Nadie ve a Dios. Nadie sabe demostrar la existencia de Dios
de la misma manera que se demuestra la existencia de los átomos, de las
estrellas gigantes, etc..Dios es algo que alcanzamos en primer lugar como un
sentir, como una fuerte sensación subjetiva, íntima; una relación a nivel
espiritual en la que por un lado está nuestra conciencia, nuestra voz propia o
identidad personal; y, por otro esa ineludible sensación de que todo el
universo donde nos movemos y somos tiene un sentido; es un universo sustentado
por un ser que a veces nos llama desde las lejanías cósmicas en forma de una
entrañable nostalgia gnóstica, pero que otras veces es lo próximo, lo
cotidiano, los prosaicos rostros de nuestros vecinos, la gente de la calle,
nuestro trabajo, etc. Dios es infinitamente lejano, pero también, en ocasiones,
ineludiblemente presente en nuestra vida corriente. Otras muchas veces se nos
olvida su existencia y parece que el mundo se torna absurdo, confuso, despiadado.
La gente, a veces, nos resulta aburrida, reducida a una masa que se mueve por
egoísmos y miedos manipulables; una historia que a veces es más una pesadilla
que un devenir con horizontes de esperanza; una sociedad obsesionada con sus
preocupaciones económicas, sus frustrantes enredos políticos. Todo prosaico,
tan prosaico.
Y, en este olvido de Dios, nuestro yo se desconcierta, se
siente atrevido e insolente para crear sus propias ficciones, sus propios
apegos ideológicos, sus propios cortes de manga a todo el orden establecido, tanto
divino como humano. Nos hacemos dioses y sentimos el orgullo y regocijo de
nuestra insondable soledad; pero pronto se agota ese entusiasmo y todo ello
puede devenir en simple angustia, ansiedad, y deseo de pactar cuanto antes con
la realidad en sus propios términos de trabajo, de diversión, de ordinarias
preocupaciones. Y entonces también retornamos a Dios. Volvemos de alguna manera
a sentir su presencia como una profunda sensación que nos devuelve el sentido,
el valor moral de nuestras acciones y elecciones. Se restablece la relación y
el diálogo con lo divino. Se restablece
el sentido de lo sagrado, y retorna esa seguridad y confianza que siempre está
ahí disponible como un trasfondo; “the ground of being” como decía Paul
Tillich.
Pero el dilema que tenemos los creyentes problemáticos que
nos vemos arrebatados con facilidad a las fronteras existenciales, es nuestra
difícil integración a una comunidad de iglesia-sinagoga, o una viable relación con la
revelación del Libro, las Escrituras. Nuestra experiencia de Dios quiere
abarcar el mundo en su totalidad, nada ha de quedar fuera de Dios y entonces
tenemos la sensación de que la Iglesia, la Sinagoga, engloba a todo el mundo y es en ese
mundo donde hay que actuar con un fuerte sentido moral, con fuertes
convicciones espirituales que en última instancia encontramos en la Biblia,
pero al margen de cualquier interpretación particular, sectaria, exclusivista.
Nada de los humano nos es ajeno: cultura, política, economía, arte, educación,
etc., todo ello resulta creativo cuando lo reinterpretamos bajo la luz de la
fe. Estamos en el mundo aunque no nos dejamos absorber por esa fatal inmanencia
que nos imposibilita oír a Dios como trasfondo. La Biblia entonces es un texto
que se abre a los infinitos textos que continuamente se producen en las
conciencias humanas.
Pero por otro lado sentimos la nostalgia de la pequeña
comunidad refugiada en su exclusivismo, en su literalismo bíblico; en su fuerte
división del mundo como el Egipto de los antiguos hebreos inmerso en su
idolatría, sus falsos dioses, su condenable inmoralidad. La Iglesia, la Sinagoga, la
comunidad de creyentes viviendo como una gran familia que espera el fin de los
tiempo bajo la sabia interpretación de unas escrituras que son inerrables en
cuanto que hablan de una historia sagrada real y objetiva que no podemos
cuestionar. El mundo ahí fuera en el caos. Nosotros los creyentes refugiados en
nuestras iglesias locales al calor de la Biblia.
Este es el dilema. Queda por saber ¿por qué surge la fe en
unas personas y no en otras? ¿Por qué unos nos vemos inmersos en la viva
existencia de Dios y otros no? ¿Por qué unos musulmanes y otros budistas o
judíos? No tenemos explicación. Lo que sí podemos decir es que hay un trasfondo
de experiencia profunda subjetiva en la fe que la razón no alcanza a explicar.
A veces pensamos que la fe más que un objeto de aprehensión racional o
afectivo, es más un milagro que acontece y una vez que acontece es ya
irresistible a lo largo de toda la vida. Para nosotros no hay conflicto entre
razón y fe. No lo puede haber. La fe escapa a toda razón, a todo intento de
reducción; en ese sentido se puede decir que la fe es absolutamente irracional
en cuanto que es inalcanzable con la razón. Pero la razón y ciencia pueden ser
perfectamente asumibles por la fe. Bajo el punto de vista de la razón son
imposibles los milagros o la demostración de la existencia de una
trascendencia; y, eso es absolutamente cierto bajo un punto de vista racional y
ningún creyente debería objetar nada al conocimiento científico en cuanto tal,
dentro de sus paradigmas, pero la fe se mueve en otro lenguaje religioso,
mito-poético, donde la trascendencia es posible, donde Dios es vida y afecto. En
nuestro caso la ciencia, la razón y la fe se complementan con absoluto respeto
y sin ningún tipo de conflicto.