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martes, 28 de agosto de 2012

Y ASÍ CONCLUYE ESTA HISTORIA DE AMOR ADOLESCENTE (IV) FINAL


Para leer toda la historia id para abajo hasta el primer relato; luego id subiendo hasta este final 
 
Llegaba el final de la historia y ahora Ardano daba rienda suelta a sus recuerdos. Ya era de noche y pronto tendríanos que irnos. Ardano siguió.

Uno de los amigos de la Escuela de Oficialía era miembro de la Capilla Evangélica de Gijón y alguna vez asistía a sus cultos. Me resultaba interesante la experiencia religiosa protestante; sus himnos, sus lecturas de la Biblia, su seriedad moral. Incorporé así la Biblia como libro de lectura y aprendí de alguna manera a practicar la libre interpretación; el placer de saber que tu fe religiosa depende de la lectura de un libro; el mundo de Revelación contenido en un libro. Pero esto no era lo normal en un chico de 15 años en una ciudad como Gijón. Lo que para mi resultaba adecuado y de acuerdo con mi forma de ser y de crecer no era lo que otros juzgaban lo correcto. Mi personal reforma protestante chocaba con mi familia y hubo algún roce que otro con mis padres y mi hermano mayor. Mi tía Chinda era católica ferviente, no así el tío Cormarán y mi primo Nervo a quien le daba igual si iba o no iba a la iglesia y menos a qué iglesia. Yo era su primo con quien salía y se lo pasaba bien los domingos y punto. Estas experiencias las iba comunicando en francés a Mavi; le hablaba de mis lecturas, de mis amigos, de mis paseos solitarios pensando en ella. También de mis exploraciones protestantes y mi lectura de la Biblia. Mavi me decía que había un templo protestante en Caen y que tenía alguna amiga que lo era. También me hablaba de la sinagoga judía de la ciudad y de las persecuciones que habían sufrido. En sus cartas a veces venía también alguna postal de Caen y me parecía una ciudad curiosa, una ciudad que anhelaba visitar, que ejercía cada vez más atracción sobre mí. Por lo demás su vida era lo que era la vida normal y corriente de una chica francesa de su edad: instituto, amigas, diversiones, deportes, etc.


Durante este tiempo dibujaba diferentes tipos de mándalas en diferentes formas. Los mándalas son dibujos simbólicos contenidos en espacios circulares, triangulares, cuadrados, etc. Había dibujado varios con diferentes simbolismos y representaciones que me resultaban curiosas. Yo no era consciente de la importancia que los mándalas tenían en las culturas budistas e hinduistas; o, más tarde en la psicología de Jung; pero para mí eran una forma de expresión que me hacía descansar la mente. Uno de ellos lo utilizaba a manera de sello personal. Estaba formado por dos triángulos—uno de ellos contenía a otro colocado de forma inversa que de esta forma se lograban crear cuatro triángulos internos. Dentro de ese triángulo interior central invertido dibujaba una especie de montaña por la que subía un camino hasta alcanzar el sol brillante. En los otros tres triángulos internos colocaba tres letras simbólicamente importantes para mi. TPD. Le envié a Mavi el mándala y se lo expliqué. Tenía una curiosa explicación. Luego lo utilizábamos los dos al final de nuestras cartas como un sello sagrado. Cual fue mi sorpresa visitando Caen en el año 2012 de la era común cristiana, cuando visitando la sinagoga judía de Caen y justo enfrente, cruzando la calle, hay un monumento de conmemoración de la 3ra División de Infantería Británica inaugurado en 1984 y que curiosamente utiliza el mismo simbolismo de los dos triángulos. Me resultó curioso porque nunca había visto tal combinación de los triángulos en ningún sitio con excepción de mis cartas. Era mi símbolo personal, mi mándala que estaba relacionado con esa ciudad de Mavi, pero que jamás podía imaginar esa misma triangulación iba a presidir un importante monumento de Caen y que yo había llegado a tiempo para poder verlo. Era una extraña coincidencia. Quizás las coincidencias tienen una profunda significación.

