El grupo de niños iba dirigido por una profesora que veía la vida como una prueba para ser mejor. Se adaptaba al mundo de los chiquillos con naturalidad. Se hacía niña con facilidad y entonces buscaba el lado infantil de la enseñanza del inglés. Jugaba con ellos. Hacían teatro con personajes sacados del imaginario mítico de la infancia. También giñol o marionetas. Les introducía en el mundo de los trabajos manuales con las instrucciones en inglés y los niños aprendían a hablar dicho idioma con plena naturalidad. La empatía era casi total. La profe había encontrado su vocación. Quizás fuese esa su felicidad real. Nadie sabe lo que hay dentro de un cuerpo. Lo que bulle en un cuerpo. Las intensidades que recorren un cuerpo. El alma de un cuerpo.
La infancia de la profesora había sido infernal. Una madre posesiva y desequilibrada. Un padre con alto nivel de profesionalidad, pero alcohólico; y, cuando alcohólico agresivo y violento. La niña, futura profesora, vivía en un escenario de violencia contínua entre sus padres. Incluso en algún momento hubo de llamar a la policía para intervenir entre sus padres. La madre era un cuerpo que engordaba sin límite, un cuerpo que debía de estar más lleno todavía para satisfacer impulsos incontrolables. La niña, la futura profesora, era el objeto donde la madre/cuerpo o cuerpo/madre intentaba llevar a cabo su obra desquiciada; su producto de marca. Instalaba en la niña ambiciones de estudiante perfecta para luego machacarla a reproches y humillaciones cuando las cosas no parecían ser tan perfectas. El padre viajaba continuamente por motivos de trabajo, y cuando llegaba a casa bebía y veía partidos de fútbol en aquellos ratos que no discutía o peleaba con su mujer.
Pero aun así la niña había llegado a ser estudiante de instituto con muy buenas notas y menciones honoríficas; una de ellas del mismo gobernador del Estado, pero cuya mención certificada ella, la niña, jamás había llegado a saber que existía. Nunca había llegado a sus manos. Nunca su madre se lo había dicho. La había guardado en el último rincón de algún perverso y demoníaco armario para permanecer allí hasta incluso después de la muerte prematura de la profesora, la gran profesora que sabía hacerse niña en el mundo de los niños y los niños aprendían con naturalidad en su mundo mítico de inocencia.
Al año de la muerte de la profesora, el viudo y la hija de aquella niña, descubren entre los documentos de la madre/cuerpo, cuerpo/madre, que ahora se les entregaba como herencia, un certificado del gobernador del estado haciendo mención honorífica a la niña que habría de ser profesora y que había intentado por todos los medios y esfuerzos llegar a ser la niña que su madre esperaba. Lo había conseguido, y para ella haber recibido tal honor cuando más lo necesitaba hubiese sido un gran estímulo y una reafirmación de sus capacidades intelectuales; pero para el cuerpo/madre ver a su hija crecer y hacer valer su inteligencia más allá de la vulgaridad de la madre/cuerpo, era verse a sí misma encerrada en su infernal realidad sin salida posible.
La infancia de la profesora había sido infernal. Una madre posesiva y desequilibrada. Un padre con alto nivel de profesionalidad, pero alcohólico; y, cuando alcohólico agresivo y violento. La niña, futura profesora, vivía en un escenario de violencia contínua entre sus padres. Incluso en algún momento hubo de llamar a la policía para intervenir entre sus padres. La madre era un cuerpo que engordaba sin límite, un cuerpo que debía de estar más lleno todavía para satisfacer impulsos incontrolables. La niña, la futura profesora, era el objeto donde la madre/cuerpo o cuerpo/madre intentaba llevar a cabo su obra desquiciada; su producto de marca. Instalaba en la niña ambiciones de estudiante perfecta para luego machacarla a reproches y humillaciones cuando las cosas no parecían ser tan perfectas. El padre viajaba continuamente por motivos de trabajo, y cuando llegaba a casa bebía y veía partidos de fútbol en aquellos ratos que no discutía o peleaba con su mujer.
Pero aun así la niña había llegado a ser estudiante de instituto con muy buenas notas y menciones honoríficas; una de ellas del mismo gobernador del Estado, pero cuya mención certificada ella, la niña, jamás había llegado a saber que existía. Nunca había llegado a sus manos. Nunca su madre se lo había dicho. La había guardado en el último rincón de algún perverso y demoníaco armario para permanecer allí hasta incluso después de la muerte prematura de la profesora, la gran profesora que sabía hacerse niña en el mundo de los niños y los niños aprendían con naturalidad en su mundo mítico de inocencia.
Al año de la muerte de la profesora, el viudo y la hija de aquella niña, descubren entre los documentos de la madre/cuerpo, cuerpo/madre, que ahora se les entregaba como herencia, un certificado del gobernador del estado haciendo mención honorífica a la niña que habría de ser profesora y que había intentado por todos los medios y esfuerzos llegar a ser la niña que su madre esperaba. Lo había conseguido, y para ella haber recibido tal honor cuando más lo necesitaba hubiese sido un gran estímulo y una reafirmación de sus capacidades intelectuales; pero para el cuerpo/madre ver a su hija crecer y hacer valer su inteligencia más allá de la vulgaridad de la madre/cuerpo, era verse a sí misma encerrada en su infernal realidad sin salida posible.
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