Llevaba ya muchos años en el Ejército. Estaba
a gusto. La vida militar le convenía pues la
disciplina le centraba la vida. Quizás
en otro trabajo su vida hubiere sido más complicada. Siempre había preferido los puestos militares lejos de su provincia. Recordó que cuando era joven y hacía
el servicio militar también fuera de su provincia pues escribía cartas a la
familia, a su novia, a los amigos, etc. Además recordaba aquel año como un año
de sol, de claridad, de futuro, de esperanza, etc. El servicio militar era sólo
un tiempo de tránsito hacia el futuro. Entonces tenía todo un futuro por
delante. Pero, paradojicamente, el futuro fue seguir en el Ejército. Se dio cuenta que le gustaba la vida de disciplina; de cadena de mando y obediencia. No le fue difícil enrolarse en la Escuela Militar.
En el actual servicio militar era ya un veterano, una
persona mayor; un hombre con mucha experiencia de la vida. Además era respetado.
Sus opiniones y simple presencia en las instalaciones eran apreciadas. Se sentía
a gusto. Cogía el jeep y daba vueltas por los campos de instrucción, por los
barracones de las compañías, por los talleres o canchas deportivas. Era su
mundo. Fuera del recinto militar no tenía a nadie. Quiso
volver a escribir a su mujer, pero su mujer hacía tiempo que lo había abandonado y había perdido su pista, aunque no su recuerdo que lo perseguía como un
fantasma acusador. ¿Qué habría hecho mal? No toda la culpa era suya, pero la
vida es así y muchas cosas ocurren sin que haya explicaciones racionales que
nos consuelen. Pensaba en sus padres, pero ya habían muerto los dos hacía unos
años. Su hermana mayor, casada con un abogado, vivía en los Estados Unidos desde
hacía veinte años y los contactos con ella eran cada vez más distanciados. Cuando
venía de vacaciones solía hacerlo en otras zonas del país y raramente prestaba
una vista relámpago a su hermano; visita que además tenía intereses económicos,
relacionados con unas propiedades heredadas de sus padres. En realidad él
siempre había estado fuera de la casa familiar desde muy joven y por tanto los
lazos afectivos ya débiles en sí, se fueron debilitando mucho más.
Su vida era el Ejército, pero pronto habría de pasar a la
reserva. De hecho ya había agotado todos sus años
de excedencia por edad. ¿Qué
haría viviendo en una ciudad que ya casi no recordaba? Y lo peor: ¿Qué haría solo
sin amigos con quienes contar? Una fuerte tristeza se fue apoderando de él. A la mañana siguiente muy temparano cogió el jeep y se dirigió hacia los bosques que
rodeaban los campos de tiro. Llovía con intensidad, pero la lluvia y la humedad
se aliaban con él en su tristeza. Paró el auto y vio las luces lejanas del
pueblo. Sacó el termo y echó un trago de café.
No había que pensar mucho las cosas. Era sólo cuestión de
actuar, de estar siempre en movimiento; de evitar que las aguas se estancaran y
dejarlas seguir su curso. Volvió a arrancar el jeep y volvió hacia el edificio
central.
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