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domingo, 31 de octubre de 2010

DUERME, MALDITO, DUERME (SI PUEDES)

Como era una de esas noches en que no cogía el sueño abrumado por los problemas de la enseñanza, pues me sentaba en una butaca y trataba de relajarme de la mejor posible, o sea, tratando de trascender esas tensiones situándome en un universo lejano, en galaxias donde las miserias, las mezquindades y la crueldad insidiosa humana se trastocaran en atmósferas de nobleza, transparencia y respeto a la dignidad de las almas. A veces meditaba sobre Dios y sus designios para esta Tierra tan desbaratada y tramposa. Y entre meditación y reflexión lograba relajarme y centrarme para al día siguiente volver pelear contra la insolencia, la ignorancia y atrevimiento adolescente, sin más protección que un cinismo institucional que prefería mirar para otro sitio y dejar que los profes nos pudriéramos en círculos viciosos de neurosis, insomnios y depresiones. ¡Cabrones!

Esa noche parecía que después de viajar por alguna galaxia lejana y bondadosa, lograba coger el sueño y a punto estaba de retornar a la cama con mi mujer, mientras mi hija dormía ajena a todo este absurdo sufrimiento profesional; cuando empecé a oír un fuerte ruido que provenía de fuera de casa. Era un ruido como si algo estuviera reventando en algún sitio y se desinflara sin válvula alguna que lo contuviera. Eran las tres de la mañana y yo debía ser el único ser humano capaz de escuchar aquello que no acertaba a interpretar de ningún modo, pero que me estaba causando cierto nerviosismo. “¡Cago'n la leche!” dije yo para mí. “No hay maldita compasión para este triste humano que ha de levantarse a las siete sin apenas haber dormido y ya veremos cómo duermo si este ruido no se apacigua.” Entonces abrí la puerta y el ruido parecía como de una cascada desbocada que parecía provenir de muchos sitios al mismo tiempo: de arriba del sexto piso o el ático, o quizás del garaje, o quién la madre que lo parió sabía de dónde güevos salía aquel horror alucinante y a aquellas horas. ¡Cago'n la puta mil veces!

Salí al rellano con la bata cubriendo mi holgado esquijama y me paré a explorar el origen de aquella tromba de agua o gas o aire o lo que fuere. Porque fuere lo que fuere parecía que iba a explotar de un momento a otro y yo sería el único responsable de permitir que tal catástrofe aconteciera. Todo el mundo dormía y parecía dormir ajeno a tal demonio suelto en el portal. Abrí entonces la puerta que daba a las escaleras y el ruido aumentó tres veces más. Yo temblaba de miedo y terror. “¡Maldita sea!, esto es serio, jodidamente serio y tengo que hacer algo”. En ese momento me di cuenta que el ascensor subía y bajaba sin control; paraba en un sitio pero luego seguía bien para arriba y para abajo totalmente enloquecido. Y, en un momento dado, se paró en mi rellano del tercer piso y al abrirse la puerta salió una tromba de agua que me dejó las zapatillas y los pies pingando. El rellano quedaba inundado y yo ahora era un puto manojo de nervios maldiciendo el universo en arameo. ¿Qué demonios era aquello? ¿¡Qué estaba pasando!?

Entonces tomé la decisión de despertar al jefe de portal, pero no sabía quién era. Quizás sería mejor llamar al vecino de arriba para empezar. Así que subí al cuarto y toqué el timbre una y otra vez pero nadie respondía y yo bajaba de nuevo a mi rellano sin saber qué hacer. ¿Cómo era posible que fuese yo el único en escuchar aquel ruido? ¿Por qué no se levantaba nadie? Volví a subir y llamar y al cabo de un rato apareció el vecino todo confuso y legañoso. “¿Qué pasa?” dijo con voz una adormecida voz grave. Y al momento, “¿qué cojones es ese ese ruido?” Yo entonces le expliqué lo que había visto y entonces me dijo que esperara un poco. Volvió al momento algo más alarmado, su mujer asomaba por la puerta en camisón y todos juntos con los nervios en punta bajamos las escaleras a ver lo que era, pues el ruido más bien parecía provenir de abajo. Cuando llegamos al los escalones que daban al portal vimos que estaba todo inundado y una tromba de agua salía por el armario de los registros y contadores de agua. Era evidente que había reventado una tubería por algún sitio y aquello se había convertido en una laguna. Pronto varios vecinos aparecieron y mi mujer bajaba también alarmada. Decidimos acercarnos más y cuando bajaba los escalones resbalé de tal manera que fui bajando escalones rodando como una pelota y cayendo de lleno en la encharcada. ¡Maldita sea! Un vecino me ayudó a ponerme en pie y ahora estaba empapado hasta el esqueleto. “Habría que llamar a los bomberos”, comentaban algunos. “Sí, hay que llamar a los bomberos”, asentían todos.

Y así fue como aquel portal se reunía en camisones y pijamas a las tres y media de la mañana con aquel estrépito, mientras yo me decidía a volver a la cama con una chupa impresionante, con una muñeca recalcada que me empezaba a doler; y, sobretodo con unas ganas de poder dormir algo para empezar la maldita jornada de enseñanza levantándome a las siete para luego coger la autopista y hacer el humillante papelón de profesor.

