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jueves, 7 de octubre de 2010

EASTFIELD COLLEGE 1977

El Eastfield College se alzaba en una especie de colina artificial en medio de una gran explanada en la ciudad satélite de Mesquite. Y Mesquite era ahora parte del Gran Dallas, pero eso sí, ciudad independiente con su ayuntamiento, sus propias escuelas y su propia policía. También su propio college o community college: Eastfield College no muy lejos de la autopista 45. Allí se podían estudiar muchas cosas pagando una matrícula muy razonable. En algunos casos se trataba de conseguir horas-crédito para poder entrar en una universidad y así empezar a estudiar una carrera superior en serio.

Un día un Volkswagen escarabajo llegaba al parking del Eastfield para asistir a clase. Esa persona ahora atravesaba un inmenso parking andando. Luego subía unas escaleras mientras contemplaba el complicado edificio blanco del Eastfiled dividido en varias partes pero sin una entrada principal visible. Así que esta persona se dirige a una especie de patio con una figura esférica en el centro parecida a una bola de rodamiento partida y por un momento se queda contemplando los jardines y las diferentes fachadas del college. El día es soleado y los olores de la mañana frescos. El futuro se presentaba optimista: hay posibilidades de estudiar, de trabajar a horas; en definitiva de vivir y estudiar. Las diferentes fachadas del Eastfield no configuraban un edificio predecible en forma de caja de zapatos, sino algo que había que recomponer sin llegar a una definición exacta de qué pared o fachada correspondía a qué departamento o dependencia. Nuestra persona se dirigió a una entrada: y, una vez dentro, se encontraba completamente despistado. Caminó unos metros por un pasillo maquetado con alfombra que luego ofrecía esquinas y desviaciones que daban a otras aulas y otros departamentos, pero oh casualidad, menos al suyo. Como esto ya lo había vivido dos veces se decidió ir ya directamente a uno de los planos orientadores en una pared. Habría de ir al departamento de antropología del Dr. King y luego encontraría el aula al lado mismo de la oficina del departamento. Y así fue. Subió, bajó, torció y a unos metros ya divisaba el gran espacio donde estaba la cafetería o comedor del college.

Había varios estudiantes en el aula. No muchos. La asignatura era Antropología Cultural y las lecturas y debates de clase y trabajos resultaban muy interesantes y estimulantes. Las aulas estaban completamente aisladas del exterior y todos quedábamos bañados en luz de neón durante todas las horas de clase. El suelo siempre era mullido, el clima siempre a la misma temperatura, los medios de enseñanza eran los más avanzados del momento: ya tenían pantallas de televisión en cada aula, había pantallas de proyección, una pequeña biblioteca de recursos y materiales en el mismo aula y el número de alumnos no sobrepasaba los 15. Cuando había que ver una proyección esta se encargaba al Learning Resources Center unas horas antes y al momento de empezar la clase ya estaba todo instalado y nada más había que apretar la tecla correspondiente. Nuestra persona se veía envuelto en un mundo que no le correspondía por origen. En su país de origen las cosas no se hacían así, con esa precisión, con ese orden, con esa planificación; las cosas allí o no se hacían por que aquel país seguía siendo un país atrasado y sus hábitos culturales militaban contra esta forma avanzada de hacer las cosas. Las cosas se solían hacer de forma improvisada o a medio hacer, a capricho de cualquier mediocre; y, normalmente con mala leche y poca educación. Pero nuestra persona estaba pasando por una situación de adaptación difícil y no juzgaba el momento como un privilegio, un importante salto en su vida; una suerte de poder disfrutar de los medios que una sociedad avanzada le estaba ofreciendo. Aquel mundo le parecía más ciencia ficción que realidad: todo era fácil, asequible, posible. Aquello había de tener algún secreto, algún lado siniestro de dominación, de lavado de cerebro, de trampa. El virus del pensamiento progre de su país trataba de ver el lado malo, negativo, capitalista explotador, racista, etc. Y ese virus le hacía sentirse mal, se veía en ese mundo unidimensional de Marcuse: rodando y deslizándose en una sociedad-omnívora que lograba alienar con su fascismo amable a millones de seres en los países occidentales avanzados.

Después de acabar la clase del Dr. King se dirigía a la de matemáticas. Las matemáticas siempre se le habían dado mal, pero en la clase de Mr. Brown aprendía con facilidad y luego en casa trabajaba los ejercicios con gana y lograba superar las dificultades que traía lastradas. Parecía que aquel ambiente de estética y ética protestante anglosajona invitaba a progresar, a ser organizado, a competir para ser mejor; a tener las ideas más claras. Los profesores eran asequibles en sus despachos. En física y química había buenos laboratorios y bastantes horas de práctica. En el departamento de música había instrumentos musicales de todo tipo y un para de bandas practicaban jazz o rock o un cuarteto de música clásica practicaba en otra aula o salón. Si eran deportes las instalaciones abarcaban un par de campos de fútbol americano, varias pistas de atletismo, una piscina olímpica, gimnasios con todo tipo de aparatos. Cuando iba a la biblioteca había bibliotecarios profesionales que le ayudaban a conseguir lo que quería, podía sacar cuántos libros necesitara o sino estaban disponibles se pedían y se traían de otras bibliotecas. Los medios audiovisuales estaban muy desarrollados y disponibles para ciegos o gente con problemas de audición o de vista. Había discos, salas de proyección privadas que se podían reservar con proyector y película o documental ya disponibles. Pero había otra cosa que también le llamaba la atención y le hizo ver que también había especial interés en que la gente que venía de barrios negros o chicanos con poco hábito de lectura y escritura aprendiera con una metodología progresiva muy bien diseñada. A ello se dedicaban gente especializada y los veía enseñando a muchachos negros a nivel individual con fichas, cartulinas, etc. Luego tenía clases de literatura inglesa, de psicología, de historia y política. Allí se estaba alienando, nuestra persona, como un condenado en tal sociedad fascista macabra asesina de vietnamitas y conspiradora contra el comunismo sano y futuro de la humanidad a través de la Unión Soviética, China, Rumania y Cuba. Marcuse enseñaba en UCLA y vivía en La Joya con lujo californiano. Los progres europeos soñaban con derribar el imperio americano para instalar ¿qué? ¿Qué mierda de anarquía o fascismo aspiraban a instalar aquellos jóvenes intoxicados de vanas teorías irracionales? Y pensar que no tenían ni idea de cómo funcionaba el mundo real, pero que sin embargo creían tener las claves de todo.

Aquella sociedad americana todavía creía en sí misma, era lo suficiente autocrítica para enfrentarse a sus mismos problemas y lo suficientemente transparente y valiente para mostrarlos y explicarlos. Aquellos americanos que se formaban en el Eastfield College todavía poseían esa ingenuidad de creer en un futuro de progreso y autoafirmación a través de la competitividad y esfuerzo personal. Aunque sus escuelas de secundaria ya empezaban a sufrir la corrosión de una metodología basada en el espontaneismo, en el victimismo social, en laboratorio de teorías rusonianas tipo Dewey o Rawls; no hablemos ya del conductismo de Skinner o de las tendencias anti-opresivas de Freud. America no escapaba a las nuevas sensibilidades que se iban fabricando en las universidades basadas en una contracultura delirante de budistas Zen, de psicologos místicos liberadores de bondad sin límites, de sociologos relativistas, etcétera, etcétera.

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