warriors. Todos los profesores hemos de llevar a nuestros alumnos al campo para realizar el pep rally. Toda la plana mayor de la dirección o administración del Independent School District, está presente. Todo el claustro y todos los alumnos. Los pep rallies van en serio a pesar de que tan sólo se trata de una ceremonia de presentación quincenal del equipo antes de enfrentarse a un rival en campo propio. Esta vez se van a enfrentar a los rivales vecinos de La Feria. Allí estoy con mis alumnos del momento. Suena el himno nacional de los EEUU. Comienza el espectáculo. Desfilan los jugadores. Dicen bromas, chistes, comentarios, dedicatorias. Luego vienen las bravuconadas contra el equipo contrario. La banda toca. Más gritos y bravuconadas. "Acabaremos con ellos", "serán vapuleados", "les haremos picadillo", etc, etc. La banda suena de nuevo. Los tambores retumban. Hora de volver a clase en orden riguroso.

Cuando R. y yo llegamos a Santa Rosa desde Austin aquella tarde húmeda y calurosa de agosto el superintendente de distrito Mr. Kelmor y el Director del High School Mr. Vélez estaban sentados en las escaleras de la entrada principal del high school. Los dos llevaban un sombrero stenton, camisas
blancas de manga corta y unas botas camperas. Además Mr. Kempor lucía, en lugar de una corbata, un bolo tie con chapa azul. En la mano derecha llevaba un anillo masónico. Enseguida pasamos a la oficina del distrito situada en el mismo edificio del high school. El calor era infernal. La frontera mexicana no estaba lejos y el pueblo parecía un pueblo polvoriento rodeado de plantaciones de caña de azúcar, tabaco y alovera.

El Valle del Río Grande o The Río Grande Valley estaba situado entre dos territorios medio desérticos: el territorio norte alcanzaba hasta el río Nueces; el territorio sur, al otro lado del Río Bravo o Río Grande, llegaba hasta Saltillo y Monterrey ya en el mero mero México.

1 comentario:

  1. TODO PUEDE OCURRIR EN CUALQUIER VIDA

    Voy soldando pieza tras pieza y el tren expreso de la media noche pasa como una exhalación. Las vías pasan justo por detrás de la fábrica. El turno de la noche es un monótono letargo. Y las máquinas siguen troquelando. La producción no para. He salido un momento fuera del portón y contemplo las estrellas de un cielo estrellado de verano. Un avión parpadea sus luces. La ciudad duerme. Quisiera hacer borrón y cuenta nueva, pero no sé dónde borrar ni dónde empezar a escribir. Sólo veo el silencio y el traqueteo de las máquinas suena como un trasfondo. Vuelta a soldar largueros hasta el amanecer.

    El vuelo New York-Houston cruza el cielo nocturno. Miro por la ventanilla y veo luces de coche en la profundidad desde la altura. Quiénes serán y adónde irán. Unos mexicanos hablan de Monterrey. Me gusta sentirme extraño. Nómada flotando en el aire de un territorio desconocido y con gente que jamás pensé que habría de coincidir. La vida eran puntos suspensivos de un texto que seguía escribiendo sin guión. El piloto anuncia que sobrevolamos el cielo de Dallas. Miro hacia abajo y allí están los rascacielos del downtown con sus luces de neón. Me siento adormilado. El libro que llevo en las manos ha dejado de interesarme. El avión va medio vacío.

    Aquella noche tuve pesadillas. Tan sólo llevaba dos semanas en el hospital trabajando en la cocina y llevando bandejas a las habitaciones. Era mi trabajo part-time en un hospital de especializado en cáncer. Luego era el campus de la universidad de Texas. Austin. Hermosa ciudad de casas rodeadas de bosque y de césped y el Río Colorado que la cruza. Pero en el hospital la gente se moría o se tornaban moribundos de la noche a la mañana. Yo llevaba las bandejas de comidas posoperatorias o de dietas especiales y hablaba con ellos. Los hispanos me llamaban a veces para que subiera y así platicar un poquito. Y platicábamos de la vida allá en Torreón o en El Valle cuando Miguel era un chamaquito y las cosas que le pasaban, y los juegos y las chamaquitas y luego cuando era todavía un jovencito de 16 años se vino a los EEUU pasando el Río Grande cerca de Nuevo Laredo. Yo les hablaba de España y me preguntaban sobre España, hay España decían ellos; la madre patria. Mi abuelito era español me solían decir. Todos tenían un abuelito o abuelita española. Pero a veces de un día a otro de morían. La leucemia les comía o cualquier otro tumor que no sabía fuese tan traidor. Y me daba pena. Y preguntaba por Miguel o por Narciso o la Señora Villegas y ya mero que se la habían llevado. She's passed out, me decía la enfermera mayor. La muerte estaba viva y presente en aquel hospital. Oiga, necesito una explicación y espero que la pesadilla no se repita la próxima noche.

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