LA NOCHE DEL TERREMOTO

Fue hace 15 años. Tenía un catarro que me hacía moquear. Pero los catarros también trastocan de alguna manera la normal manera de ver las cosas. Te hacen necesitar más de la familia, te hace más nostálgico; más hogareño con tu tacita de café caliente y algún cuidado especial por parte de los tuyos. Aquel día Roxana, que entonces tendría unos 7 años, pues también andaba algo resfriada y entonces decidió dormir con su madre en lugar de hacerlo en su habitación. Yo, entonces, estaba claro que dormiría en su habitación aquella noche. Pero antes de ir a la cama había una película que quería ver y que echaban en algún canal de televisión. La película creo recordar que se titulaba “El Ente” y era sobre una aparición o posesión demoníaca que acontecía en una casa o persona. Era una buena película del género que impresionaba un poco, incluso en personas un tanto escépticas con este asunto de Satán y sus apariciones. La verdad era que tanto las apariciones o posesiones de Satán o la de los muertos a través de mediums que dicen cosas, parecen decir y hacer las mismas estupideces que decimos o deseamos muchos humanos y “no mola”, como diría un chaval del siglo XXI. Así que después de vista la película, pues fui al catre de Roxana. Este catre llevaba adosados en forma de dos tableros anchos que luego formaban un puente-estantería para colocar libros. Me parece que también había una chapa cumen que cubría el lateral del lado de la pared. Ello era que todo aquel armatoste andaba un poco desvencijado y necesitaba de un curioso que le diera unos martillazos bien dados y con pulso, además, quizás; de unos clavos o cola que pegara el asunto de una forma decente y digna de un honrado hogar como aquel. Pero el responsable de aquello, o sea, yo; estaba con la cabeza hecha grillos con el maldito trabajo de profesor de instituto que nunca me dejaba un resquicio de paz y tranquilidad y, entonces, ponerme a reparar algo se me ponía cuesta arriba, tan cuesta arriba que no lo hacía.

Me eché en el catre y me dormí con ese molesto medio dormir a que te somete un catarro que crees que duermes pero lo que haces es instalarte en un umbral de acuosas ensoñaciones irritables y el descanso pasa a ser una tortura más en la colección de sufrimientos que la vida te ofrece. Así que cuando ya el sueño parecía instalarse definitivamente aquella noche, de repente, hacia las dos de la mañana; la cama empezó a moverse de atrás hacia delante y viceversa de un modo demencial. Parecía que el catre se desquiciaba sin remedio y no por deliberado y perezoso abandono, ya que aquellos movimientos— juro por los dioses— no eran de este mundo, sino salvajemente demoníacos, algo así como si una bestia rabiada me quisiera demostrar la existencia del mal en su pureza, un experiencia que me perforara hasta la médula ósea y entonces no habría más dudas sobre mi deteriorada fe en el más allá.
—¡Joder! ¡El demonio existe! —, murmuré para mí sudando en frío sin atreverme a levantarme allí acojonado entre las sábanas.
—¡Joder! ¡Joder! qué fuerte es esto.
De nuevo otro meneo escalofriante y la estantería de libros parecía venirse abajo y yo esta vez me dije: “Sea lo que sea, me voy a enfrentar a ello, ¡¡mecago’n su puta madre!!, no hay derecho a tocar los güevos de esta forma, sea el demonio o su reputísima madre.” Entonces encendí la luz y me senté sobre la cama sudando y temblando. Pero hete aquí que me fijo en la lámpara y la veo oscilando. “Date”, dije yo “esto ha sido un terremoto o algo parecido”. Fui entonces a la otra habitación y la madre y la hija dormían sin haberse enterado de nada. Pero a la vuelta a la habitación abrí la ventana para mirar afuera y vi que había gente en la calle y en pijama. Quedaba entonces confirmado el terremoto. Vaya putada. Un terremoto en Asturias es muy raro, pero había ocurrido precisamente esa noche de película satánica y catarro indeseable que te predispone al alucine. Cerré la ventana y después de un rato en vela creo que me dormí.

Al día siguiente todo eran comentarios y anécdotas sobre el terremoto: en el trabajo, entre los alumnos, en la calle, etc.. La normalidad se había descompuesto por unos minutos nocturnos y ahora la gente contaba verdaderas aventuras que la normalidad de una noche prosaica jamás hubiese permitido.

Pero siempre me quedó una duda estimado y querido lector y lectora. Pongamos un poco de imaginación a lo que voy a decir.

Al mes de ocurrir esto Roxana dio la vuelta al colchón para buscar algo que se le había perdido y entonces me llamó algo nerviosa:
—Papá, papá, ¿Por qué está el colchón así tan desgarrado? Es horrible, ¡¡vaya destrozo!!
Efectivamente la vuelta de el colchón estaba desgarrada como si un animal salvaje de poderosas pezuñas nauseabundas se hubiera regocijado destruyendo aquel humilde colchón de catre infantil con sufrido profesor de secundaria dentro para hundirle más en la miseria moral a que lo sometía su triste profesión.


miércoles, 27 de octubre de 2010

ASÍ ES EL MUNDO Y LA VIDA

Me he puesto al ordenador. Acabo de hacer un café nescafé con leche y una cucharada de miel. Pero antes había subido por el ascensor con un vecino que lleva ya tiempo en el paro y que subía con sus dos hijos pequeños. Decía que había trabajado algo en condiciones de máxima explotación ya que cuando el paro está así tan alto pues los patronos explotan y yo lo creo. Pero el trabajo se acabó y ahora volvió al paro. Yo le dije que me había jubilado y que también estaba en el paro pero de otra manera más segura. Antes de subir al ascensor me fijaba en la gente que me rodeaba y me aburría ver esa gente que puebla el planeta como yo y si pones la oreja pues oyes que están preocupados con algún problema de familia, alguna enfermedad, alguna cosa. También hablan de cosas intrascendentes como el tiempo, dónde fulano estuvo el otro día; alguien se puede quejar del gobierno y todo muy sencillo, muy prosaico. Nadie habla del espíritu que se le apareció en una cueva cuando venía de alguna batalla. Nadie viene de conquistar algún mundo por ahí por algún continente desconocido. No hay ningún profeta profetizando sobre el futuro en la plaza. Ni tampoco ningún poeta recitando poesía en voz alta. Todo es muy prosaico. Todo en orden. Ni siquiera un borracho dando tumbos y cantando. Nada.

