Llegaba al poblado terriblemente cansado, pero ya a lo lejos
percibió el descanso. Su fiel mula Nashka también comprendió que el viaje
llegaba a su fin y sacó fuerzas de flaqueza. El poblado estaba anclado a la
falda de una suave colina mirando al valle del Pecos. Desde allí se podía
contemplar el desierto millas y millas a la redonda. Un desierto cubierto de
mesquitales y rocas quebradas que parecía agotarse en un horizonte de lenta
muerte.
Peskin “Hammer”Rodaballo volvía a su antiguo poblado viejo y
cansado. A lomos de la mula llevaba como equipaje una oscura maleta de cuero
cuarteado. Allí llevaba sus dos mudas, una pistola, su dentadura postiza de
repuesto y la Biblia que había heredado de su padre Gantri Rodaballo Doe; que
anteriormente había también heredado de su abuelo el predicador medio loco de Grandfalls,
Pito Rodaballo.
Peskin había viajado por medio mundo y conocido gentes de
toda clase y sustancia. La sustancia humana le sabía amarga. De todas las
personas que recordaba tan solo dos habían calado en su corazón y memoria. Dos
personas buenas que habían sabido comprenderle aun en los momentos más duros y
tristes cuando el mundo parecía haberse transformado en un valle de hielo
poblado de alimañas hambrientas. Y sin embargo Julie Klein supo comprenderle y
devolverle la vida cuando parecía que todo estaba perdido en la ciudad de
Zurich. Muerta ella todavía joven, Marie Lesselle fue la nueva mujer que se arriesgó a compartir su indefinida vida a través de Francia e Inglaterra. De aquella familia habían nacido dos
hermosos niños que pronto se hicieron hombres para luego separarse y vivir en países
diferentes. Por lo demás solo le quedaba la estela amarga de nunca haber podido
comprender a las personas, ni tan siquiera a sí mismo. En aquellos países lejanos recordaba su pasado como una pesadilla de noches tristes bajo el cielo del horizonte del desierto de su infancia allá en el desierto texano. Eran sueños como los sueños de un coyote aullando bajo la luz de una luna llena y azotado por el viento frío de la noche abierta al infinito.
Ahora volvía a ser Peskin “Hammer” Rodaballo cruzando las
llanuras de Llano Estacado a lomos de su fiel animal por quien sentía verdadera
ternura. Vuelta a casa en las orillas del noble Río Pecos con sus verdes
aguas mansas serpenteando el desierto. Viejo y cansado el viejo Peskin retorna a su poblado. Vuelta a
casa y a las entrañas de su linaje y saga.
A medida que Peskin “Hammer” Rodaballo cruzaba el Río Pecos
por el vado de Los Cañales, se oyó una fuerte balacera en el poblado. Peskin ya
no era capaz de percibir miedo alguno y salió del río con su fiel Nashka alegre
al refrescarse. Luego comenzó a subir la cuesta del poblado. Y entonces oyó que alguien le habalaba:
“He bato, dónde la chingada va usted con esa maleta tan
charrusquiada” le dijeron en español, mejor dicho le gritaron.
“Ándele, pero si parece un pendejo bolillo el cuate este”,
dijo otra voz.
“Oiga, ahorita dese la vuelta, pos no le aconsejo que siga. Va
a ver cosas feas y no querrá usted pintar un cuadro de fiambres, je, je” le dijo
otro.
Peskin miró hacia arriba y vio tres rifles apuntándolo desde
encima de una loma que daba al camino de subida.
Sin decir nada siguió subiendo. Aquello era su poblado, sus
entrañas naturales; todo lo que le quedaba de vida.
Dos balas silbaron cerca de
sus orejas y la tercera hizo caer a su mula. Fue en ese momento cuando fue descubriendo
lo que había más allá del horizonte del desierto. Sintió un golpe seco y
enseguida se sintió volando entre el silencio de unas
nubes de algodón que nunca dejaban de estirarse hasta arrojarle a un infinito océano estrellado.