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sábado, 21 de mayo de 2011

DEMASIADO LEJOS PARA VOLVER A NOLMAK

Seguía caminando en dirección a Nolmark. Cuando llegué alguien me dijo que aquel pueblo no era Nolmark, que Nolmak estaba a cuatro mil kilómetros más allá. Yo me quedé pensativo. Cuatro mil kilómetros eran muchos para llegar al día siguiente caminando. Pero en el país de Kloprt las distancias eran estas. Eran grandes distancias atravesando desiertos. Llevaba cinco años caminando y seguía caminando todos los días sin freno. No me importaba. Había decidido que mi vida era siempre caminar de un sitio a otro. Siempre por los caminos, por las carreteras, por los descampados, por los senderos. Mi vida ya no tenía más objetivo que el caminar libre con mi mochila a la espalda. Me aterrorizaba quedarme en un pueblo más de un día. No quería apegos con nadie. No quería que alguien mostrara interés por mí. Yo solo era movimiento. No tenía más objetivo que moverme de un sitio a otro. Mañana mismo seguiría hasta Nolmak. Dormiría en cualquier posada y a las seis de la mañana emprendería mi camino hacia Nolmak.

¿Quién me esperaba en Nolmak? Sí, alguien me esperaba en Nolmak, pero cuatro mil kilómetros eran demasiados para llegar vivo a Nolmak. Había que cruzar tres infernales desiertos y la ciudad maldita de Boolptrew. ¿Pero por qué creía que ya había llegado? ¿Qué me había hecho creer que este pueblo era Nolmak? Comenzaba o a perder la noción del tiempo. Me obcecaba con las distancias.

¿Por qué había abandonado Nolmak? Ya, ya sé. Habían sido las luchas internas. Habían sido los conflictos. También las vendettas y las persecuciones. Y, ¿qué había pasado?, ¿qué había pasado? No recordaba qué había pasado. No podía recordar. La cabeza me daba vueltas y los recuerdos me abrumaban de tristeza. Estaba perdido.

Fue en ese momento cuando el profeta Klopt-- de quien ya había oído hablar cuando estaba borracho y aturdido en cualquier taberna--, me invitó a cenar con los miembros de su secta. No lo dudé. Cansado y abatido me senté en la mesa redonda dentro de su sobrio templo; y, allí, felices, sonreían los miembros de la secta secreta de los Molpety. Sabía que ese era mi destino. Sabía que habría de fundirme con la secta secreta y vivir una vida de fuerte fe y fanatismo; de fuerte obediencia y trabajo. Me sirvieron la cena y creí ser el hombre más feliz de la tierra. Pronto habría de ser iniciado a los misteriosos ritos de los Molpety.

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