Antes venía caminado por una calle y el cielo se cubría de gris. Nubes grises. Grisáceas. Había estado en la biblioteca pública pero no había sacado ningún libro. Pensaba que me había llegado el momento de ser yo y no otros. Seguiría leyendo y leyendo pues lo prosaico del mundo se disuelve con una buena lectura. Miraba al cielo y no se veía ninguna señal del más allá. Y bajando por el ascensor de la biblioteca no oí ninguna voz rara o ruido extraño que conectara con algún submundo bajo el edificio. Nada. Cotidianeidad. Todo en su sitio. Mejor así. Si algo empieza a romper esta cotidianeidad entonces es posible que se genere caos y brutalidad. No hace poco alguien me mandó un vídeo donde el ejército pakistaní machacaba a palos y latigazos a unos prisioneros sospechosos de ser talibanes. Los machacaban sin piedad en el patio del cuartel y se reían y lo pasaban de puta madre trasformando aquellas personas en guiñapos sanguinolentos y las espaldas amoratadas. Quedaban en el suelo sin fuerzas y vapuleados hasta casi quedar inconscientes. ¡Qué mundo de mierda! Y pensar que los cuerpos allí destrozados a palos estarían también pensando en cómo cortar pescuezos y torturar a alguien. Esta violencia me deja trastornado durante todo el día. Si los días no son así de aburridos y grises corremos el riesgo de que sean de esa manera. Cuando se genera caos salen los horrores.

Cuando tenía 15 años también era así. Recordaba cuando ya venía para casa cómo los días a los 15 años eran también así: grises, monótonos; la gente hablaba de lo mismo. Y las ilusiones eran más o menos parecidas a las que tengo ahora, solo que con 15 años tenía miedo del futuro. Veía el futuro muy complicado.

Así es el mundo y la vida.

viernes, 15 de octubre de 2010

XIXÓN UNDER FIRE

General Bhortyuop.- Así que esa es la ciudad de Xixón…
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general.
General Bhortyuop.- Colocad entonces los cañones y dad órdenes a la aviación para que bombardee a discreción y sin piedad.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Es pan comido.
General Bhortyuop.- Decidle al almirante Vgfda-kop que coloque sus destructores en orden de fuego a discreción.
Lugarteniente Bvxzct.-Sí, señor. Al momento.
General Bhortyuop.- No quiero prisioneros. Oídme: no quiero prisioneros.
Lugarteniente Bvxzct.- No los habrá, mi general.
General Bhortyuop.- Con la conquista de esta ciudad finalizamos la conquista de este horrible país.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Pero hay un problema.
General Bhortyuop.- ¿Qué problema?
Lugarteniente Bvxzct.- Los resistentes y defensores de la ciudad están poniendo mucha oposición. Va a ser muy difícil destruirlos.
General Bhortyuop.- ¡Maldito Bvxzct! Te ordeno que arrases esa maldita ciudad.
Lugarteniente Bvxzct.- Mi señor, las brigadas de La Calzada han respondido al fuego y nos han destruido 40 cañones de láser XCSDRW.
General Bhortyuop.- Es verdad. ¡Qué mierda! Me hubiera gustado arrasar esa ciudad al momento y acumular 5,000 puntos más.
Lugarteniente Bvxzct.- Te olvidas que tus contrincantes xixoneses saben también jugar y defenderse. De hecho no es nada fácil. Tendremos que seguir el juego otro día.
General Bhortyuop.- Sí, vamos a parar. Diles a los xixoneses que les esperamos en la cervecería. Seguiremos el juego otro día.
Lugarteniente Bvxzct.- Está lloviendo. ¿Has traído un paraguas?
General Bhortyuop.- No. Tendremos que coger una buena chupa.

jueves, 14 de octubre de 2010

LA CLASE DE LOS SUEÑOS

En el Abmarramklp College de la ciudad de Mergbhjasw asistía a clases de psicología con la doctora Ishtar Nolopt. La clase estaba en un sótano oscuro al que bajábamos por unas escaleras de caracol. En total éramos unos 15 alumnos muy motivados y que esperábamos mucho de nuestra profesora. Así que llegábamos a la clase y la absorción era total día tras día. En aquella clase nos habíamos propuesto junto la doctora descubrir si entre los seres espirituales y los materiales había algún tipo de nexo o de conexión o de continuidad. O, de lo contrario, no existía tal continuidad y entonces había una barrera absoluta e infranqueable entre los dos reinos o dimensiones, por así decirlo. Pero eso había que demostrarlo y nosotros, la clase, nos habíamos empeñado en llegar a una solución a tal dilema. Así que mientras en el Abmarramklp College la mayoría de los alumnos se preparaban para luchar en un mundo de dura competición aprendiendo las técnicas más realistas y objetivas del momento con la tecnología más avanzada, nosotros nos sumergíamos en el submundo de la especulación metafísica en aulas semiabandonadas y sin más presupuesto que el que nosotros mismos apostábamos o algún que otro alma desajustada nos donaba a su muerte para seguir elucubrando en el más allá de las cosas supuestamente evidentes.

