fascista. Y cuando llegaba el recreo salían al patio de piedras incrustadas de la Escuela Municipal de Sama de Langreo, en la húmeda y verde Asturias; y llevaban su propio vaso para que se lo llenaran de leche en polvo disuelta en agua y luego les entregaban un trozo de queso amarillo que era la ayuda del Plan Marshall americano a Europa y que también llegaba a las escuelas públicas de la oscura España de Franco. En Sama vivió hasta los seis años y mi tío recuerda que su casa era una casa muy pobre, casi parecida a una cueva que hacía de sótano de otra casa grande, y el pasillo entre la cocina y la única habitación en que dormía la familia pues se abría al cielo sin ningún tejado y entonces para pasar a la cocina a desayunar pues la lluvia o el frío cortante del invierno solía saludales por la mañana temprano. La habitación “familiar” tenía como vecino de pared la cuadra de un mulo que de noche no dejaba de cocear o de bramar.
Un recuerdo temprano de aquella casa y de aquellos años fue la persecución y acoso que hizo su padre a una rata enorme que solía merodear por el pasillo y amenazaba entrar en la cocina o habitación; pero aquel día la rata no pudo escapar y se metió en un agujero bajo el pilón que hacía de lavabo y lavadero a un extremo del pasillo. Entonces su padre prendió fuego a un rollo de papeles de periódico y lo metió por el agujero y la rata daba unos chillidos espeluznantes que todavía hoy día, después de 60 años mi tío dice que puede oír. En Sama de Langreo pasaron muchas cosas más. En la escuela el maestro les decía que había que traer leña para la estufa, pero para muchos era muy difícil subir al monte a por leña, así que aquellos que vivían en una casería traían la leña y el maestro los sentaba al lado de la estufa mientras los demás pasában frío alejados del fuego. También le llevaban varas para golpearles y solía estrenarlas dándoles varicazos en las piernas o en las manos por no memorizar bien la tabla de multiplicar o el catecismo.
En el año 1957 su familia fue a vivir
a Madrid y allí fue otro mundo para él. Para empezar casi todos los
días hacía sol y las montañas quedaban muy lejos. Un día iba en
el tranvía mirando las vías por la ventanilla trasera y de repente
se dio cuenta que se le iba la cabeza. Tenía casi 40 de fiebre y
cuando llegó a casa entró en la cama y no salió de ella en casi 20
días. Su hermano mayor y él habían contraído la famosa gripe
asiática y recuerda mi tío que cuando se les levantaba de la cama
caía de pura debilidad. Día tras día con fiebre de entre 38 a casi 40
grados. Pero la infancia de Madrid la recuerda con gana porque en la
Colonia donde vivían eran muchos críos con muchas ganas de jugar y
jugaban al robaterrenos y al gua y al rescate y al escondite y al
burro. A veces declaraban la guerra al barrio de El Negro que era un
barrio no muy lejos de la Colonia donde vivía gente muy pobre y
ellos venían con pértigas para invadir la Colonía que por ser
propiedad privada tenía una valla que la rodeaba como si fuera una
muralla medieval. Así que no podían invadirles y les tiraban
piedras y aquello era una verdadera batalla campal donde tenían que
intervenir los mayores para evitar daños reales. También en Madrid
tuvo de profesor y director de colegio a un señor muy pequeño de
estatura que se llamaba D. Francisco. Cuando Don Francisco estaba de
malas solía hacer una rueda de tortas o de golpes en las manos con
un palo. Entonces toda la clase desfilaba ante la diminuta figura del
profesor y cada uno recibía un par de bofetones en la cara o recios
palos en la palma de la mano.
