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viernes, 27 de agosto de 2010

MI LLEGADA A AMÉRICA (The United States of AMÉRICA).


Hasta diciembre de 1974 con 24 años yo creía que el mundo más o menos era la cotidianeidad asturiana y española y mis proyecciones a partir de tal cotidianeidad. Cuando llegué a Estados Unidos experimenté un corte radical con lo que hasta entonces había sido mi vida. La llegada a Houston y posterior viaje en taxi a la ciudad satélite de Pasadera fue el principio de una total desfamiliarización o desplazamiento conmigo mismo. Había llegado cuando ya era de noche y todo me indicaba que estaba resucitando en otra dimensión o en otro planeta. Desde la ventana del taxi veía una ciudad y unas avenidas o calles, pero era incapaz de establecer coordenadas de identificación que dieran sentido a aquella ciudad. Más que una ciudad me parecía un fantástico y gigantesco ferial de exposición de múltiples marcas y productos sacado de alguna película de Walt Disney. El derroche de luminosidad y colorido de tantas y tantas tiendas y pequeños y grandes centros comerciales y restaurantes y estaciones de servicio y concesionarios de grandes automóviles con sus banderitas y profusa iluminación, e iglesias protestantes de todas las denominaciones y sinagogas y hasta alguna iglesia católica perdida y asimilada al mundo de la hipermoderna herejía; todo ello me iba sumergiendo en algún rincón lejano o perdido de mi imaginación. Quizás una infancia paralela que se estaba filtrando por alguna grieta que ya se había abierto en mi alma. Todo ello me parecía producto de una magia infantil desenfrenada. ¿Dónde están los edificios donde vive la gente? me preguntaba. ¿Dónde están las calles normales y corrientes con sus aceras y la gente caminando? pues me sorprendía no ver a nadie por aquellas avenidas. nadie caminaba y nadie parecía vivir allí y ningún edificio normal de pisos u oficinas mostraba su fachada.

El taxi entonces entró en zonas residenciales donde vivía la gente y a través de la ventana trasera (la Sra.Bjoraas iba delante y dos de sus hijos pequeños compartían el asiento trasero) iba viendo casas de tipo chalet que parecían salir de un libro de cuentos y sin vallado alguno que cerrase los jardines. Algunas parecían preciosos castillos o palacios de variada arquitectura, otras eran más sencillas y funcionales pero de una estética para mi desconocida. A un lado y otro del taxi enormes coches zumbaban como grandes moscones pero sin ser capaz de oír el ruido de ningún motor al modo de los que en ese momento y época pasaban a ser pequeños o diminutos coches españoles. También comencé a distinguir los complejos de apartamentos ajardinados y con nombres exóticos donde vivían también otros seres humanos, quizás con menos medios. Pero todo ello también parecía salir de una irrealidad difícil de interpretar y así el taxi continuaba circulando hasta llegar a la casa de los Bjoraas. Los niños entonces saltaron del coche contentos y directos a la puerta de entrada gritando Santa Claus is coming!! Santa is coming!!. Efectivamente, la ciudad mostraba también la proximidad de las Navidades y los letreros de Merry Christmas habían sido visibles a lo largo del recorrido de las zonas residenciales y todo era muy grande, muy extenso y todo eran jardines o arboledas que desde la tonalidad oscura de la noche parecían profundas y hasta siniestras. Pasadena parecía una ciudad, pero no era ciudad; parecía un parque natural pero tampoco lo era a juzgar por la intensa y mágica luminosidad comercial y las casas residenciales. Pasadena era algo indefinido, algo indescifrable, algo ambiguo; un perfecto misterio a explorar. “Merry Christmas” gritaban los niños y “Let’s get the tree from the garage!! Merry Christmas. Robbie estaba todavía en la Universidad de Texas y llegaría días después. Yo, entonces, me instalé en la casa y el aire climatizado se puso en movimiento mientras quitaba los zapatos para sentir la superficie mullida de una moqueta de fibras vegetales que invitaba a sentirme en la más absoluta funcionalidad y comodidad. Afuera se podían ver árboles profundos y un jardín que apenas dejaba percibir la casa de la familia vecina.

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