Y vinieron por fin en julio del 66. Llegaron de nuevo “los franceses” aquel año. Tenía los números de mi calendario tachados día a día hasta que por fin llegó el día señalado. Su primera visita antes de instalarse en el camping fue a casa de mis tíos Cormarán y Chinda. Nada más llegar fui a ver a Mavi al piso de estos y nos saludamos con timidez. Su madre dijo algo como: “Bueno, después de tanto escribiros ya tenéis oportunidad de veros.” Los dos temblábamos de emoción. A partir de ahí recuerdo poco. Es curioso que recuerde ya poco. Sé que nos volvimos a juntar toda la familia en los roquedales del Rocadrán, a unos metros del camping. Hablamos algo esporádicamente, pero no había tiempo ni lugar para hablar solos, para intercambiar confidencias. Lo que si recuerdo bien es que al día siguiente los franceses empezaron a ir a un sitio y a otro fuera de Gijón o si quedaban en Gijón yo no tenía la mínima oportunidad de ver a Mavi por algún tipo de compromiso que normalmente manejaba la familia de Cormarán. Sé que a mi madre no le gustaba la manera en que se estaba manejando el tiempo de “los franceses”, quizás intuyera —a las madres no se les escapan detalles de las vidas de sus hijos—que yo estaba quedando a un lado; y, sé también que ella de alguna manera quiso hacerme ver que entendía lo que estaba pasando y que yo estaba, más bien inconscientemente, siendo excluido de toda aquella visita de los franceses. Algo habló con su prima francesa sobre esto que yo pude escuchar disimuladamente. El caso es que el fin de semana lo pasaron también fuera y así fue pasando el tiempo y toda mi expectativa, expectación, emoción e ilusión por Mavi se fue esfumando. Parecía ser que tendríamos que esperara otro año, pues éramos todavía demasiado jóvenes para poder influir sobre el curso de los acontecimientos de los mayores.

Y así fue cómo llegó el momento de partida del Citröen Berlina de la familia de Mavi y mis ilusiones cayeron definitivamente por tierra en aquella ciudad de Gijón del año 1966. Al parecer tenían que hacer una visita a otros familiares de Aragón. La otra familia, la familia de los Gómez, quedó por una semana más. Una de las hijas de los Gómez era Dalia. Era tres o cuatro años mayor que yo resultó ser una persona maravillosa con todos; su carácter afable y su peculiar manera de tratarnos, de salir con todos, de venir por nuestra casa sin problemas; dio lugar a una sincera amistad con ella y a mantener un recuerdo que aun hoy sigue vivo.

La burbuja de aquel enamoramiento se esfumó tal como había venido. No sé si seguí escribiendo algo más o si ni tan siquiera nos llegamos a escribir más. Simplemente no me acuerdo. La vida siguió su curso y otras historias estaban ya en camino.

HAY MUCHAS HISTORIAS DE AMOR ADOLESCENTE. ESTA ES OTRA (III)


Ardano siguió relatando con gana. ya estaba anocheciendo y la gente se había metido en casa.
 
Muchos, muchos años después de esta epopeya amorosa con Mavi, en el año 2012, visité Caen, capital de la Baja Normandía, distrito de Calvados. No me acordaba ya de aquella dirección que tantas veces había escrito en las cartas que había enviado durante el año 1965-66; y, aun intentando recordarla a través de un callejero tampoco me venía nada a la memoria. ¿Qué sería de la familia Grendín? ¿Y la familia Gómez? Nada. No sabía nada. Los años habían pasado—muchos años. Desde finales de los años sesenta había perdido su pista y jamás supe más de ellos. Ahora Caen me hacía recordar aquellos lejanos años de frescor adolescente en Gijón cuando la llegada de los “franceses” resultó un acontecimiento familiar en el verano del 65. ¿Y Mavi? ¿Qué habría sido de Mavi? Llamé a mi primo Nervo por el móvil y le pregunté. Al fin y al cabo su familia había seguido teniendo contacto con ellos durante años e incluso habían ido a Caen de visita. Me dijo que ya todos los mayores habían muerto, y que de las primas segundas no sabía nada desde hacía mucho tiempo. Otro dato sobre Caen: había sido destruida durante el desembarco de Normandía en el año 1944, por tanto la nueva ciudad es casi toda ella una reconstrucción. Yo trataba de reconstruir los posibles parajes urbanos donde había vivido Mavi, pero llegaba muy tarde, demasiado tarde. A saber dónde había vivido, cuál era el instituto a donde había ido, toda aquella vida de barrio y de ciudad que ella me contaba.