Cuando la clase comenzaba lo primero que hacíamos era relatar a la clase el sueño que habíamos tenido la noche anterior. Los grabábamos y luego volvíamos a escucharlos. Se trataba de ir analizando los símbolos para obtener un significado relevante hasta donde fuere posible. Yo había soñado esa noche que una siniestra sombra me seguía por las calles de la ciudad. Al parar en una esquina para ver quién era me di cuenta que su rostro era frío e impertérrito además de mostrar signos evidentes de ser un demencial hijo de puta. Su mirada no era descifrable bajo parámetros humanos. Su malignidad sobrepasaba la más degradante y sádica crueldad humana: era el mal en su pureza metafísica, pero de significado indescifrable. Todos querían que repitiera de nuevo mis descripciones y algunos trataban de dibujar el rostro. Otros intentaban traducirlo en notas musicales siniestras. Namerty se esforzaba en profundizar en las palabras con el objeto de poder llegar a algún arquetipo místico que ya hubiere quedado registrado en la historia de lo mistérico. Pero quien mejor lograba expresar aquel sentir sublimemente maligno, la esencia pura del mal, era Lebhundha Bghtaw. Aquella muchacha, quizás la más joven del grupo se puso a bailar bajo el son de una música que nadie era capaz de escuchar, pero que a través de aquellas siniestras ondulaciones y torsiones que a veces producían el efecto de una absorbente levitación, lograba hipnotizarnos y transportarnos hacia un paisaje de tundra glaciar poblado de sombras y rostros de miradas demoníacas sometidos a una angustia infinita. La muchacha entonces dio un grito perfectamente siniestro que nos dejó a todos aterrados. Luego, dirigiéndose a mí, me abrazó con los ojos todavía cerrados hasta que de repente los abrió; y, como si hubiese despertado de un sueño profundo, se acabó sentando en su pupitre meditabunda y agotada. La doctora no paraba de tomar notas. Y luego fue el turno de Mklsdf Namork.

Mklsdf había soñado en parajes de ensoñación con gente noble y buena que le invitaban a jugar y a sentirse a gusto consigo mismo. Para llegar allí había tenido que volar elevándose a voluntad y sobrepasando nubes y alturas de montañas que luego le abrían nuevos horizontes de sosiego, tranquilidad, y belleza. Era curioso que ninguno de nosotros se acordara para nada de su vida normal o real una vez metido en el sueño. Era como si el sueño tuviera su propia vida y entonces aparecía como una continuación de algo en lo que ya estábamos de alguna manera involucrados. Así íbamos descubriendo que nuestra psique habitaba mundos diferentes a los cuales volvíamos y continuábamos viviendo la parte que en ese momento nos correspondía: fuesen horrores o alegrías. Mklsdf fue describiendo su encuentro con Nuloptr y Asertion quienes lo animaban que se casara con Shahar y fundara su propia tribu más allá de las montañas de Klotyrmom. Pero al momento sufría interferencias que le hacían variara de sueño y entonces estaba vagando por su propia ciudad pero completamente desfamiliarizada y así los paisajes urbanos adquirían otras formas a veces asociadas a otros sueños acontecidos en su infancia y donde había un paseo marítimo que ahora aparecía un forma de terrible terraplén hacia el mar acompañado de una sensación de peligro. La doctora Ishtar Nolopt no paraba de tomar notas. Todos nosotros intentábamos llegar a alguna conclusión o teoría explicativa de los misterios oníricos, pero ya hacía tiempo que habíamos descartado a Freud y a Jung y por lo tanto queríamos distanciarnos de cualquier modelo racionalista basado en la misma conciencia humana para buscar el salto o el abismo que hacía posible la conexión con otras realidades, con otras formas de conciencia teniendo como núcleo indestructible el yo o ánima propio. El universo aunque era un misterio creíamos que por algún sitio debía de mostrarnos un resquicio, una puerta de entrada hacia otras dimensiones también existentes.

La doctora quiso intervenir antes de que la clase acabara. Entonces con suavidad, con cierta dulzura y seguridad en sí misma, se dirigió a mí y me dijo que aquel demonio que se me aparecía, y todo su mundo, era tan real como el mundo del sueño de Mklsdf. Estábamos explorando las diferentes dimensiones de Dios y esa era la dimensión más a alejada, más degradada; más hostil del mismo Dios. Era la dimensión donde las criaturas se acercaban al límite de la luz y entonces el odio y la malignidad habitaba su mundo, su tundra. El sueño de Mklsdf sin embargo nos mostraba otro aspecto de Dios más cerca del amor, de la luz, de la comprensión y transparencia. Habremos de explorar otros territorios. “¡Muchachos, no dejéis de soñar!” nos dijo dando por terminada la clase. Pero entonces algo omnioso nos hizo girar hacia el asiento de Lebhundha Bghtaw. La muchacha estaba tensa y su mirada era feroz. La doctora se había quedado petrificada y nosotros sentimos cierto terror. Lebhundha entonces se levantó y dirigiéndose a nosotros con voz distorsionada, nos dijo:
“Dios no tiene derecho a crear esos horribles mundos alejándose de sí mismo. Dios es injusto, cruel y sádico dejando a esas criaturas infernales vagando en su miseria y absoluto odio. ¡No¡ Hemos de ser capaces de decir No a ese Dios tan cabrón que encima nos hace sufrir con estas horribles pesadillas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Yo me rebelo contra él! ¡Yo me rebelo contra ese sádico Dictador! Y vosotros deberíais de hacer lo mismo.”
Seguidamente salió de la clase como una exhalación. Todos nosotros quedamos mudos. La doctora estaba lívida y temblando. Pero pronto se recuperó y nos dijo a modo de cierre de clase:
“Creo que ya estamos llegando a nuestro objetivo. No os preocupéis de Lebhundha Bghtaw. Yo me encargo de ella. Apagad la luz y hasta mañana. Acordaros de soñar.”
Y así fuimos saliendo en silencio, pero sabiendo que la clave ya estaba cercana. Era cuestión de algunos días más y de mantenernos al margen de la locura.

