Visité Oklahoma por primera vez en junio del año 1979. Fue
un viaje que hice solo desde Austin, Texas, hasta Fayetteville, Arkansas. Crucé
el Red River y me metí de lleno en territorio de Oklahoma. Tenía puesta música
de Pink Floyd en el radio-cassette y me sentía flotando en medio de aquellas
grandes llanuras
inmerso en los acordes de The Other Side of the Moon. Había
cogido la 69 Norte y cruzaba pueblos polvorientos y solitarios, ranchos que se
perdían en horizontes lejanos. Atravesaba lagos y grandes reservas de agua que
se nutrían del Canadian River. Al llegar a Muskogee cogí la 69 Este en
dirección al norte de Arkansas. Crucé al imponente Arkansas River y luego fue
un lento y agradable internarse en praderas, bosques y suaves colinas. Abrí las
ventanillas del coche para que soplara la templada brisa de la primavera tardía
y pronto llegaba a Tahlequah, la capital oficial de la nación Cherokee desde
1839. Me llamaban la atención los letreros en grafía Cherokee e incluso las
señales de tráfico. Paré por un momento a tomar un café en este pueblo de 16,000
habitantes, sede de la Northeastern State University y pude ver a familias
indias cenando en el gran comedor del Hungry House café de la Muskogee Avenue.
Luego seguí ya derecho hasta Fayetteville donde me esperaban mis amigos Dorla y
Steve. Pero la ruta 69 se volvió especialmente bucólica en ese tramo donde ya
comienzan a aparecer las leves estribaciones de los Ozarks. Había
casitas-rancho con sus cercas entrecruzadas de madera pintada en blanco y los
prados ya verdes y una congregación de los nazarenos hacía su culto todos
sentados afuera en el jardín de la iglesia con sus biblias, cantando himnos.
Llegué a Fayetteville ya de noche. Robbie llegaba un día más tarde por avión
una vez acabadas las clases del semestre.
Un día Dorla y Steve nos llevaron a ver Tulsa (1,000,000 h.
en toda su extensión), la gran ciudad del noroeste de Oklahoma. Era una ciudad
preciosa, con muchos parques y jardines verdes. Se respiraba un alto nivel de
vida, por lo menos en apariencia. Se sentía una sensación de vivir en una
especie de realidad encapsulada en grandes coches climatizados que se
deslizaban sin apenas sentir ruido de motor alguno. Todo limpio e higiénico. Y
en Tulsa lo que más me sorprendió fue la famosa Oral Roberts University; una
universidad de arquitectura futurista construida por el famoso predicador pentecostal,
Oral Roberts, de la Pentecostal Holiness Church y más tarde de la United Methodist
Churh; pionero del televangelismo y un
hombre de gran carisma en el
protestantismo americano. El campus de la universidad ocupa un buena parte del sur
de la ciudad y acoge a 3,500 estudiantes. Antes de matricularse han de prometer
abstenerse de alcohol, lenguaje blasfemo, sexo prematrimonial o cualquier acto
sexual ilícito, drogas y someterse a un código de vestimenta bastante estricto.
La universidad goza no sólo de una buena reputación académica en los EEUU, sino
también está entre las 125 mejores del mundo. Tulsa, antigua ciudad del petróleo,
está cruzada por el Arkansas River y hoy día sigue gozando de un nivel
financiero y económico envidiable.
Mi último viaje a Oklahoma fue en 1985. Robbie y yo en un
viaje cross-country a través de USA entramos en Oklahoma después de cruzar el
Texas Panhandle o el territorio en forma de mango cuadrado que destaca en los
mapas del estado. Cruzamos grandes ranchos cubiertos de miles y miles de
cabezas de ganado que despedían un olor un tanto nauseabundo alo largo de la
carretera en dirección Wichita, Kansas. Nada que destacar en aquel último
viaje. De nuevo era perderse por las llanuras y atravesar ocasionalmente alguna
reserva india.
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