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viernes, 24 de septiembre de 2010

UN RANCHO NO MUY LEJOS DE MUNGO CREEK

Cuando era pequeño mi familia vivía en un rancho no muy lejos de Mungo Creek. Yo recuerdo aquella casa grande de madera donde mi hermano Mark y yo crecíamos. Recuerdo las mañanas del sábado y domingo cuando despertábamos y veíamos las praderas subir por las colinas hasta perderse rozando con el cielo. También estaba el bosque de fresnos cerca del rancho de los Berkins. Luego bajábamos las escaleras para desayunar pues madre tenía preparados los pancakes y el bacón con huevos fritos. Mark echaba mucho serope a los pancakes, yo prefería más untarlos de mantequilla. Madre era todavía joven y nos miraba sonriendo. Luego bajaba padre cantando una vieja canción que él decía el abuelo también solía cantar. Padre era un hombre fuerte y de buen carácter. Trabajaba como una bestia más en el rancho, pero parecía feliz con lo que hacía. Mark y yo íbamos a la escuela de Mungo Creek y allí la Sr. Klarty nos enseñaba de todo un poco. Lo que más me gustaba de las clases de la Sr. Klarty era la lectura. Durante una hora o más leíamos en voz alta un libro de historias sobre personajes de la historia de nuestro país. La Sr. Klarty era buena, sabíamos que tenía buen corazón, pero era algo fea y eso debía de ser un problema para ella, pues todavía era soltera y no parecía ser algo que le gustara. Nuestra buena maestra también nos leía historias de la Biblia que nos gustaban mucho.

A la escuela iba también la hija pequeña de los Berkins. Ella se llamaba Peggy, Peggy Berkins, y tenía una cara risueña y algo pecosa. Era pelirroja y cantaba muy bien. A veces, durante el recreo, se ponía a cantar himnos de su iglesia y la verdad lo hacía muy bien. En total éramos unos 25 niños en aquella escuela y la mayoría éramos de los ranchos de alrededor del pueblo. Otros niños iban a la escuela de la iglesia presbiteriana, pero allí había que pagar algo más e iban los hijos de los tenderos, del médico, del pastor y del banquero Peter Monty. Cuando acabábamos las clases Mark y yo íbamos corriendo hasta casa que estaba a casi 3 millas de Mungo Creek. Madre ya tenía la cena lista y luego mi hermano y yo nos íbamos a jugar con una pelota vieja o a descubrir nuevos territorios por las cercanías. Este era un juego fascinante. Nos poníamos a caminar y acotábamos una parcela de territorio de unas cuantas yardas cuadradas, luego íbamos explorando los relieves, los detalles del terreno, las piedras, las plantas, los arbustos, el arroyo o la arena. Entonces poníamos lo parcelábamos en zonas y nos lo dividíamos. Luego nos jugábamos a suertes o con juegos parte de nuestra tierra hasta que cansábamos. Era muy entretenido.

Cuando era de noche a veces miraba por la ventana y veía la luna llena y todo parecía misterioso. Me preguntaba si más allá de las colinas y mucho más allá en las grandes praderas habría magos o personajes como los de los cuentos que nos contaba madre. Una vez me desperté por la noche y mirando por la ventana vi a padre que volvía borracho de la taberna de Lukas. Mi madre salía a ayudarle a entrar y le reñía con furia. Nunca había visto a mi madre tan enfadad. Hacía mucho frío aquella noche y al día siguiente mi padre estaba enfermo. Tosía mucho y parecía delirar de fiebre. Mi madre lloraba en la cocina mientras nos preparaba la cesta de la comida para ir a la escuela. Mi padre estuvo así durante un par de días, luego se puso bueno pues era muy fuerte. Yo sabía que los mayores tenían sus problemas y padre y madre a veces discutían cuando no estábamos delante, pero yo lo adivinaba por la cara que tenían.

Los domingos íbamos a la iglesia metodista de Broken River. Mi padre preparaba la carreta con los dos caballos, Rich y Melop, y toda la familia viajábamos muy contentos cantando canciones sobre Billy Brown y su mujer y sus cómicas y desgraciadas aventuras por los pueblos de las Grandes Praderas. En la iglesia seguíamos cantando himnos y luego la mujer de reverendo Edwin, Louisa, nos impartía la escuela dominical. Luego pasábamos a la iglesia y allí había que guardar mucho silencio hasta que de nuevo nos levantábamos para cantar más himnos. La iglesia de los mayores era algo aburrida pero guardo un buen recuerdo de ella. En resumen, mi infancia fue muy agradable y mis recuerdos son buenos. Pero todo cambió cuando murió mi padre.

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