Pero seguiré con mi historia y retrocedo de nuevo a ese año 1965-66, cuando todavía tenía 15 años. Los 16 los cumpliría en agosto.

Pues una vez que me puse a trabajar en Vulcanizados Mortera mi tiempo ya volvía al tiempo de las ocho horas y al madrugar para estar en el puesto de trabajo presto a las 8 de la mañana. Y mi cuerpo ya era cuerpo de producción industrial con mis movimientos poco a poco armonizados y acoplados al ritmo del valor de cambio como diría Marx. Cuando llegaba a casa ya me costaba más trabajo ponerme a estudiar el curso de francés de APHA, pero aun así seguí aprendiendo y respondiendo a las cartas de Mavi con el mismo interés. Y, en efecto, en octubre ya empezaba a asistir por la noche a la Escuela de Maestría Industrial en la especialidad de delineante. Entonces mi jornada empezaba a las 7 de la mañana y acababa muchas veces a las 9:45 de la noche. Mi tiempo de estudio fue decreciendo a la mínima expresión. Los fines de semana continuaba saliendo con mi primo Nervo y los dos seguíamos fantaseando bastante sobre ir a Francia o a Alemania a trabajar. A veces le contaba cosas sobre Mavi y mi correspondencia con ella y él lo tomaba con sentido del humor. Pero cuando uno sufre de un estado de enamoramiento las cosas no son como deben de ser en el estado de profana realidad. El enamorado queda desconectado del mundo corriente y pasa a vivir entre paréntesis. Le cuesta mucho encontrar el modo de negociar su temporal enajenamiento emocional con el mundo real del trabajo, de lo cotidiano, de las rutinas; del orden productivo. Peor es poder expresar ese estado a otras personas sin caer en el ridículo o en la rareza. Las cosas en las vidas de las personas suelen complicarse de esta absurda manera. El sufrimiento lo tenemos siempre asegurado

Se puede quizás comprender el romanticismo como ese mismo fenómeno vivido y experimentado por primera vez en la historia como una posibilidad de existencia válida. Me impresionaban por aquel entonces películas tales como Los Paraguas de Cherburgo, o el Drácula de Christopher Lee; o Mary Poppins, West Side Story y otras. Trataba también de ver esas películas donde aparecían ciudades europeas y americanas, grandes ciudades donde uno se podía perder en multitud de rincones urbanos. Esas ciudades me abrían horizontes de civilización, de aventura, de posibilidades; de mundos más allá de mi ciudad provinciana. Bien es verdad que el hecho de haber pasado mi infancia en una ciudad como Madrid me había marcado con cierto cuño urbanita.

Pasó así un año. Y durante ese año los estudios nocturnos me resultaban agobiadores. No sentía ninguna vocación o interés por dibujar piezas de máquinas, menos aun por estudiar matemáticas o física y química. Eso llegaría años más tarde. Mi trabajo en el taller de vulcanizados era nada más que llevadero. Tampoco sostenía ambición alguna por aprender ningún oficio o interés en progresar más allá de lo que rutinariamente hacía día tras día. Vivía para mis ilusiones, para mis sueños, para mi forma peculiar de ver el mundo a través de la imagen de Mavi. Disfrutaba mis paseos en solitario por la ciudad, mis lecturas, mi música. En la escuela de Maestría hacía nuevos amigos y a veces íbamos a tomar un vaso por ahí cuando no había clase. Luego en casa me refugiaba leyendo novelas y escribiendo la próxima carta a Mavi. Le describía toda mi vida tal como transcurría y sentía el poder mágico de la escritura, la posibilidad de describir mi realidad a alguien que compartía conmigo esos mismos sentimientos. O al menos así lo creía.

jueves, 23 de agosto de 2012

HAY MUCHAS HISTORIAS DE AMOR ADOLESCENTE. ESTA ES OTRA (II)



Mi amigo Ardano siguió hablando con ganas. Parecía como si hablando y contando aquella época de su adolescencia lograba liberarse de algo. Seguimos paseando por el jardín y yo encantado de escuchar. me gustaba escuchar a la gente que tenía algo que decir.

