Nunca creí que podría recuperar mi alegría hasta que llegué al pueblo de Norton. Había llegado al pueblo después de atravesar las grandes praderas de Hutson-Kerry. Llegaba agotado, desesperado, huyendo de mis perseguidores. Mi caballo había reventado. Sentía ganas de morir, de dejarme vencer; de colgarme de cualquier árbol cercano.
Yo, Mink Holmes, tuve la suerte de encontrar a la familia Renon cuando yacía en uno de sus prados intentando poner orden a mi fatiga y desesperación. De repente, Alice Renon se acercó a mí y me invitó a su casa. Allí estaba su familia dispuesta a empezar a cenar. Karl Renon me dio la mano y me invitó a sentarme. Los muchachos me miraban con respeto y cierta compasión. Comimos todos en silencio después de que Mr. Renon diera gracias al Señor.
Han pasado muchos años de aquello. Los Renon me ayudaron a recomponer mi vida. Pasé a ser parte de la familia cuando me casé con Kathy Renon. Nunca había podido imaginar que podía llegar a ser feliz, que podía creer en Dios con toda naturalidad; que podía confiar en la gente de aquella manera. Poco a poco han ido desapareciendo varios de la familia Renon. Primero fue el abuelo Warton, luego la abuela Lisa y años más tarde el pobre Karl nos dejaba de repente.
Empiezo a ser viejo. Pero cuando miro hacia atrás pienso lo importante que fue para mí abandonar mi ciudad de nacimiento y de sufrimientos y encontrar a mi familia de verdad. Recuerdo lo lejos que había dejado mi vida de juego, de vicio y de falsedad en la gran ciudad. Lejos había quedado aquella vida de cínico tramposo y a punto de ser asesinado. Gracias a Dios, me salvó un grito de furor y de rabia que había salido de lo profundo de mi alma y entonces salté de mi cama como alguien que se está ahogando y busca el aire que respirar. Y así fue que vagué a todo galope por las llanuras y praderas infinitas de Hutson-Kerry hasta caer rendido y casi muerto en uno de los prados de los Renon. He sido un hombre feliz desde entonces. Sí. He sido un hombre feliz desde entonces gracias a Dios.
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