Fue hace 15 años. Tenía un catarro que me hacía moquear. Pero los catarros también trastocan de alguna manera la normal manera de ver las cosas. Te hacen necesitar más de la familia, te hace más nostálgico; más hogareño con tu tacita de café caliente y algún cuidado especial por parte de los tuyos. Aquel día Roxana, que entonces tendría unos 7 años, pues también andaba algo resfriada y entonces decidió dormir con su madre en lugar de hacerlo en su habitación. Yo, entonces, estaba claro que dormiría en su habitación aquella noche. Pero antes de ir a la cama había una película que quería ver y que echaban en algún canal de televisión. La película creo recordar que se titulaba “El Ente” y era sobre una aparición o posesión demoníaca que acontecía en una casa o persona. Era una buena película del género que impresionaba un poco, incluso en personas un tanto escépticas con este asunto de Satán y sus apariciones. La verdad era que tanto las apariciones o posesiones de Satán o la de los muertos a través de mediums que dicen cosas, parecen decir y hacer las mismas estupideces que decimos o deseamos muchos humanos y “no mola”, como diría un chaval del siglo XXI. Así que después de vista la película, pues fui al catre de Roxana. Este catre llevaba adosados en forma de dos tableros anchos que luego formaban un puente-estantería para colocar libros. Me parece que también había una chapa cumen que cubría el lateral del lado de la pared. Ello era que todo aquel armatoste andaba un poco desvencijado y necesitaba de un curioso que le diera unos martillazos bien dados y con pulso, además, quizás; de unos clavos o cola que pegara el asunto de una forma decente y digna de un honrado hogar como aquel. Pero el responsable de aquello, o sea, yo; estaba con la cabeza hecha grillos con el maldito trabajo de profesor de instituto que nunca me dejaba un resquicio de paz y tranquilidad y, entonces, ponerme a reparar algo se me ponía cuesta arriba, tan cuesta arriba que no lo hacía.
Me eché en el catre y me dormí con ese molesto medio dormir a que te somete un catarro que crees que duermes pero lo que haces es instalarte en un umbral de acuosas ensoñaciones irritables y el descanso pasa a ser una tortura más en la colección de sufrimientos que la vida te ofrece. Así que cuando ya el sueño parecía instalarse definitivamente aquella noche, de repente, hacia las dos de la mañana; la cama empezó a moverse de atrás hacia delante y viceversa de un modo demencial. Parecía que el catre se desquiciaba sin remedio y no por deliberado y perezoso abandono, ya que aquellos movimientos— juro por los dioses— no eran de este mundo, sino salvajemente demoníacos, algo así como si una bestia rabiada me quisiera demostrar la existencia del mal en su pureza, un experiencia que me perforara hasta la médula ósea y entonces no habría más dudas sobre mi deteriorada fe en el más allá.
—¡Joder! ¡El demonio existe! —, murmuré para mí sudando en frío sin atreverme a levantarme allí acojonado entre las sábanas.
—¡Joder! ¡Joder! qué fuerte es esto.
De nuevo otro meneo escalofriante y la estantería de libros parecía venirse abajo y yo esta vez me dije: “Sea lo que sea, me voy a enfrentar a ello, ¡¡mecago’n su puta madre!!, no hay derecho a tocar los güevos de esta forma, sea el demonio o su reputísima madre.” Entonces encendí la luz y me senté sobre la cama sudando y temblando. Pero hete aquí que me fijo en la lámpara y la veo oscilando. “Date”, dije yo “esto ha sido un terremoto o algo parecido”. Fui entonces a la otra habitación y la madre y la hija dormían sin haberse enterado de nada. Pero a la vuelta a la habitación abrí la ventana para mirar afuera y vi que había gente en la calle y en pijama. Quedaba entonces confirmado el terremoto. Vaya putada. Un terremoto en Asturias es muy raro, pero había ocurrido precisamente esa noche de película satánica y catarro indeseable que te predispone al alucine. Cerré la ventana y después de un rato en vela creo que me dormí.
Al día siguiente todo eran comentarios y anécdotas sobre el terremoto: en el trabajo, entre los alumnos, en la calle, etc.. La normalidad se había descompuesto por unos minutos nocturnos y ahora la gente contaba verdaderas aventuras que la normalidad de una noche prosaica jamás hubiese permitido.
Pero siempre me quedó una duda estimado y querido lector y lectora. Pongamos un poco de imaginación a lo que voy a decir.
Al mes de ocurrir esto Roxana dio la vuelta al colchón para buscar algo que se le había perdido y entonces me llamó algo nerviosa:
—Papá, papá, ¿Por qué está el colchón así tan desgarrado? Es horrible, ¡¡vaya destrozo!!
Efectivamente la vuelta de el colchón estaba desgarrada como si un animal salvaje de poderosas pezuñas nauseabundas se hubiera regocijado destruyendo aquel humilde colchón de catre infantil con sufrido profesor de secundaria dentro para hundirle más en la miseria moral a que lo sometía su triste profesión.
Sigue usted confirmándose como un autor peculiar. Anímese a publicar.
ResponderEliminarK.