viernes, 8 de octubre de 2010

MI PROYECCIÓN DE ISRAEL

Tenía que proyectar las diapositivas sobre Israel a las 8 PM en una especie de cancha de baloncesto o algo por el estilo. No sé por qué se les había ocurrido hacer la proyección en una cancha de baloncesto al aire libre en un barrio periférico de la ciudad, pero así eran las cosas culturales en este país; cada vez había más y más gente que demandaban actividades culturales de cualquier tipo y entonces llenaban antiguos estadios de fútbol, antiguos cines, pabellones de deportes, iglesias; y, hasta canchas de baloncesto. Ayer mismo había habido una conferencia sobre la epistemología desde Platón hasta Kant y el estadio de fútbol del Margtrats C.F. de 40,000 asientos estaba lleno hasta la bandera.

El caso es que mi proyección sobre Israel estaba programada para esa hora y entonces tenía que coger un autobús para llegar a ese barrio periférico poblado por minorías de otros continentes que demandaban cultura clásica y universal sin cuartel, ya que, según ellos, tenían derecho a la cultura universal como cualquier ciudadano del país y si no demandarían al Estado por discriminación brutal y antipática. Entonces, mi proyección de diapositivas sobre Israel se haría en una cancha abierta de baloncesto de un colegio público y se calculaba que la asistencia sería masiva. El autobús que me llevaba a dicho barrio lo conducía una señora tetrapléjica de raza negra que solo podía mover la cabeza, pero por razones antidiscriminatorias el autobús llevaba un mecanismo robótico electromecánico especial de adaptación a la boca y nariz de la señora y el autobús era conducido de forma magistral.

Llegué al barrio con mi lápiz de diapositivas y fui derecho a la cancha. Me llamaba la atención el barrio, pues la gente era de todas partes del mundo y se hablaban muchos idiomas diferentes. También las vestimentas eran muy variadas. Todos ellos iban leyendo libros digitalizados por la calle y así por el rabillo del ojo veía que leían a Shakespeare o a Hegel o a Adam Smith, pasando por los teóricos de la política y el arte del mundo. Las calles estaban superlímpias y la gente me saludaba con respeto. Muchos muchachos se dedicaban a esculpir estatuas de arte onírico, otros pintaban cuadros surrealistas en la calle; y, otros tocaban música clásica en un jardín. Los edificios estaban cuidados con esmero y muchos niños jugaban sin peligro alguno en parques infantiles escrupulosamente seguros. Yo estaba muy contento.

Llegué a la hora y puse mi lápiz en el ordenador-proyector. Quedaban 10 minutos para las 8 PM. Todo estaba listo y la pantalla se veía a lo lejos, quizás algo más lejos de lo deseable. Probé el micrófono y sonaba. Todo prometía y aquella sería una proyección sobre Israel envidiable. Mostraría la vida y paisaje de Israel a todo el mundo y eso me ponía todavía más contento. La gente llegaba sin parar y toda la cancha se iba llenando de tal manera que la gente a mi alrededor parecía estar comiéndome el sitio. Sí, efectivamente, ya me empezaba a sentir incómodo con los codos de alguien sobre las teclas del ordenador y el lápiz algo torcido. Pronto me sentí casi totalmente cubierto por gente que no me dejaban percibir la pantalla allá a lo lejos y ahora parecía que estaba todavía más lejos, tan lejos que no podía verla. Era la hora y alguien me dijo que ya podía empezar, pero yo no veía nada porque delante de mí todos estaban de pie y no podía saber si estaba proyectando o no. Traté de encaramarme a una banqueta y hacer lo posible por empezar, pero nada de nada, no veía un pimiento y la gente ya demandaba la proyección con cierta inquietud. Traté de ver si había algún responsable que me echara una mano, pero no había nadie que se identificara como tal y la gente a mi lado ni tan siquiera sabía que yo era el conferenciante-presentador de las diapositivas sobre Israel.

