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jueves, 23 de agosto de 2012

HAY MUCHAS HISTORIAS DE AMOR ADOLESCENTE. ESTA ES OTRA (II)



Mi amigo Ardano siguió hablando con ganas. Parecía como si hablando y contando aquella época de su adolescencia lograba liberarse de algo. Seguimos paseando por el jardín y yo encantado de escuchar. me gustaba escuchar a la gente que tenía algo que decir.

Empezó entonces una correspondencia intensa y como mi francés inicial era un poco macarrónico (era el francés que había aprendido hasta el segundo de bachillerato); pues me puse a estudiar francés por mi cuenta con un curso por correspondencia que mi hermano mayor había utilizado en años anteriores y que andaba rodando por casa. Me acordaba de cómo aquel curso de APHA por correspondencia había dado bastante guerra entre mi hermano y mi padre. Mi padre empujaba a mi hermano para que mandara los exámenes a tiempo y mi hermano era evidente que procrastinaba o que ya había perdido interés. El caso es que cuando miraba aquel paquete de cuadernos, blocs y discos del curso todavía podía oir las frecuentes voces de mi padre contra mi hermano mayor por no “acabar el francés”. El caso es que como me habían echado de la imprenta por “incompatibilidad de intereses”, pues ahora aprovechaba mi tiempo libre para estudiar francés con gana, con ahínco; con “fuerte motivación” como dicen los pedagogos de tres al cuarto.

Nada más irse los franceses sentí un enamoramiento atroz por Mavi. Me sentía melancólico, triste; paseaba por las calles de Gijón con mi primo Nervo, hijo de mi tío Cormarán y mi tía Chinda. Nervo era un par de años más joven que yo pero tenía mucha sabiduría de barrio. Yo le contaba mis tristezas y él escuchaba y todo acababa en que un día iríamos a Francia a trabajar o nos metíamos en el centro Vanguardia a jugar al ping-pong y comer un bocadillo de anchoas. Otras veces íbamos al cine. Yo luego me refugiaba en mis estudios de francés y al poco tiempo y todavía en mis 15 años pues ya empezaba a escribir mis cartas con cierta soltura. Mavi estudiaba español en su colegio, pero también contaba con que era su idioma de familia. La correspondencia era interesante y amena. Yo le contaba lo que hacía en Gijón y ella lo que hacía en Caen. Curiosamente a través de aquellos dos meses de paro el aprendizaje del francés a través de aquel curso me resultaba muy interesante. Ocupaba varias horas del día escribiendo palabras nuevas, frases; copiaba varias veces las palabras engorrosas. Hacía los ejercicios y luego miraba los errores. Ponía los discos y pronunciaba. En realidad me lo pasaba bien aprendiendo el idioma. Me sentía otra persona mejor, más feliz, al asimilar otro idioma que me desplazaba de mi mundo ordinario. Siempre esperaba a una nueva carta de Mavi para poder demostrar mis progresos y esa carta siempre llegaba puntual. Mavi empezaba a encarnar muchas otras posibilidades mías, mundos diferentes donde los dos podríamos llegar a ser los protagonistas.

Todos los días iba a buscar trabajo por los talleres de Gijón. Unas veces miraba los anuncios de periódico que pedían pinche o aprendiz, y otras iba yo caminando por las calles de las zonas industriales a pedir modo. Llegaba al taller y entre ruidos de máquinas o cortadoras, o bufidos de soldadura autógena o chasquidos de la eléctrica, pues preguntaba por “el jefe” o “el encargado”. A veces te decían que te llamarían, otras que ya estaba el puesto ocupado; otras que viniera dentro de una semana. Otros anuncios eran ya típicos y aparecían casi todos los días: "Gargallo, necesitamos pinches y peones” o “Bohemia Española necesita peones y pinches”, pero eran sitios que no me gustaban. Presentía eran trabajos peligrosos de obreros blasfemos que olían a vinazo o a orujo por la mañana. Nada. Yo quería algo más tranquilo, más de “mandilón” a poder ser en lugar de mono. Mi idea del trabajo no consistía en ganar dinero, pues bien sabía que el dinero lo había que entregar en casa y yo me quedaba con cinco durinos el fin de semana. Pero cinco duros eran bien poco y te los daban incluso sin trabajar llegado el caso; así que yo en esos años nunca relacionaba trabajo con ganar dinero para mí, sino que era lo mismo que ir a una buena o mala escuela. Trabajar era seguir yendo a la escuela sin más ambición que hacer lo que me decían. Otros chavales en el mismo taller recibían la paga casi íntegra y se esforzaban por ganar más y echar horas y comprara una moto o una bici; también aspiraban a progresar y hacer otra cosa que les diera más dinero. Yo nunca viví esa ambición. Si me obligaban a echar horas (esto se “sugería”) pues para mí era como una ampliación del horario escolar; o sea, un castigo.

En octubre ya estaba trabajando en Vulcanizados Mortera. Un día había visto un taller en una calle industrial no muy lejos del centro de Gijón y me pareció un sitio tranquilo. Hacía una semana que había fracasado en unas pruebas para entrar de aprendiz en el Dique Duro Madera. A aquellas pruebas nos habíamos presentado ciento y la madre; y yo fracasé en algún ejercicio. La pena fue que no me examinaron de francés. Así que cuando fui a ver la lista y yo no aparecía pues me puse a patear las calles en busca de cualquier “modo”. En casa presionaban. También me decían que tenía que matricularme en la Escuela de Maestría como nocturno para aprender un oficio. Pero aquellos meses no estaba yo enfocado en trabajos o en escuelas. Aquello era un mundo hostil para mí, pero era el mundo real y no veía otra cosa viable. Si no servías para estudiar pues entonces a trabajar y punto. Mi mundo imaginativo era muchísimo más interesante. El estar enamorado de Mavi hacía posible cierta magia y ensueño a la hora de pasear la ciudad. Ansiaba con irme de Gijón, de España. España cuando la comparaba con las películas americanas o francesas o los artículos de Selecciones del Reader’s Digest o Mecánica Popular, o también los relatos de Mavi en sus cartas, pues me parecía un país ordinario en contraste con aquella gente de otros países tan amable y dispuesta. La vida en Gijón era una vida de desconfianza provinciana sin más futuro que acoplarse a lo ya existente. Así que solo soñaba con irme de España, irme a otros países y vivir de otra manera. Irme a Francia, a Inglaterra a Estados Unidos, etc. Cambiar mi identidad a cualquier precio. No me sentía a gusto con vivir donde vivía o ser de donde irremediablemente era. Nunca pude evitar eso.

Ardano parecía encontrar un equilibrio emocional. Abrimos una botella de buen vino y nos quedamos un rato en silencio. Era evidente que todavía había cosas en el tientero.

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