Un día Don Francisco dejó a un alumno
de vigilante mientras él se ausentaba por unos minutos. Aquel
alumno
iba apuntando a los que hablaban en el encerado y mi tío Vital
parecía ser uno de ellos. Así que ni raudo ni perezoso cogió una
pelotilla y se la tiró, pero con tan mala suerte que fue a caer en
el mismo cuadro de Franco que presidía la clase y quedo allí
pegada. Cuando volvió Don Francisco lo primero que vio fue la
pelotilla allí pegada como una mueca de burla a la majestuosa figura
del Caudillo. Don Francisco entonces se puso pálido de ira contenida
y con una gravedad estremecedora y amenazas contra toda la clase
pidió que saliera el culpable de aquella ofensa. Mi tío entonces,
para evitar un castigo colectivo, se levantó y dijo que era él
quien había tirado la pelotilla. Recuerda que de la primera bofetada
cayó al suelo; luego Don Francisco lo levantó y siguió pegándole
hasta que le saltó la sangre por las narices. Dice que estaba
aturdido y en medio de un paroxismo que no sabía descifrar ni
comprender. No sabía que aquella pelotilla podía llegar a ser tan
grave y tan sacrílego. Estuvo dos semanas castigado hasta las siete
todos los días. Tenía 10 años y estaba en 1º de bachiller.
En el año 1962 volvió su familia a
Asturias a un pueblo minero llamado Lieres. No le gustó volver a un
pueblo después de vivir en la capital, pero su padre había
encontrado un trabajo que le gustaba. Lo que recuerda de Lieres fue
que un día la profesora de ciencias les mandó traer minerales a
clase. Mi tío entonces preparó parte de la colección de minerales
en una caja de zapatos y se fui a la cama contento porque al día
siguiente iba a poder lucirse con sus compañeros con su buena
colección. Pero he aquí que cuando la profesora iba pidiendo las
muestras de minerales a cada uno y llega el turno de mi tío, se
encuentra que cuando abre la caja hay un par de zapatillas viejas y
malolientes en lugar de los minerales. No podía creerlo. Casi se
desmaya. Su hermano mayor le había gastado una broma demasiado
pesada.
En el año 1964 fueron a vivir a Gijón
y en septiembre empezó a trabajar con 14 años en una fábrica de
cera y betún ganando 25 pesetas a la semana. Hacía los recados y
recorría Gijón en bici y dice que se lo pasaba muy bien. También
pedaleaba un triciclo con una caja de carga delantera donde llevaba
los barriles de cera a facturar a las empresas de transporte. Más
tarde trabajó en una imprenta donde le echaron porque su horario de
estudios nocturnos se interfería alguna tarde con el horario del
taller. Así que empezó a trabajar en un taller de fabricación de
piezas de goma y allí tuvo su primera experiencia “sindical”.
Recuerda que había descontento en el taller entre los aprendices de
su edad porque el negocio prosperaba y ellos seguían ganando lo
mismo de siempre, o sea, cuatro perras. Entonces un día se reunieron
en una cafetería y
decidieron que al día siguiente irían todos a
hablar con el jefe y pedirle un aumento de sueldo. Cuando llegó el
día y la hora se hicieron señas y mi tío salió de su puesto de
trabajo y fue derecho a la oficina, pero al caminar se dio cuenta que
los demás se cagaban de miedo y no le estaban siguiendo. Él
continuó hasta meterse en la pequeña oficina que vigilaba el
taller. Allí estaba el jefe y con voz temblona le dijo que querían
un aumento de sueldo. El jefe sin ningún reparo le cogió por los
hombros, le dio la vuelta y de una patada en culo le sacó de la
oficina casi dándose de bruces en el suelo. Tenía 16 años y dice
que se dio cuenta que la cobardía suele dominar más que la valentía
en muchas personas. Fue una lección. A la semana siguiente les
aumentaron el sueldo.
Mi tío trabajó en muchos sitios más
y luego se casó con una americana y se fui a los EEUU a estudiar.
Acabó su carrera de filología inglesa y de magisterio y vivió en
el estado de Texas por varios años. Más tarde vivió y trabajó en
Washington, la capital de USA. Muchas cosas más me contó mi tío.
Sus viajes a México y los peligros que allí le surgieron. Su vida
de estudiante y trabajo en un hospital, en un MacDonald, en una
biblioteca universitaria. Hoy día está jubilado de la enseñanza.
Fue profesor de inglés por varios años en España. Podría seguir
contando pero creo que el tiempo no me lo permite.
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