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viernes, 6 de enero de 2012

LAS EXTRAÑAS E INEXPLICABLES COSAS DE NUESTRA VIDA (2)

Comíamos el chocolate en la mesa y éramos críos inocentes. Después del chocolate nos íbamos a la calle a jugar. El mundo de los mayores era algo serio, grave y difícil de entender, pero era la verdad.

Llegamos a Dallas a últimos de diciembre. Fuimos un día a la Dewey Plaza a ver el escenario de la muerte de Kennedy. Era un día triste y frío. Un día gris. Vimos el pequeño e informal museo con el fusil utilizado por Oswald. Y allí estaba el edificio del Dallas County Police Department donde Jack Ruby disparó a Oswald a bocajarro. Todo había ocurrido 17 años atrás.

Subí hasta la cumbre de Peña Mea, pero una vez arriba no veía nada. La niebla lo cubría todo. Grité para saber donde estaba el grupo. No estaban lejos, pero la niebla confundía las distancias y el peligro era inminente. Poco a poco llegué al grupo. Había pasado miedo.

Nos sentamos en la terraza de una de uno de los hoteles que dan a las playas de Tel Aviv. El psiquiatra nos hablaba de sus experiencias en su profesión. También daba a entender que había explorado el conocimiento místico de la Kabbalah. A mi me parecía más un gesto por su parte que una realidad. Su mujer parecía más interesada en nuestra vida particular. Había dos personas más o tres. Hablaban de Israel como un país clave en el futuro del mundo. La noche era tranquila y templada. Unos jóvenes se divertían en pandilla con música techno no muy lejos de allí.

En aquel taller de coches de ciudad asturiana no ganaba nada. Tenía 17 años y me parecía que estaba perdiendo el tiempo miserablemente. La gente que allí trabajaba eran muy informales. Era un taller de una familia y allí estaban dos hermanos y el cuñado de los hermanos y a veces pasaba el padre y hasta la madre y una hermana casada con el cuñado que venía con un niño pequeño. No había autoridad y se trabajaba un poco al capricho de cada uno. Tenían la costumbre de robar gasolina de los coches de los clientes. La conducta de uno de ellos rayaba en la delincuencia, ya no solo robaba gasolina, sino que también cambiaba las baterías nuevas de los coches por otras más viejas o estropeadas . Algunos clientes eran chulos de putas de famosos burdeles de la ciudad.

En aquel pueblo extremeño de 1958 había una escuela que eran las escaleras de un portal. Allí se sentaban los niños descalzos y abajo se sentaba la maestra. Creo que recitaban la tabla de multiplicar. Hacía mucho calor y el paisaje de los alrededores era un tanto inhóspito y seco. La gente era muy amable con nosotros. Por la noche jugábamos todos los chiquillos al escondite. Eran noches mágicas de luna llena y algo calurosas. Cuando llegó la hora de volver a Madrid me costó mucho trabajo salir. Sentí tristeza abandonar aquel pueblo extremeño.

En toda la música de los años sesenta había un trasfondo de frescura imaginativa. Era una música que nos creaba o reforzaba la ilusión de un mundo diferente, de comunas, de gente maja, de desinhibición, de juegos, de sexualidad libre. Había canciones que nos llevaban al mismo paraíso. Cuando salía un disco nuevo de The Beatles o de The Rolling Stones era todo un acontecimiento. Algo especial que oíamos en grupo o lo bailábamos en nuestros guateques de gente ya iniciada. La gran mayoría no estaba iniciada. Seguían siendo gente corriente de Manolo Escobar, de Raphael, o del Pop nacional suave. Nosotros leíamos algo de política y filosofía. Creíamos ser la vanguardia del mundo futuro.

Desde la carretera se podían ver las luces de las caserías de una aldea situada en las laderas de la colina de enfrente que limitaba el pequeño valle. Era de noche. Estábamos tranquilos, relajados. Veíamos la vida con mucha frescura y optimismo. Habíamos luchado mucho por salir adelante y habíamos conseguido cosas. Soplaba un aire de sur templado. Parecía que la vida iba a comenzar de un modo diferente. Una noche de magia. Una noche para el recuerdo.

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