Hoy puedo caminar por las calles de San Antonio; pasear por la orilla del río y cenar en uno de los restaurantes que miran las barcas de pasajeros pasar.
Pero también estoy viendo a Los Pekenikes actuar en El Jardín de Gijón y mirando al escenario la música me va inundando y cuando suena Cerca de las Estrellas me parece el pleno éxtasis de placer estético del momento. El Jardín en aquellas horas era como una entrada a la posibilidad del placer. El baile era perderse en los latidos del mismo cuerpo. La música y los cuerpos resonaban sin llegar a acoplarse en ese orgasmo que luego la imaginación lograba desahogar. Y al día siguiente a trabajar; a acoplar con un taller de objetos y personas discordantes en forzada fricción.
En Austin, Texas, caminaba en solitario por el Campus. Llevaba un ejemplar de Ciencia y Salud de Mary Eddy Baker y me puse a leerlo sentado en un banco en frente del Dobbie Mall. La siempre necesidad de volar a espacios incontaminados desde donde poder volver a contemplar la realidad a distancia y quizás hacerla más mía sin verme apresado por los miedos y las inseguridades. Dobbie mall era una torre de 25 pisos todos ellos dormitorios, con la excepción de las plantas más bajas donde había un cine y un pequeño centro comercial, además de un McDonalds.
Fuimos a pasear por el centro de Dallas; el Downtown. Los rascacielos nos aplastaban con su poderosa presencia, con su volumen monstruoso de acero, cristales y hormigón. Por las calles circulaban, que no paseaban; gente que parecía tener prisa. Había muchos negros caminando con ropa de trabajo, o simplemente deambulando; o vendiendo perritos calientes y bebidas. También se veían latinos en grupos seseando su español mexicano o pocho. El Downtown de Dallas forzaba más a mirar hacia un cielo estrechado por los edificios y rascacielos, que producían la sensación de hacernos caer en un vacío de pozo profundo; ya que las fachadas a simple vista de peatón eran tristes, opacas, sin alma que nos lograra cautivar por algún motivo. Todo parecía estar pensado para ir a trabajar y luego salir de allí cuanto antes. Pero, más tarde, una vez en las autopistas que rodeaban el gran cogollo del Downtown; uno se daba cuenta que estaba percibiendo algo fuerte, poderoso; una gran máquina monstruosa de grandes tentáculos invisibles. En aquel tiempo yo estaba dentro de un mundo más bien de ciencia ficción donde intentaba situarme y construir mis propias coordenadas.
Me costaba mucho levantarme un domingo en el Gijón de mi juventud. Era un despertar desordenado y frío. En aquel piso las habitaciones eran húmedas y frías. La calefacción central o los radiadores eran todavía un lujo en nuestro barrio obrero. Me levantaba con ganas de disfrutar el domingo libre de trabajo, pero también confuso porque no sabía qué hacer o qué era exactamente pasárselo bien. Me vestía y lavaba de mala gana. Podía oír la voz de mi padre comentando alguna noticia del periódico, o también las risas o conversaciones de mis hermanos pequeños en su habitación o quizás ya vestidos por el pasillo en clave de juego. Cuando acababa de vestirme iba a la cocina y allí estaba mi madre preparando la comida y entonces la cocina ya olía a cocido. Mi hermano mayor desayunaba café con galletas y contestaba a veces a mi padre al hilo de la conversación. Solía usar guasa o ironía con mi padre. Mi padre siempre leía la prensa en alto y así todos nos enterábamos de lo que pasaba por el mundo. Mi madre escuchaba y a veces también opinaba de política en clave de eterna desconfianza contra el régimen. A veces el Régimen era algo más poderoso que el régimen de Franco y abarcaba a los americanos; al imperialismo americano. Estábamos en la Guerra Fría y nosotros éramos parte de ella.
En San Antonio estaba la Casa del Gobernador español y el barrio de La Villita donde había comenzado la ciudad. Luego, no muy lejos del famoso Álamo de la película, pero esta vez real. Y al lado del Álamo estaba el famoso Hotel Menger, donde estábamos alojados. En este hotel histórico de Texas había vivido por un tiempo el escritor O. Henry, además de generales, presidentes de EEUU, rancheros de renombre y americanos acaudalados de años pasados. Nosotros no éramos ninguno de ellos, pero aquel fin de semana queríamos vivir San Antonio al completo.
San Antonio es una ciudad que comienza con las casitas de planta baja propias de la América hispana, para luego acabar expandiendo como una ciudad gigante de gran pujanza económica y militar. El Downtown pretende parecerse al de cualquier ciudad americana, pero el sabor mexicano lo impide. Las calles tienen alma latina a pesar de todo y eso hace que la ciudad deje una sensación de fiesta y familia con olor a tamales y enchiladas.
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