Empezó entonces una correspondencia intensa y como mi francés inicial era un poco macarrónico (era el francés que había aprendido hasta el segundo de bachillerato); pues me puse a estudiar francés por mi cuenta con un curso por correspondencia que mi hermano mayor había utilizado en años anteriores y que andaba rodando por casa. Me acordaba de cómo aquel curso de APHA por correspondencia había dado bastante guerra entre mi hermano y mi padre. Mi padre empujaba a mi hermano para que mandara los exámenes a tiempo y mi hermano era evidente que procrastinaba o que ya había perdido interés. El caso es que cuando miraba aquel paquete de cuadernos, blocs y discos del curso todavía podía oir las frecuentes voces de mi padre contra mi hermano mayor por no “acabar el francés”. El caso es que como me habían echado de la imprenta por “incompatibilidad de intereses”, pues ahora aprovechaba mi tiempo libre para estudiar francés con gana, con ahínco; con “fuerte motivación” como dicen los pedagogos de tres al cuarto.

Nada más irse los franceses sentí un enamoramiento atroz por Mavi. Me sentía melancólico, triste; paseaba por las calles de Gijón con mi primo Nervo, hijo de mi tío Cormarán y mi tía Chinda. Nervo era un par de años más joven que yo pero tenía mucha sabiduría de barrio. Yo le contaba mis tristezas y él escuchaba y todo acababa en que un día iríamos a Francia a trabajar o nos metíamos en el centro Vanguardia a jugar al ping-pong y comer un bocadillo de anchoas. Otras veces íbamos al cine. Yo luego me refugiaba en mis estudios de francés y al poco tiempo y todavía en mis 15 años pues ya empezaba a escribir mis cartas con cierta soltura. Mavi estudiaba español en su colegio, pero también contaba con que era su idioma de familia. La correspondencia era interesante y amena. Yo le contaba lo que hacía en Gijón y ella lo que hacía en Caen. Curiosamente a través de aquellos dos meses de paro el aprendizaje del francés a través de aquel curso me resultaba muy interesante. Ocupaba varias horas del día escribiendo palabras nuevas, frases; copiaba varias veces las palabras engorrosas. Hacía los ejercicios y luego miraba los errores. Ponía los discos y pronunciaba. En realidad me lo pasaba bien aprendiendo el idioma. Me sentía otra persona mejor, más feliz, al asimilar otro idioma que me desplazaba de mi mundo ordinario. Siempre esperaba a una nueva carta de Mavi para poder demostrar mis progresos y esa carta siempre llegaba puntual. Mavi empezaba a encarnar muchas otras posibilidades mías, mundos diferentes donde los dos podríamos llegar a ser los protagonistas.

Todos los días iba a buscar trabajo por los talleres de Gijón. Unas veces miraba los anuncios de periódico que pedían pinche o aprendiz, y otras iba yo caminando por las calles de las zonas industriales a pedir modo. Llegaba al taller y entre ruidos de máquinas o cortadoras, o bufidos de soldadura autógena o chasquidos de la eléctrica, pues preguntaba por “el jefe” o “el encargado”. A veces te decían que te llamarían, otras que ya estaba el puesto ocupado; otras que viniera dentro de una semana. Otros anuncios eran ya típicos y aparecían casi todos los días: "Gargallo, necesitamos pinches y peones” o “Bohemia Española necesita peones y pinches”, pero eran sitios que no me gustaban. Presentía eran trabajos peligrosos de obreros blasfemos que olían a vinazo o a orujo por la mañana. Nada. Yo quería algo más tranquilo, más de “mandilón” a poder ser en lugar de mono. Mi idea del trabajo no consistía en ganar dinero, pues bien sabía que el dinero lo había que entregar en casa y yo me quedaba con cinco durinos el fin de semana. Pero cinco duros eran bien poco y te los daban incluso sin trabajar llegado el caso; así que yo en esos años nunca relacionaba trabajo con ganar dinero para mí, sino que era lo mismo que ir a una buena o mala escuela. Trabajar era seguir yendo a la escuela sin más ambición que hacer lo que me decían. Otros chavales en el mismo taller recibían la paga casi íntegra y se esforzaban por ganar más y echar horas y comprara una moto o una bici; también aspiraban a progresar y hacer otra cosa que les diera más dinero. Yo nunca viví esa ambición. Si me obligaban a echar horas (esto se “sugería”) pues para mí era como una ampliación del horario escolar; o sea, un castigo.

