Buscar este blog

sábado, 21 de mayo de 2011

MINK HOLMES Y LA FAMILIA RENON

Nunca creí que podría recuperar mi alegría hasta que llegué al pueblo de Norton. Había llegado al pueblo después de atravesar las grandes praderas de Hutson-Kerry. Llegaba agotado, desesperado, huyendo de mis perseguidores. Mi caballo había reventado. Sentía ganas de morir, de dejarme vencer; de colgarme de cualquier árbol cercano.

Yo, Mink Holmes, tuve la suerte de encontrar a la familia Renon cuando yacía en uno de sus prados intentando poner orden a mi fatiga y desesperación. De repente, Alice Renon se acercó a mí y me invitó a su casa. Allí estaba su familia dispuesta a empezar a cenar. Karl Renon me dio la mano y me invitó a sentarme. Los muchachos me miraban con respeto y cierta compasión. Comimos todos en silencio después de que Mr. Renon diera gracias al Señor.

Han pasado muchos años de aquello. Los Renon me ayudaron a recomponer mi vida. Pasé a ser parte de la familia cuando me casé con Kathy Renon. Nunca había podido imaginar que podía llegar a ser feliz, que podía creer en Dios con toda naturalidad; que podía confiar en la gente de aquella manera. Poco a poco han ido desapareciendo varios de la familia Renon. Primero fue el abuelo Warton, luego la abuela Lisa y años más tarde el pobre Karl nos dejaba de repente.

Empiezo a ser viejo. Pero cuando miro hacia atrás pienso lo importante que fue para mí abandonar mi ciudad de nacimiento y de sufrimientos y encontrar a mi familia de verdad. Recuerdo lo lejos que había dejado mi vida de juego, de vicio y de falsedad en la gran ciudad. Lejos había quedado aquella vida de cínico tramposo y a punto de ser asesinado. Gracias a Dios, me salvó un grito de furor y de rabia que había salido de lo profundo de mi alma y entonces salté de mi cama como alguien que se está ahogando y busca el aire que respirar. Y así fue que vagué a todo galope por las llanuras y praderas infinitas de Hutson-Kerry hasta caer rendido y casi muerto en uno de los prados de los Renon. He sido un hombre feliz desde entonces. Sí. He sido un hombre feliz desde entonces gracias a Dios.

EL LIBRO DE MALOPBN

Cuando empecé a leer el Libro de Malopbn sentí que mi cabeza se ordenaba, que mi cerebro encontraba placer en el sentido. Por fin alguien había sabido conectar con mi mente, con mi frecuencia mental. Comenzaba entonces a sentir que la vida retornaba a mi agotado espíritu. Volvía a ser yo. Yo mismo. Yo, que había estado oculto por tantos años viviendo aquello que no era mío, aquellas posturas disimuladas para congraciarme con los demás, con la normalidad de mi ciudad. Ahora el Libro de Malopbn me devolvía mi ser, y mi alma salía libre tal como era; hablando su propio idioma. El Libro era como una savia que renovaba mis energías. Aquella prosa tan ordenada, aquellas historias tan bien estructuradas, aquellos razonamientos nobles y sabios.

Miré para atrás y la ciudad ardía.

Ardía la ciudad de Balno después de la revolución que había estallado hacía una semana. Maldita ciudad donde tantas mentiras y falsedades había vivido. Donde tanta ponzoña había leído, donde tanta mentira y vicio se fraguaban. De no haber abandonado Baldo a tiempo, refugiándome en los visibles montes de Molton; jamás hubiera conocido el secreto de esta comunidad secreta de sabios con su precioso libro de Malopbn.

La ciudad seguía ardiendo allá abajo, a lo lejos, en el Valle de Mistar.

DEMASIADO LEJOS PARA VOLVER A NOLMAK

Seguía caminando en dirección a Nolmark. Cuando llegué alguien me dijo que aquel pueblo no era Nolmark, que Nolmak estaba a cuatro mil kilómetros más allá. Yo me quedé pensativo. Cuatro mil kilómetros eran muchos para llegar al día siguiente caminando. Pero en el país de Kloprt las distancias eran estas. Eran grandes distancias atravesando desiertos. Llevaba cinco años caminando y seguía caminando todos los días sin freno. No me importaba. Había decidido que mi vida era siempre caminar de un sitio a otro. Siempre por los caminos, por las carreteras, por los descampados, por los senderos. Mi vida ya no tenía más objetivo que el caminar libre con mi mochila a la espalda. Me aterrorizaba quedarme en un pueblo más de un día. No quería apegos con nadie. No quería que alguien mostrara interés por mí. Yo solo era movimiento. No tenía más objetivo que moverme de un sitio a otro. Mañana mismo seguiría hasta Nolmak. Dormiría en cualquier posada y a las seis de la mañana emprendería mi camino hacia Nolmak.

¿Quién me esperaba en Nolmak? Sí, alguien me esperaba en Nolmak, pero cuatro mil kilómetros eran demasiados para llegar vivo a Nolmak. Había que cruzar tres infernales desiertos y la ciudad maldita de Boolptrew. ¿Pero por qué creía que ya había llegado? ¿Qué me había hecho creer que este pueblo era Nolmak? Comenzaba o a perder la noción del tiempo. Me obcecaba con las distancias.

¿Por qué había abandonado Nolmak? Ya, ya sé. Habían sido las luchas internas. Habían sido los conflictos. También las vendettas y las persecuciones. Y, ¿qué había pasado?, ¿qué había pasado? No recordaba qué había pasado. No podía recordar. La cabeza me daba vueltas y los recuerdos me abrumaban de tristeza. Estaba perdido.

Fue en ese momento cuando el profeta Klopt-- de quien ya había oído hablar cuando estaba borracho y aturdido en cualquier taberna--, me invitó a cenar con los miembros de su secta. No lo dudé. Cansado y abatido me senté en la mesa redonda dentro de su sobrio templo; y, allí, felices, sonreían los miembros de la secta secreta de los Molpety. Sabía que ese era mi destino. Sabía que habría de fundirme con la secta secreta y vivir una vida de fuerte fe y fanatismo; de fuerte obediencia y trabajo. Me sirvieron la cena y creí ser el hombre más feliz de la tierra. Pronto habría de ser iniciado a los misteriosos ritos de los Molpety.

miércoles, 11 de mayo de 2011

MALDITO PENDEJO

Se sentía piedra. Frío como una piedra. Duro como una piedra. No tenía miedo a nada ni a nadie. Hacía su trabajo. Comía, bebía y dormía.

Las palabras eran las justas para mantener el pellejo sin pegársele a los huesos. Cuestión de orgullo estético.

Su desprecio hacia la vida y el mundo era casi absoluto, salvando, como no, su orgullo estético.

Tan solo estaba interesado en que su pellejo no se pegara a los huesos. Esa era su razón para seguir viviendo.

Sí, esa era su razón para seguir viviendo. ¡Maldito pendejo!