jardín. El Reverendo me había enseñado anteriormente su voluminosa biblioteca, al retirarse me invitó a ojear los libros a placer. Era una biblioteca cómoda, con dos sillones estilo siglo XIX y unas lámparas de pared que imitaban candelabros. Me fijé en una sección dedicada a metafísicas extrañas de autores un tanto marginales, también abarcaba obras de famosos teóricos del espiritismo, la teosofía, la cábala, y otras tendencias más oscuras. El Reverendo era conocido por sus atrevidas interpretaciones de la Biblia y sus sermones resultaban tan fascinantes como chocantes. Parecía que su lectura de las Sagradas Escrituras estaba filtrada por lentes que le permitían ver detalles que a otros jamás se les hubiese ocurrido. Añádase a esto que su casa era una especie de caserón rodeado de árboles frondosos y un jardín bastante espeso con plantas de mucha variedad. Era un paraje de cierta melancolía pero sin inspirar tristeza o repliegues enfermizos hacia las interioridades del alma, en mí caso era todo lo contrario: tal melancolía me proyectaba a cierta atmósfera romántica de poetas arriesgados en sus tratos con los misterios de la naturaleza.
Entonces, cuando estaba ojeando un raro volumen del
visionario Emmanuel Swedenborg, sentí un extraño escalofrío que no encajaba con
mi estado natural en esos momentos. Sentí una presencia. Es difícil llegar a la
conclusión de que estás percibiendo una presencia sin antes haberte examinado a
fondo e ir descartando posibles interferencias propias en forma de ilusiones
proyectadas o ensoñaciones producto quizás de la digestión. Pero no. Estaba
seguro de mi plena lucidez y también de mi intuición.
Una presencia te mira. Te observa. Y eso un alma sensible como la mía lo capta sin lugar a duda. Cerré el volumen y me quedé mirando hacia la ventana que daba a la parte trasera de la casa. Efectivamente, el trasluz se distorsionaba como si un vapor flotara en el ambiente. Poco a poco el ente se fue dejando ver en su forma detectable para los humanos "terrestres". Era una figura joven, de facciones pálidas y ojos azules acuosos, pero todo ello bajo una luz fosforescente imprecisa. Me asusté. A pesar de mis tendencias metafísicas y mis especulaciones sobre realidades imperceptibles dentro de nuestra realidad común, el ser testigo de una aparición tan inesperada me produjo un paroxismo que desbordaba mis sentidos. Quedé paralizado por unos segundos. Entonces, él se presentó. Con voz modulada en nuestra normalidad de sonido articulado. Con suavidad y elegancia de persona educada.
Una presencia te mira. Te observa. Y eso un alma sensible como la mía lo capta sin lugar a duda. Cerré el volumen y me quedé mirando hacia la ventana que daba a la parte trasera de la casa. Efectivamente, el trasluz se distorsionaba como si un vapor flotara en el ambiente. Poco a poco el ente se fue dejando ver en su forma detectable para los humanos "terrestres". Era una figura joven, de facciones pálidas y ojos azules acuosos, pero todo ello bajo una luz fosforescente imprecisa. Me asusté. A pesar de mis tendencias metafísicas y mis especulaciones sobre realidades imperceptibles dentro de nuestra realidad común, el ser testigo de una aparición tan inesperada me produjo un paroxismo que desbordaba mis sentidos. Quedé paralizado por unos segundos. Entonces, él se presentó. Con voz modulada en nuestra normalidad de sonido articulado. Con suavidad y elegancia de persona educada.