Entonces se me ocurrió levantarme e ir a otro sitio, quizás a un lateral y así colocar el cañón de alguna manera que pudiera apuntar a la pantalla de alguna manera. Lo estaba pasando francamente mal. Sudaba en frío. Así que cogí el ordenador portátil y el cañón de mala manera y todo embrollado con los cables colgando, y logré encontrar un pequeño hueco lateral por donde podía por fin proyectar. Pero a la hora de hablar y presentar la proyección la megafonía no funcionaba y la imagen se difuminaba en una pared lejana en lugar de una pantalla y la gente estaba algo alborotada porque evidentemente querían su proyección sobre Israel y aquello no tomaba forma alguna de nada. Me di cuenta entonces que donde debía estar la pantalla había un escenario con luces de colores y todo. Pensé que quizás la pantalla habría de estar en el fondo del escenario y persistí en proyectar aquellas desdichadas diapositivas, pero nada de nada. Yo de nuevo me veía ahogado por la gente que era mucho más alta que yo y que demandaban a gritos su proyección de diapositivas. Como tardaba en producirse, entonces alguien, la dirección; alguien que se había olvidado de mí; pues habían echado a andar un espectáculo de coreografía griega. Una megafonía bien sonora y clara como la luna llena en un día sin nubes comenzó a anunciar que en vista del retraso que se estaba produciendo con la proyección sobre Israel, se escenificaría aquella coreografía griega.

Yo ya no sabía qué hacer. Tenía todos los cables enredados y el micrófono colgando como un péndulo mientras que el lápiz ya ni sabía donde estaba. Sudaba en frío y solo quería irme, escapar, correr. Así que poco a poco, fui saliendo, empujando a la gente; apartando bultos humanos y pronto me vi libre de aquella pesadilla. Cuando llegué al autobús de la señora tetrapléjica esta comenzó a mover la boca de mil endiabladas maneras y aquel dispositivo robótico-electrónico puso el autobús a una satisfactoria velocidad de escape que me finalmente me hizo volver a mi triste barrio. Mi proyección sobre Israel quedaba pendiente para otra más afortunada ocasión.

jueves, 7 de octubre de 2010

EASTFIELD COLLEGE 1977

El Eastfield College se alzaba en una especie de colina artificial en medio de una gran explanada en la ciudad satélite de Mesquite. Y Mesquite era ahora parte del Gran Dallas, pero eso sí, ciudad independiente con su ayuntamiento, sus propias escuelas y su propia policía. También su propio college o community college: Eastfield College no muy lejos de la autopista 45. Allí se podían estudiar muchas cosas pagando una matrícula muy razonable. En algunos casos se trataba de conseguir horas-crédito para poder entrar en una universidad y así empezar a estudiar una carrera superior en serio.

Un día un Volkswagen escarabajo llegaba al parking del Eastfield para asistir a clase. Esa persona ahora atravesaba un inmenso parking andando. Luego subía unas escaleras mientras contemplaba el complicado edificio blanco del Eastfiled dividido en varias partes pero sin una entrada principal visible. Así que esta persona se dirige a una especie de patio con una figura esférica en el centro parecida a una bola de rodamiento partida y por un momento se queda contemplando los jardines y las diferentes fachadas del college. El día es soleado y los olores de la mañana frescos. El futuro se presentaba optimista: hay posibilidades de estudiar, de trabajar a horas; en definitiva de vivir y estudiar. Las diferentes fachadas del Eastfield no configuraban un edificio predecible en forma de caja de zapatos, sino algo que había que recomponer sin llegar a una definición exacta de qué pared o fachada correspondía a qué departamento o dependencia. Nuestra persona se dirigió a una entrada: y, una vez dentro, se encontraba completamente despistado. Caminó unos metros por un pasillo maquetado con alfombra que luego ofrecía esquinas y desviaciones que daban a otras aulas y otros departamentos, pero oh casualidad, menos al suyo. Como esto ya lo había vivido dos veces se decidió ir ya directamente a uno de los planos orientadores en una pared. Habría de ir al departamento de antropología del Dr. King y luego encontraría el aula al lado mismo de la oficina del departamento. Y así fue. Subió, bajó, torció y a unos metros ya divisaba el gran espacio donde estaba la cafetería o comedor del college.

Había varios estudiantes en el aula. No muchos. La asignatura era Antropología Cultural y las lecturas y debates de clase y trabajos resultaban muy interesantes y estimulantes. Las aulas estaban completamente aisladas del exterior y todos quedábamos bañados en luz de neón durante todas las horas de clase. El suelo siempre era mullido, el clima siempre a la misma temperatura, los medios de enseñanza eran los más avanzados del momento: ya tenían pantallas de televisión en cada aula, había pantallas de proyección, una pequeña biblioteca de recursos y materiales en el mismo aula y el número de alumnos no sobrepasaba los 15. Cuando había que ver una proyección esta se encargaba al Learning Resources Center unas horas antes y al momento de empezar la clase ya estaba todo instalado y nada más había que apretar la tecla correspondiente. Nuestra persona se veía envuelto en un mundo que no le correspondía por origen. En su país de origen las cosas no se hacían así, con esa precisión, con ese orden, con esa planificación; las cosas allí o no se hacían por que aquel país seguía siendo un país atrasado y sus hábitos culturales militaban contra esta forma avanzada de hacer las cosas. Las cosas se solían hacer de forma improvisada o a medio hacer, a capricho de cualquier mediocre; y, normalmente con mala leche y poca educación. Pero nuestra persona estaba pasando por una situación de adaptación difícil y no juzgaba el momento como un privilegio, un importante salto en su vida; una suerte de poder disfrutar de los medios que una sociedad avanzada le estaba ofreciendo. Aquel mundo le parecía más ciencia ficción que realidad: todo era fácil, asequible, posible. Aquello había de tener algún secreto, algún lado siniestro de dominación, de lavado de cerebro, de trampa. El virus del pensamiento progre de su país trataba de ver el lado malo, negativo, capitalista explotador, racista, etc. Y ese virus le hacía sentirse mal, se veía en ese mundo unidimensional de Marcuse: rodando y deslizándose en una sociedad-omnívora que lograba alienar con su fascismo amable a millones de seres en los países occidentales avanzados.

