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lunes, 6 de diciembre de 2010

LA ISLA DESCONOCIDA

Estábamos en una pequeña playa cerca de la ciudad. Éramos varios amigos y familiares y bastante más gente. Hacía un buen día. Por alguna razón a alguien se le ocurrió salir en barca fuera borda. Y así fue cómo fueron saliendo varios grupos en barca fuera borda y en fila india. A nosotros también nos dio por salir detrás del grupo. Conmigo iba alguien, no me acuerdo quién era. Detrás venía mi hija en una barquita muy endeble con un primo suyo. El sol brillaba y todos íbamos metiéndonos mar adentro. Pero de repente yo me di cuenta que nos estábamos metiendo demasiado adentro y las barcas no eran lo suficientemente seguras para meterse tanto. Detrás venía mi hija en la barca endeble y quizás no pudiera soportar la velocidad que llevaba el grupo. Yo empezaba a tener miedo y de vez en cuando miraba hacia atrás. El grupo seguía y seguía e iban formando una estela, como un camino en un mar que se iba oscureciendo. Se iba haciendo cada vez más oscuro, un azul muy oscuro; demasiado oscuro. También se estaba enfureciendo. En un momento dado quise salirme de la fila para dar la vuelta y así hice una señal a mi hija que venía detrás con su primo. Parecían estar al límite. Pero al intentar salir el oleaje nos lo impedía y sentí terrible angustia. Ya era tarde para dar la vuelta y había que seguir hasta que al grupo le diera la gana. Seguimos y seguimos, pero mientras siguiéramos la estela el mar parecía seguro. Sin embargo unos metros más allá del límite las olas eran estremecedoras. Ahora incluso el cielo de alta mar se había vuelto también oscuro, como de tormenta. Unos minutos más tarde llegábamos a una especie de isla o islote.

No sabía que a unos kilómetros de la costa de mi ciudad había una isla o islote. Fuimos llegando y bordeando un dique hasta llegar a un pequeño puerto. Increíble. ¿Cómo era posible que nunca hubiéramos sabido de tal isla? Una isla con un muelle para barcos pequeños con algún edificio como de almacén y en lo alto de una colina había un fuerte de piedra gris que llamaba la atención. Ese fuerte había estado ahí siempre y yo sin saber nada. Extraño. Llegamos y nos bajamos. En ese momento surgía del mar oscuro un barco que venía de lejos. Era un barco de carga de tamaño mediano y pronto entraba en el muelle y amarraba. Había obreros en el pequeño puerto que ahora ya no nos parecía tan pequeño. Me puse entonces a inspeccionar la isla yo solo mientras los demás paseaban por el puerto. Fui de un lado para otro y me di cuenta que bajando una especie de carretera se llegaba aun gran garaje. Yo quise entrar al garaje porque me parecía un garaje moderno y con coches de alquiler. Cuando iba a entrar alguien me pidió mi número clave para poder abrir la puerta. Yo no sabía qué número clave tenía y así se lo dije al guarda por el micrófono. Pero el guarda me respondió que sí sabía cual era el número lo que pasaba era que no me acordaba y si no podía dar la clave entonces no me podía dar mi coche. ¿Qué coche? Yo no tenía allí ningún coche. El guarda me dijo que sí y que era cuestión de saber la clave. Como no la sabía pues entonces me envió a otras dependencias.
 Poco a poco fui entrando en una salón muy grande donde había mucha gente escuchando a alguien hablando desde un púlpito. Lo curioso era que el púlpito estaba encaramado en una plataforma en la parte superior de un patio de butacas escalonado como en un cine, pero el púlpito en lugar de estar donde la pantalla o escenario, estaba en la parte opuesta, o sea: arriba encaramado y presidiendo sobre todos los que estaban abajo escalonados y mirando para arriba  en extraña posición. Toda la parte de arriba a los lados del púlpito estaba ocupada por gente sentada en butacas que miraban hacia abajo. Me di cuenta que era una iglesia protestante y que tenía mucha gente y que los pastores gozaban de autoridad y respeto y toda la iglesia parecía tener mucha actividad y mucho ánimo. Yo no sabía cómo sentarme y estaba algo incómodo pero con ganas de seguir allí a pesar de todo. Luego cuando acabó el culto bajé y miré hacia arriba y la decoración era a base de planchas de madera roja sin ninguna cruz o versículo bíblico. Fui saliendo y afuera había un parque infantil. Hacía sol y calor veraniego. De repente veo al sobrino mío que venía con mi hija discutiendo con su padre, un hermano mío que llevaba mucho tiempo viviendo fuera. La discusión era por una cuestión de una paga que el muchacho recibía de su padre y esa paga estaba relacionada con el porcentaje de gasolina que el padre (mi hermano) echaba en el coche. A tantos litros tanta paga en función de no sé qué porcentaje por litro. Así que mi sobrino recibía esa paga en función de litros de gasolina que iba consumiendo el coche de su padre y discutían por esa cuestión, pues a mi sobrino le parecía injusto. Yo dije que sí era justo y luego todo se fue difuminando en una luz que provenía de la ventana de mi habitación. ¿Despertaba? ¿Cambiaba de sueño? ¿Había sido un sueño? No lo sé. Medito sobre ello mientras camino por el muelle de la isla que desconocía existiera tan relativamente cerca de mi ciudad. La mar está ahora tranquila. Alguien me espera para subir a la barca fuera de borda y volver a la ciudad. Pero también al mismo tiempo por la ventana veo una montaña y el día es lluvioso y frío.

1 comentario:

  1. Curioso. Me recuerda la visita a la isla de Tabarca que hice hace unos tres años. El fuerte, el pequeño puerto, la exploración de la isla, el grupo familiar-amical... Se sale de Santa Pola (que es realmente una ciudad) y hay una cierta distancia, como en el relato, sobre un mar proceloso.

    Runand

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