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martes, 15 de mayo de 2012

ESTAMOS HASTA LOS MISMOS DE ESE CALVINISMO RADICAL

Mi meditación sobre el calvinismo radical me lleva inevitablemente al problema de la simulación. En un mundo posmoderno queramos o no, ha desaparecido toda verdad absoluta; todo referente transparente y prístino que todos podamos tocar, palpar y sentir como verdad. Por un lado están los fenómenos que sí podemos tocar y palpar y estar de acuerdo en que esto es un coche y aquello un perro; y que yo ahora tomo un café y la persona que está a mi lado es Pepona. Por otro lado, la ciencia nos demuestra que la tierra es redonda y que el neutrino viaja a la velocidad de la luz; o que aquellas ruinas corresponden a aquella civilización y forma de vida; pero cuando tratamos de poner orden al mundo y darle un significado, todo se deshace en infinitas interpretaciones.

Hay tantas interpretaciones como personas. Unos gravitamos alrededor de ciertos centros gravitatorios y otros sobre otros. Solemos gravitar en torno a espectros ideológicos: religiosos, políticos, filosóficos, estéticos, etc. De esa manera creemos dar sentido a los fenómenos que nos rodean. Podemos compartir experiencias con un mismo lenguaje. Pero jamás podemos llegar al convencimiento de que eso en lo que creemos sea la verdad absoluta, el referente definitivo. Descartadas las revelaciones divinas como productos humanos, relativizadas las verdades filosóficas como especulaciones que corresponden a momentos históricos concretos; o, a idiosincrasias particulares; puestas en entredicho las ideologías políticas por su potencial agotamiento en el tiempo; nos vemos forzados a vivir en un mundo de permanente simulación. Las verdades de la ciencia solo alcanzan un valor instrumental.

Ni siquiera sabemos quiénes somos cuando nos replegamos en nuestro interior. Nos representamos a nosotros mismos como mejor podemos, pero siempre surgen los desplazamientos y corrimientos de tierra que nos dejan a veces perplejos. Eso que yo pensaba que era mi yo resulta que es como una energía que se mueve entre ciertos espacios en un incierto campo espectral. Mantenerme ahí en esos espacios no es nada fácil, aun bajo la protección de las ideologías o demás intentos de consolidar significados universales o coherentes. Todos nos vemos arrojados a una permanente simulación. Simulamos con mayor o menor convencimiento que somos esto y lo otro, pero a la hora de confirmar nuestro convencimiento en contraste con el mundo y las personas nos hacemos rápidamente conscientes de la potencial fragilidad de nuestros planteamientos. Nuestra creencia o identidad no es más que otra interpretación más; quizás otra comunidad de interpretación maja e interesante, pero una entre otras. Quizás la elevemos a Verdad Universal, pero incluso ese fundamentalismo se desgasta pronto, a menos que derivemos en una fijación neurótica y otras cosas más arriesgadas. Oh, simulación de simulacros diría a quel saltimbanqui francés llamado Baudrillard.

El calvinismo radical parte precisamente de esta absoluta contingencia y desasosiego. Nos movemos ahí por necesidad. Por la caída radical que significa vivir en este mundo. Es de ahí de donde partimos. Y, es ahora, convencidos de nuestra absoluta contingencia, cuando logramos vislumbrar otra posibilidad, que aunque absolutamente fuera de nuestro esfuerzo y alcance; sin embargo puede actuar con poder de trasformación y absoluta seguridad. Ya no hay nada que simular o pretender. Lo que surge ha de aceptarse tal como es y vivir la cruda realidad abrazándola con la mayor radicalidad ética.

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