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jueves, 19 de enero de 2012

UN AULLIDO PUEDE DESCONCERTARNOS, QUIZÁS ROMPERNOS LOS ESQUEMAS.

Nos pusimos a caminar por la senda angosta de Nuhns plenos de energías atravesando montañas. Hay veces que uno se siente con ganas de vivir, de estar rodeado de naturaleza, de tierra, de plantas, de aves que te sobrevuelan. Había nubes en el cielo, pero no eran amenazadoras. Sin darnos cuenta ya llevábamos varias horas de camino. Parábamos a beber en algún riachuelo. Descansábamos a veces y comíamos parte de unos frutos secos que llevábamos en la mochila.

Cuando estaba anocheciendo llegábamos a Nuhns. Era un pueblo tranquilo. Unas pocas personas estaban fuera de sus casas y se nos quedaron mirando. Poco a poco fueron saliendo más. Había chiquillos que se nos fueron acercando. Sabían a qué veníamos.

Nos llevaron rápidamente a la cueva cerca del cementerio. La cueva había surgido después de intentar cavar una tumba para uno de los vecinos que había fallecido. Todo se había hundido y quedaba en evidencia que la razón había sido una cueva que parecía coincidir con la excavación de la fosa. Nos mostraron enseguida los caracteres tan extraños que estaban grabados sobre las paredes de la cueva. Nos enfrentábamos con un enigma. Aquello representaba algo, pero ese algo pertenecía a otra época y a otra mentalidad posiblemente. Karlog nos dijo que todo parecía tener más de mil años. ¿Quiénes habían excavado la cueva y por qué? ¿Qué decían aquellos caracteres?

Para Milah todo habría de ser muy prosaico. Estaba siempre muy segura que nada que se descubra del pasado remita a nada que no sirva fines muy profanos. Podría haber sentidos religiosos o místicos, pero nada de misterios inalcanzables con la razón y el sentido común. Todos compartíamos esa postura. Después de todo, todo tiene siempre una explicación muy humana. Cenamos en la taberna del pueblo y pronto nos fuimos a la cama. Unas familias nos ofrecieron habitaciones que tenían desocupadas.

Y a las tres de la mañana oímos aquel sonido espantoso. Nos levantamos sobresaltados y salimos a la galería de la casa. Nuestros compañeros hacían lo mismo desde la casa de enfrente.
--¿Habéis oído?
Sí, claro que habíamos oído. Pudo haber sido un animal que había dado alaridos ante cualquier ataque de otro animal.
--No--, dijo Úrsula, --eso no es el alarido de ningún animal. Eso ha de ser otra cosa.

Otra cosa, pensé yo. Otra cosa. ¿Qué cosa?
--El sonido viene de la cueva abierta por la tumba. Las galerías de la cueva han hecho de resonancia. No hay porqué asustarse;--dijo Karlog.

Y volvió a sonar. El pueblo entero estaba aterrado. No era un sonido fácil de calificar ni clasificar. Bajamos todos a la plaza del pueblo. Quizás la única plaza ya que más que pueblo Nuhms se trataba de una aldea. Fue allí donde un señor ya muy mayor nos advirtió:
--Han vuelto otra vez. Mi abuelo me había hablado de lo que sus abuelos y tatarabuelos le habían contado. Me decía que durante la monarquía Kench unas gentes de costumbres nómadas habían acampado por los alrededores del pueblo, entonces algo más grande. Estuvieron unos meses y su contacto con los habitantes de Nuhms había sido mínimo. Hablaban una lengua rara que nadie entendía, pero que a base de gestos y de alguna palabra de nuestro idioma mal aprendida, lograban comprar o intercambiar cosas. Por las noches hacían una gran hoguera y cantaban cánticos muy extraños. Tan extraños que a las gentes del pueblo les inquietaban. Un día sin saber por qué desaparecieron. Se fueron. Pero a los dos días de irse, se oyó un sonido como el que ahora hemos oído. Era un aullido, según mi abuelo, horrorosamente lastimero. Un sonido que parecía surgir de las entrañas de la tierra. Al día siguiente no vieron nada raro. Bueno, si vieron el terreno aplastado del campamento de aquellas gentes errabundas; y, si vieron como una especie de agujero en el suelo donde posiblemente se había clavado una estaca de sujeción de alguna tienda. Pero uno de mis tatarabuelos comprobó que aquel agujero era demasiado profundo para tal menester, aunque nadie pareció darle importancia. A la semana siguiente volvió a sonar el aullido, pero esta vez parecían varios aullidos. Pero no eran los aullidos de un animal cualquiera, ya que alguien notó que había una singular cadencia que indicaba inteligencia. No se volvieron a oír más, pero el acontecimiento quedó transformado en leyenda que solo unos pocos conocemos como leyenda. Nada más que como leyenda.

Bueno. Aquello nos dejó un tanto confusos. Nos sentamos en los escalones del templo sin saber qué hacer.
(Continua arriba)

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