ahogarle o deshacerse de él de cualquier modo horroroso. La primera vez que abrimos la puerta y le vimos salió como asustado y se escondió tras unos setos que rodeaban la piscina. Quedamos un poco sorprendidos Robbie y yo al ver aquel gato tan dañado. Nos parecía un gato de raza, no me digan cual, por su pelo tan elegante, por sus facciones. Parecía haber sido un gato que había vivido bien hasta entonces. Quizás luego se escapó y comenzó a vivir una vida de alto riesgo; o quizás los mismos dueños se quisieron deshacer de él. Nunca lo podremos saber.
Al segundo día Paco se quedó allí al lado nuestro cuando abrimos la puerta por la mañana temprano. Nos dio mucha pena de él. Aquella mirada era la de un animal que estaba pidiendo compasión y dignidad al mismo tiempo. La mirada de Paco era una mirada directa, inteligente; era un gato que a pesar de su estado intentaba dar una imagen de cierta altivez. El caso es que lo dejamos pasar a casa, y pronto nos dimos cuenta que sus heridas eran serias, así que aquella misma tarde lo llevamos al veterinario. Le cosieron el cuello, le tuvieron que cortar el rabo y después de unas dosis de antibióticos Paco ya estaba como un rey. De hecho pasó a ser el rey de la casa. Era un gato muy despierto, siempre atento a lo que sus amos hacían; siempre dispuesto a acompañarnos como si fuera un perro. Paco no era gato de estar en casa; cuando quería salir avisaba y se pasaba horas fuera; cuando llegaba el momento llamaba a la puerta o se subía a una ventana y rascaba la pantalla mosquitera. Solía dormir en casa y a veces lo hacía al pie de la cama. Por la mañana era normal que se arrimara a mi cara medio dormida y me mirara con aquellos ojazos como diciendo: “Qué, compadre; ya es hora de levantarse.” Me tocaba la cara con la pata y luego se dejaba acariciar con gusto y agradecimiento. Entre él y yo había verdadera empatía. Nos habíamos llegado a entender.
Cuando llegaba del trabajo después de enseñar en el Santa Rosa High School Paco estaba allí para subirse rápidamente a mis rodillas sentados en el sofá y los dos escuchar algo de música. Por la noche cuando iba a dar un paseo solitario por los alrededores de los apartamentos y cerca del Hospital General de Valle del Río Grande, Paco venía conmigo como si fuera mi amigo. Siempre recuerdo esa su mirada despierta, esa disposición a ser cómplice de nuestra vida con expresiones de contento, de cariño; pero al mismo tiempo la mirada clara, inteligente; una mirada que expresaba dignidad felina. Paco era una criatura que daba más vida a nuestra vida. Un gato que nos había enseñado ese lado de feliz inocencia animal que los humanos parece que hemos perdido o quizás nunca tuvimos. Cuando llegábamos a casa ya esperábamos a Paco en algún momento, como si fuera un crío en la familia.
Pero todo llega a su fin. Decidimos entonces ir a trabajar a un colegio bilingüe de Madrid y Robbie y yo dejamos de trabajar para el Santa Rosa Independent School District aquel verano. Robbie se había adelantado a hacer un curso en Madrid de español patrocinado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y yo quedé con Paco una semana más en el apartamento haciendo los planes de traslado. Fue una de las semanas más tristes de mi vida. Paco intuía que algo había dejado de ser lo mismo. Que algo estaba pasando que acabaría con esa vida tan hermosa para él. Yo le tenía que llevar a Houston a casa de mis suegros en Pasadena. Paco se quedaría allí con ellos. Pero cuando llegó el momento de darle la pastilla que lo atontara y meterlo en el coche y conducir hasta Houston sentía que mi alma se llenaba de tristeza. Fue un
viaje triste, muy triste. No acababa de comprender por qué un gato había sido capaz de ganarse mis afectos más profundos; pero Paco lo había hecho y ahora estaba allí con los ojos medio cerrados esperando un abandono seguro que para él sería otra nueva vida llena de aventuras gatunas.
viaje triste, muy triste. No acababa de comprender por qué un gato había sido capaz de ganarse mis afectos más profundos; pero Paco lo había hecho y ahora estaba allí con los ojos medio cerrados esperando un abandono seguro que para él sería otra nueva vida llena de aventuras gatunas.
Me enteré unos dos años después cuando un día pregunté por él desde Washington a mi suegra por teléfono que qué tal Paco; ella me respondió con tristeza. A Paco lo había atropellado un coche en la misma calle donde vivían y por el acento de su voz comprendí que nuestro gato también había ganado sus corazones. A veces la vida nos hace ver esos momentos de profunda nobleza y amor que pueden sellar una amistad inocente, de mirada sencilla a las cosas. Paco fue un regalo que nos llegó de la forma más inesperada y se había ido también de la manera menos esperada. Sirva esta sencilla historia de homenaje a Paco, el gato que un día llamó a nuestra puerta.
ResponderEliminarEl último de Filipinas5 de mayo de 2014, 16:12
Hay que ver cómo sienten los dueños de gatos que sea tan falso eso de que tienen siete vidas.
pum5 de mayo de 2014, 22:15
un relato bonito. Me ha gustado leerlo. Gracias
Nesalem6 de mayo de 2014, 13:32
He de reconocer que me costó trabajo volver a rememorar a Paco después de más de 30 años de aquella experiencia. Siempre quise dedicarle algo, escribirle algo, hacerle una canción o un poema; pero siempre me reprimía. Siempre acudía a mí esa voz que me decía: "pero hombre, si era sólo un gato; no seas ñoño". Por fin me decidí. La experiencia de Paco era más profunda de lo que yo pensaba. Tenía necesidad de revivirlo, de volver a verlo corretear por la casa y por la calle junto a mí. Sobre todo aquellas noches de luna llena de El Valle del Río Grande cuando caminábamos bajo las palmeras que rodeaban los grandes descampados. Descubro que Paco se va transformando como un pequeño angelito; o quizás un fuerte símbolo que apunta a la amistad fiel, al cariño y amor a la vida. No hay por qué reprimirse cuando se ha vivido algo así. Sea un gato. Claro que un gato. ¿Por qué no?