Después de acabar la clase del Dr. King se dirigía a la de matemáticas. Las matemáticas siempre se le habían dado mal, pero en la clase de Mr. Brown aprendía con facilidad y luego en casa trabajaba los ejercicios con gana y lograba superar las dificultades que traía lastradas. Parecía que aquel ambiente de estética y ética protestante anglosajona invitaba a progresar, a ser organizado, a competir para ser mejor; a tener las ideas más claras. Los profesores eran asequibles en sus despachos. En física y química había buenos laboratorios y bastantes horas de práctica. En el departamento de música había instrumentos musicales de todo tipo y un para de bandas practicaban jazz o rock o un cuarteto de música clásica practicaba en otra aula o salón. Si eran deportes las instalaciones abarcaban un par de campos de fútbol americano, varias pistas de atletismo, una piscina olímpica, gimnasios con todo tipo de aparatos. Cuando iba a la biblioteca había bibliotecarios profesionales que le ayudaban a conseguir lo que quería, podía sacar cuántos libros necesitara o sino estaban disponibles se pedían y se traían de otras bibliotecas. Los medios audiovisuales estaban muy desarrollados y disponibles para ciegos o gente con problemas de audición o de vista. Había discos, salas de proyección privadas que se podían reservar con proyector y película o documental ya disponibles. Pero había otra cosa que también le llamaba la atención y le hizo ver que también había especial interés en que la gente que venía de barrios negros o chicanos con poco hábito de lectura y escritura aprendiera con una metodología progresiva muy bien diseñada. A ello se dedicaban gente especializada y los veía enseñando a muchachos negros a nivel individual con fichas, cartulinas, etc. Luego tenía clases de literatura inglesa, de psicología, de historia y política. Allí se estaba alienando, nuestra persona, como un condenado en tal sociedad fascista macabra asesina de vietnamitas y conspiradora contra el comunismo sano y futuro de la humanidad a través de la Unión Soviética, China, Rumania y Cuba. Marcuse enseñaba en UCLA y vivía en La Joya con lujo californiano. Los progres europeos soñaban con derribar el imperio americano para instalar ¿qué? ¿Qué mierda de anarquía o fascismo aspiraban a instalar aquellos jóvenes intoxicados de vanas teorías irracionales? Y pensar que no tenían ni idea de cómo funcionaba el mundo real, pero que sin embargo creían tener las claves de todo.

Aquella sociedad americana todavía creía en sí misma, era lo suficiente autocrítica para enfrentarse a sus mismos problemas y lo suficientemente transparente y valiente para mostrarlos y explicarlos. Aquellos americanos que se formaban en el Eastfield College todavía poseían esa ingenuidad de creer en un futuro de progreso y autoafirmación a través de la competitividad y esfuerzo personal. Aunque sus escuelas de secundaria ya empezaban a sufrir la corrosión de una metodología basada en el espontaneismo, en el victimismo social, en laboratorio de teorías rusonianas tipo Dewey o Rawls; no hablemos ya del conductismo de Skinner o de las tendencias anti-opresivas de Freud. America no escapaba a las nuevas sensibilidades que se iban fabricando en las universidades basadas en una contracultura delirante de budistas Zen, de psicologos místicos liberadores de bondad sin límites, de sociologos relativistas, etcétera, etcétera.

domingo, 3 de octubre de 2010

LA BRUJA DE DALLAS

Bajábamos al centro de Dallas por la autopista H30 viendo los grandes rascacielos a lo lejos, pero ya cada vez más cerca y a mi cada día me impresionaba más ver el poderoso bosque de gigantes de cristal y acero; porque cuando ya llegabas cerca y te salías del laberinto de autopistas para entrar en el downtown o centro de la ciudad era como entrar en un espacio-tiempo de máximo orden y eficiencia; un deslizarse por grandes avenidas encerradas entre murallas que llegaban al cielo y si mirabas a las aceras era el único sitio de la ciudad donde podías ver gente caminando o dirigiéndose a algún edificio para luego subir y bajar ascensores con silenciosa rapidez. Aparcamos en un parking de pago. Tom y Candace tenían que arreglar unos asuntos en uno de los edificios gubernamentales y yo entonces me dedique a dar vueltas por el downtown caminando. Me sentía extraño; algo así como una especie de aventurero aterrizado en un planeta sin explorar. Extraño conmigo mismo. Mis recuerdos y previa identidad se iban disipando y desfigurando en una especie de desierto pleno de espejismos. Espejos y espejismos. La conciencia se iba transformando en otra cosa mientras el pasado retrocedía provisionalmente. Y el aventurero fue contemplando los rascacielos de cerca y sus grandes entradas con guardias de seguridad de pistola en cartuchera y esposas bien visibles. Había restaurantes de desayunos baratos a base de huevos fritos con bacon o salchichas y patatas ralladas, todo ello acompañado con grandes tazas de café colado. Luego al medio día serían las hamburguesas y las ensaladas con diferentes tipos de aderezos o dressings. Había hoteles y hoteluchos de mala muerte pues en el downtown coexistían la pujanza arquitectónica con ambiciones estelares e imperiales, junto con los edificios decadentes de otras épocas no muy lejanas de ladrillo rojo y escaleras de incendios colgando de las fachadas. A medida que uno iba avanzando por la Main Street al final se tropezaba con una zona desaliñada, de viejos edificios; de negros pobres mal vestidos; de solares medio abandonados; de tienduchas u oscuras tabernas y cines porno miserables; de callejones estrechos llenos de contenedores de basura.

