Salía de casa con ganas de ir al centro cultural del barrio
de Gsfdtrw. Me estaba pudriendo en casa y los nervios me estaban llevando a una
situación maníaco-depresiva de increíbles consecuencias. Mis cuatro mujeres no
me dejaban en paz con sus celos y sus manías. Mis trece hijos hacían demasiado
ruido con sus televisiones particulares y sus videojuegos y no digamos los ordenadores
siempre en páginas guarras sin control alguno. Decidí ir al centro cultural de
Gsfdtrw a recobrar mi dignidad, mi propia identidad perdida hacía ya muchos
años; mi sentido de la historia y del arte mundial. Dos de mis mujeres eran
también socias pero nunca les apetecía venir conmigo a ningún acto. Las otras
dos eran más de centro estético-deportivo y allí cultivaban sus cuerpos con el
mayor placer narcisista.
Pero a la salida de casa me encontré con una pandilla de
macarras dispuestos a robarme cualquier cosa. Al principio trataron de
intimidarme y de tantearme qué tipo de arma llevaba. Dos vecinos más salían al mismo tiempo por
otros portales portando dos lanza-gases tipo Yud-23 y eso sirvió para despistar
la acción de la pandilla que tan solo llevaban puñales y escopetas de caza. Yo
llevaba conmigo, bajo el sobaco, una pistola Megrad-X-09 capaz de despedazar al primero que se
acercara. Salimos los tres vecinos y nos dirigimos corriendo a las paradas del
urbanón; una especie de autobús flotante. Atravesamos así los malditos barrios
de Hgstralop y Mcbnsfasw donde sus habitantes practican el canibalismo y adoran
diosecillos dementes que llevan a cabo los deseos de enfermiza venganza de
estos habitantes. El urbanón abrió entonces su escudo protector transparente y sobrevoló
los tejados de los edificios de estos barrios mientras podíamos ver cómo allá
abajo sus habitantes viven una vida propia al margen de cualquier ley
civilizada. Al cabo de un tiempo llegamos al Centro Cultural de Gsfdtrw y allí
me dirigí a la sección de libros impresos. Me gustan los libros impresos ya que
con ellos toco todavía la materia portadora del saber milenario.
Pero al centro Cultural venimos todos cuando nuestra
ansiedad familiar o personal nos hace la vida imposible y entonces hemos de
disminuir el volumen de conciencia a base de charlas con laberínticas teorías francesas sobre
nuestra civilización; o exhibiciones de cuadros y esculturas que nos adormecen
los espacios ociosos y malignos de nuestras conciencias. Allí veo a mi vecino
Hsgfat que ahora es el quinto marido de Kagaftalia, mi antigua compañera de
universidad, que comparte así mismo su matrimonio plural con dos mujeronas y dos boxeadores profesionales. Y allí está el solitario misógino-misántropo de Zaposrtaw que odia
todo lo que ve y así dice ser el hombre más feliz del planeta. Iré antes a la
cafetería a tomar mi tercer café del día.