En octubre ya estaba trabajando en Vulcanizados Mortera. Un día había visto un taller en una calle industrial no muy lejos del centro de Gijón y me pareció un sitio tranquilo. Hacía una semana que había fracasado en unas pruebas para entrar de aprendiz en el Dique Duro Madera. A aquellas pruebas nos habíamos presentado ciento y la madre; y yo fracasé en algún ejercicio. La pena fue que no me examinaron de francés. Así que cuando fui a ver la lista y yo no aparecía pues me puse a patear las calles en busca de cualquier “modo”. En casa presionaban. También me decían que tenía que matricularme en la Escuela de Maestría como nocturno para aprender un oficio. Pero aquellos meses no estaba yo enfocado en trabajos o en escuelas. Aquello era un mundo hostil para mí, pero era el mundo real y no veía otra cosa viable. Si no servías para estudiar pues entonces a trabajar y punto. Mi mundo imaginativo era muchísimo más interesante. El estar enamorado de Mavi hacía posible cierta magia y ensueño a la hora de pasear la ciudad. Ansiaba con irme de Gijón, de España. España cuando la comparaba con las películas americanas o francesas o los artículos de Selecciones del Reader’s Digest o Mecánica Popular, o también los relatos de Mavi en sus cartas, pues me parecía un país ordinario en contraste con aquella gente de otros países tan amable y dispuesta. La vida en Gijón era una vida de desconfianza provinciana sin más futuro que acoplarse a lo ya existente. Así que solo soñaba con irme de España, irme a otros países y vivir de otra manera. Irme a Francia, a Inglaterra a Estados Unidos, etc. Cambiar mi identidad a cualquier precio. No me sentía a gusto con vivir donde vivía o ser de donde irremediablemente era. Nunca pude evitar eso.

Ardano parecía encontrar un equilibrio emocional. Abrimos una botella de buen vino y nos quedamos un rato en silencio. Era evidente que todavía había cosas en el tientero.

lunes, 20 de agosto de 2012

HAY MUCHAS HISTORIAS DE AMOR ADOLESCENTE. ESTA ES OTRA (1)

Mi amigo Ardano Cortaped tenía ganas de contarme una experiencia lejana. Nuestras mujeres estaban mirando unas revistas de moda y ese día radiante de sol de verano le había traido recuerdos del pasado. Ardano creía que el pasado ahora quedaba más claramente revelado y, si lograba expresarlo y narrarlo a alguien, entonces mucho mejor. Y así empezó a conta mientras paseábamos por el jardín).

Tan solo tenía quince años y había descubierto mi amor romántico en forma de una francesita de catorce años hija de españoles, hijos de la guerra, que vivían en Francia en la bonita ciudad de Caen. Yo, en ese momento empezaba a trabajar en una imprenta haciendo recados y mal aprendiendo el oficio de impresor. Un amigo del club Vanguardia Obrera situado en la calle Cabrales me había hablado de la necesidad de un aprendiz en la imprenta Impresatura S.L. En realidad en esa imprenta no hacía más que ir y venir con la bicicleta recorriendo toda la ciudad y cobrando recibos y yendo a correos a coger paquetes o certificarlos y, a veces, pues alguien me decía cómo funcionaba la máquina minerva, pero sin mucho éxito. La imprenta no parecía ser lo mío y tampoco me dejaban el tiempo suficiente para saber apreciarla.

