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domingo, 4 de marzo de 2012

EL TRISTE ACCIDENTE DE RAYMOND Y DOLPH

Nos llamó la atención una foto grande encuadrada que estaba sujeta apoyada con un soporte en la estantería entre varios libros. Era la foto de dos muchachos todavía adolescentes en un campo de fútbol animando a su equipo. La foto se veía que era de hacía bastantes años; y los dos jóvenes vestían la camiseta del equipo llamado los Red Lions. Llevaban el pelo largo y la vida congelada en aquella foto parecía transportarnos a mejores tiempos; a tiempos de juventud que han quedado apresados en el recuerdo de años en que todos éramos mucho más jóvenes o quizás niños. Ocurre algo cuando miramos a fotos así sea en cualquier contexto o situación; el tiempo al que miramos es un tiempo que resucita una necesidad nostálgica y nos quedamos mirando como tratando de buscar una clave o una señal que nos ayude a salir del mismo tiempo y así trascenderlo en otra realidad, en otra cosa donde todo enmarcado en un mismo plano de superficies, de territorios, de espacios, y entonces ese tiempo de los dos muchachos sigue ahí pero en otro territorio alcanzable si logramos viajar hasta él.
—¿Quiénes son esos muchachos? —, pregunté al Sr. Williams que parecía un tanto absorto saboreando el café que había traído la Sra, con unas galletas.
—Ah, sí. Son nuestros hijos Raymond y Dolph. —, por un momento el Sr. Williams se quedó mirándolos como si fuese la primera vez; pero era evidente que posiblemente fuese una más de las miles de veces que se había quedado mirando la foto.
—Los dos murieron en un accidente de tráfico hace ya casi veinte años—, en ese momento su rostro una fuerte emoción le comprimió el rostro y se sintió con la respiración entrecortada. Fue su mujer la que nos amplió el comentario:
—Venían de una fiesta del High School y chocaron contra otro coche que venía de frente. Era de noche y la visibilidad era escasa debido a las fuertes lluvias que habían caído aquella semana. Y así perdimos a Ray y a Dolph.
—¡Oh! Lo sentimos de veras. Perdone por haber preguntado lo que no debíamos— Yo me sentía nervioso y Joy se retorcía las manos.

El Sr. Williams que ya parecía haber encontrado su equilibrio emocional nos explicó:
—Fueron momentos muy difíciles en nuestra vida. Creíamos que ya nada tenía sentido alguno. Que todo se hundía bajo nuestros pies. Se llevaban dos años y eran muy buenos estudiantes. Entonces vivíamos en Austin, Texas. Yo enseñaba astronomía en la Universidad de Texas y Liz era profesora en Kilmer Junior High. Vivíamos cerca del campus y éramos la familia más feliz del contorno. Lo digo con orgullo. Teníamos los roces típicos de adolescentes y adultos, pero nada más. Quizás esté idealizando, pero así me parecía en aquel momento y ahora. El golpe fue devastador, pero pudimos recuperarnos.
—El mayor consuelo vino de nuestra iglesia metodista—siguió habalndo Liz—. Toda la congregación se puso a nuestra disposición. El pastor Anderson y su mujer Irma tuvieron el acertado tacto para evitar que nuestra desesperación nos sumiera en una larga depresión; y, una larga depresión hubiese supuesto un abandono de nuestras vidas, trabajos; hubiera supuesto un aislamiento social y otras cosas peores. Fuimos enfocando nuestras vidas en un mayor compromiso con nuestra iglesia. Ted se dedicó más a su labor con los jóvenes; yo en la escuela dominical. Invertíamos nuestro tiempo libre en pensar actividades, salidas, trabajos de campo en los barrios pobres o las reservas indias de Nuevo México y Oklahoma. Ted también escribió un libro de texto de astronomía para los primeros años de college.
—Creatividad—volvió a retomar la palabra el Sr. Williams—logramos de algún modo transformar nuestro dolor en creatividad. Nuestra creencia en Dios y nuestra pertenencia a nuestra iglesia local fue muy importante ya que nuestras familias estaban dispersas por varios estados. Mi débil escepticismo también se transformó en una fe más firme y madura. Al final la tragedia nos cambió a los dos y en la dirección correcta. Logramos permanecer más unidos que nunca.

Joy y yo absorbíamos las palabras de aquel matrimonio ya mayor. Del nerviosismo inicial por nuestra parte al haber abierto aquella herida, fuimos pasando a un ambiente de conversación cordial inconscientes de que ya se iba haciendo de noche y habría que irse. La conversación fue variando hacia otros temas.
(En memoria de Laurel y Andy, hijos del profesor Laurel Murray fallecidos en triste accidente de tráfico en un lugar de Texas) 

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