Decidí torcer y coger otra calle y seguí y seguí caminando mirando hacia un cielo estrechado por las moles de 40 y 60 pisos. Pronto cruzaba la calle para ver el bonito edificio de la primera iglesia metodista; y, cerca estaba el templo masón del Scottish Rite o rito escocés y entonces decidí colarme por una puerta pequeña de servicio y ver lo que había dentro, sabiendo que no debía haber entrado, pero las aventuras son las aventuras y seguí caminando por los pasillos hasta llegar al salón de la tenida que en ese momento estaba vacío. Era una sala grande y cuadrada con una especie de altar rectangular en el medio y centenares de butacas en los laterales. Recuerdo algo así como un cortinaje rojo y el lugar vacío pues no eran horas de ceremonial. Luego seguí mirando el edificio por dentro y pronto me fui cruzando con masones vestidos con su atuendo de ritual: mandiles y gorros que solo debían de ponerse cuando estaban en el interior. Había también una amplia cafetería con varios masones ya mayores, quizás jubilados, hablando y tomando café con sus atuendos también visibles. Alguno se quedó mirando para mí con cierta curiosidad o sospecha, quien sabe, y así que decidí salir esta vez por la puerta grande. Un letrero decía claramente: “Prohibida la Entrada a las Personas Ajenas a La Logia.” Satisfecho de mi exploración tiré por otra calle paralela a la Main Street y fui mirando los escaparates que me parecían un tanto aburridos. El mismo downtown parecía que no daba ya mucho de sí como exploración a pie. La ciudad de Dallas no era una ciudad para caminar debido a su extensión y todo su diseño urbano en función del coche.

Fue entonces cuando me llamó la atención un letrero pequeño que decía: “Libros de Ocultismo y Esoterismo.” Busqué entonces un escaparate o una entrada a la curiosa librería, pero no había nada a simple vista en aquel edificio pequeño quizás de los años 20 y de fachada algo feucha y desconchada. Me di cuenta de repente que la entrada era una puerta estrecha que daba a unas escaleras de madera un tanto angostas, así que con la misma decisión con la que había entrado al templo masón entraba yo también en la librería misteriosa después de haber subido un piso y abierto la puerta que daba a un local algo oscuro y de tonalidad roja. Dentro había estanterías y vitrinas con libros y objetos de culto desconocidos. El olor a incienso impregnaba todo el local y llegaba a ser un poco molesta la respiración. Me fui fijando que los objetos de culto o de ritual allí expuestos estaban centrados más bien en la brujería: había cuchillos de sacrificio, hierbajos raros, cremas, cuencos y hasta un ataúd de enterrar niños. Aquello me parecía muy fuerte y pensaba que la moda hippie de exploración de lo oculto se estaba pasando un poco. Una cosa era tontear con los secretos de las fuerzas oscuras del universo, y otra jugar con fuego. Quizás era expresión de ese romanticismo decadente de la clase media americana buscando alicientes más fuertes en sus enormes y variados mercados de consumo. Fui mirando los libros y ya me empezaba a mosquear: brujos y brujas hablaban de sus historias y teorías; había también manuales de rituales y aquelarres y aquello estaba claro lo que era. Como no había nadie hasta el momento atendiendo aquella supuesta librería pues me puse a salir. Pero en ese momento una señora alta y excesivamente delgada, vestida de negro hasta los pies salió a mi encuentro tras salir de alguna trastienda cruzando el cortinaje rojo con cierta amabilidad.

Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, de tez muy blanca y con una mirada dulce, cautivadoramente dulce. Una vez cerca de mí me di cuenta que era una señora de suaves movimientos, de delicada expresión, y con un aura de ternura capaz de embelesar a cualquier persona. He de decir que había quedado prendado de la mujer y ella entonces me fue explicando el sentido de todo aquello con voz pausada, modulada, sensual, magnética. De repente empezó a surgir una música de fondo de tonalidad nostálgica; flautas que evocaban infancias perdidas y bosques profundos; luego hubo una inflexión hacia tonalidades más siniestras, más acordes con noches de luna llena en medio de alguna tundra perdida. Estaba prendado de aquella mujer, estaba hipnotizado en un mundo de mágico; me sentía a gusto y envuelto en una mullida ternura erótica. La mujer me seguía hablando y yo la escuchaba sin prestar mucho interés por las palabras, tan solo me atraían los gestos, la tonalidad de voz, la piel de sus larguiruchas manos. Y de pronto sentí terror. Fue algo rápido; una sensación de frialdad la que invadió todo mi ser en instante. La mujer se acercó a mi oído y me dijo: “¿Te apetece un te muy rico que tengo ya preparado?” Era su mirada, su cambio de expresión; quizás la sonrisa malévola o quizás mi hechizo se despertaba a la realidad y me di cuenta que yo no pintaba nada en aquel sitio tan extraño y tan escondido y que aquella mujer ahora me parecía repulsiva y entonces rechacé el té con un tembloroso thank you y empecé a bajar las angostas escaleras de madera hacia la calle como alma que lleva el diablo. Pronto me orienté y me dirigí hacia la cafetería del Montgomery Ward donde Tom y Candace me estaban esperando. Ellos notaron mi nerviosismo, quizás mi el ritmo de mi respiración. Les conté lo que me había pasado y se rieron como si les hubiera contado una broma. Pero aquella visita a la tal librería nunca logré borrarla de mi mente.