Y fue en ese verano cuando me enamoré de aquella francesita de origen español de la ciudad de Caen. Llegaron un sábado por la mañana y fueron a casa del tío Cormarán que vivía cerca de casa. Parece ser que el tío Cormarán ya había estado en Francia con sus primas, hijas de la guerra, casadas con españoles también hijos de la guerra. Y allí en Francia había intentado abrirse camino en el mundo del trabajo con apoyo de las primas. No salió bien el experimento y dicho tío volvió a casa. Decía que el tiempo frío y húmedo le afectaba y que no se acostumbraba. El caso es que ese día de verano llegaron los “franceses” (como a partir de entonces les denominaba la familia) en dos Citröen modelo DS Berlina que para nosotros parecían cochazos de lujo en aquella España del 600 y del Dos Caballos, todavía inasequibles para muchos. Era el mes de julio de 1965 y el verano era radiante aquel año. Eran dos matrimonios en sus cuarenta, con dos hijos cada uno. Mi francesita era hija de uno de ellos, tenía un hermano más pequeño. El otro matrimonio tenía dos hijas. Uno de los padres trabajaba en una fábrica de camiones Renault, y el otro era encargado de obras de construcción. Eran una gente que desde el principio me caían bien. Me parecían gente al margen de los fuertes prejuicios provincianos y convencionales de la Asturias de entonces y, sin descuidarme mucho, de la Asturias de ahora. Hablaban de las cosas corrientes para nosotros con cierta curiosidad desapegada y objetiva que a mí me resultaba también curioso.

Los franceses se alojaron en el camping del Rocadrán y un día fuimos toda la familia a bañarnos al roquedal que estaba al lado del camping. Y allí estaba la francesita tan guapa y con el bikini dejando ver un cuerpo precioso en una época en que los bikinis en España todavía no estaban implantados y el pudor moral era todavía muy fuerte. La francesita se llamaba Maví, como el título de la canción de moda en aquel verano. Y así fue cómo Maví y yo nos miramos y contemplamos y hablamos con cierto nerviosismo y complicidad. Me perecía la criatura más hermosa de la tierra pues tenía además de una cierta timidez, una mirada de inocencia en un verano soleado con el ambiente de música de moda y la gente disfrutando de las vacaciones y la playa. Pero nuestros encuentros fueron pocos. Contados. Los franceses parecían estar tutelados ese verano por la familia del tío Cormarán y los planes estaban muy condicionados a los espacios de los coches Citröen, ya que el tío Cormarán no tenía más que una Guzzi y con la Guzzi no se podía ir muy lejos. Así que se fueron a sitios fuera de Gijón a ver lugares de infancia como Ribadesella, Lastres, etc. y yo no contaba en esos planes. Así que me pasé aquellos días de visita francesa trabajando en la imprenta hasta tarde y los fines de semana no estaban a mi disposición para estar ni tan siquiera unas horas con Maví. Era una puñetera frustración sin posibilidad de remediarla. Cuando ves que las circunstancias te tratan así sientes que todo a tu alrededor pierde valor y vives como un extraño metido en tí mismo. Ellos se iban a algún lugar con la familia del tío Cormarán u otra familia. Yo, con toda mi pasión de adolescente, habría de quedarme trabajando en un taller hostil.

Pero hubo tiempo para intercambiar direcciones y para decirse cosas más con la mirada y las palabras tímidas que de forma libre y desinhibida. Tampoco eran tiempos para tales formas de expresar el amor. A los diez días se fueron, ya que tenían que visitar otros familiares fuera de Asturias. Más tarde me enteré que ese año 1965 fue el primer año que les dejaron entrar a España. En años anteriores se conformaban con llegar a la frontera y mirar al otro lado del Bidasoa con la esperanza de poder entrar libremente algún día. No cabe duda que esa primera visita era para ellos una intensa alegría. Todo un triunfo. La dirección de Maví era una calle de Caen. Y a partir de ahí Caen se convirtió para mi en una ciudad mítica; un objetivo ansiado por la imaginación; un lugar de magia donde habitaba Maví.

(Continuará en epígrafe superior)