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domingo, 7 de julio de 2013

LA PROSAICA VIDA PROFANA

Ayer pasé por el café Roscotte y Balarkano me dijo que ya no pensaba jamás en clave política. Que lo suyo
era otra cosa y que la política era un mal recuerdo del pasado. Pero en ese momento llegaba un político famoso al café Roscotte y entonces a Balarkano le empezaron a salir sarpullidos por la cara y los ojos se le pusieron verdes. Yo quedé pasmado, pues mi amigo Balarkano ahora echaba espuma por la boca. Como estábamos en una mesa alejada del público, pues nadie se enteraba. Mi amigo realmente sufría con la política y lo que le estaba pasando era una alergia a la política. Por suerte el político famoso se dirigió al váter y entonces Balarkano comenzó a recuperar la normalidad. Entonces salimos a la calle y nos despedimos.

Yo volví al café y vi al famoso político a distancia. Estaba sentado con una bella dama de alto copete que vestía ropa muy cara. El famoso político se estiraba para hablarle a la bella dama. La bella dama se echaba para atrás cuando el famoso político se estiraba para hablarle. Y así, con ese estirar y tirarse para atrás transcurría aquella curiosa conversación. Parecían muñecos mecánicos en un juego de muelles elásticos. Yo me puse a leer el periódico del día, pero en ese momento llegó Rubialima; mi gran amiga Rubialima y sentándose a mi lado se puso a hablar de ingeniería genética. No sé por qué razón se puso a hablar de ingeniería genética, pero parecía saber mucho sobre el tema. Yo empecé a dudar de su cordura, pero en ese momento Rubialima cambió de tema y me cogió las manos con fuerza. Decía que necesitaba amor, pero que no encontraba tal cosa. Yo le dije que era muy bella y que todavía alguien la podía querer como ella quería y necesitaba. Ella se quedó pensativa y cogiendo el periódico dijo que se iba al baño. Rubialima tardaba mucho en volver; y yo, sin periódico que leer, me sentí un tanto aburrido, así que volví a mirar al famoso político y a su bella dama que seguían con el mismo movimiento.

En vista de que Rubialima no volvía pagué y me fui a la calle. Hacía mucho viento y todo parecía descontrolarse. Un viejo tocaba una armónica en una esquina. Una señora gorda de mediana edad corría por en medio del paseo gritando que el fin del mundo estaba cerca. Otro señor caminaba a cuatro patas siguiendo a su torpe perro. Yo entonces decidí irme a mi casa. Pero entonces acertó a pasar por allí Colmerto Riyales caminando a pata coja. Paró y al verme me dijo que ya empezaba a cobrar su prejubilación mañana por la mañana y que entonces quería invitarme a desayunar churros con Maribela, su mujer. Nunca supe la edad de Colmerto y menos la de su mujer. Tampoco supe nunca en qué trabajaba; y menos su mujer.

Le dije que tenía prisa y me fui para casa corriendo sin parar.

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