Lo desconocido siempre nos produce miedo e inquietud. Aquella
muchacha me había invitado a ver a sus amigos. El país era muy extraño. Nunca
había estado en aquel país; ni siquiera sabía que existía. A veces descubrimos
cosas sorprendentes cuando dejamos que la mente vuele hacia lo ignoto. La
muchacha era de una belleza sencilla. Su mirada inspiraba absoluta confianza.
Un par de horas antes me había sentado entre un círculo de
gente que cantaba rodeando una pequeña hoguera. Alguien tocaba la guitarra y
los cánticos eran tristemente alegres. Luego todos nos quedamos callados y fue
circulando una jarra de cerveza. Alguien comenzó a recitar un largo poema épico
de épocas remotas. Me sentía muy a gusto. Hacía tiempo que no me sentía tan a
gusto. Luego alguien comenzó a narrar una historia que se iba enlazando con
otras historias en diversos tiempos y espacios. Luego fue de nuevo la guitarra
y los cánticos. Extraño país aquel. Gente muy peculiar.
Me había decidido a visitar aquel territorio desconocido
porque mirando los mapas me llamó la atención una gran mancha sin ninguna
población en uno de los países más extensos de la tierra. Era un lugar
fronterizo. Una frontera indefinida quizás. Indefinición. Territorio
indefinido. ¿Incodificable?
Una vez acabada la velada del círculo la gente se disolvía,
se desparramaba por el bosque que nos rodeaba. Una muchacha que vestía con una
falda larga de diversos colores se me acercó y me dio la bienvenida en inglés.
Al ver que estaba confuso y que no sabía qué responder me dijo que la
acompañara. Me preguntó por mi nombre, pero nada más. Luego me dijo que fuera
con ella a ver a sus amigos. Su expresión era de una sinceridad trasparente.
Alguien que automáticamente inspira confianza.
Después de caminar por una media hora llegamos a una especie
de campamento. Me cogió entonces la mano y me fue presentando gente. Todos
sonreían. Todos me daban la bienvenida. La muchacha me llevó a una gran cabaña.
Había varias personas: hombres y mujeres de distintas edades. Había también
niños. Pero ya era tarde y cada pareja o familia se retiraba a su cama. La
muchacha me invitó a compartir el sueño mágico de aquella noche con ella.
Al día siguiente me levanté. No oía a nadie. Miré afuera y
no había nadie. La cabaña estaba vacía y parecía que había estado vacía por
muchos años a juzgar por las telarañas y el olor rancio. Me vestí y me di
cuenta que estaba en medio de un bosque absolutamente desconocido en un
territorio indefinido.
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