Ese rostro de F. lo recuerdo como un rostro tenso. Casi
siempre tenso. La mirada era casi siempre dura y
arrogante.
arrogante.
En ocasiones podía sentirse de buen humor y gastaba bromas. Tenía
sentido del humor. Es curioso: hay gente que no tiene sentido del humor. F. por
suerte lo tenía y eso quería decir que allá, en algún sitio de su alma, había, esporádicamente, un fondo de tolerancia consigo
mismo. Un “que le den” saludable. Pero la tensión y la mirada dura indicaban un
estado de estar mucho tiempo a la defensiva. ¿Contra qué?
Suele ocurrir con gente de principios. Para asentarse en
esos principios y mantenerlos hay que estar en continua defensa. Los enemigos
acechan en forma de multitud de tentaciones. La inseguridad amenaza desde fuera
y desde adentro. Tensión. La boca pequeña y los labios delgados siempre apretados.
Pero en ocasiones era ira. Violencia e ira. Había un límite
a partir del cual su rostro se tornaba lívido; su mirada se volvía amenazante y
vengativa. Entonces F. era peligroso. Pegaba a sus alumnos de forma sistemática
y generalizada. Cogía el palo y arreaba a toda la clase en fila. El castigo era
excesivo y desproporcionado.
Luego permanecía en silencio. Un silencio de turbulencias en
camino de encontrar algún orden o sentido.
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