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jueves, 19 de abril de 2012

UN DÍA EN LA FRONTERA MEXICANA-TEXANA: VISITA A MATAMOROS

Fuimos a Matamoros a comer enchiladas y fajitas al otro lado del Río Grande. Éramos Víctor el mexicano de Ciudad Juárez y yo. Cruzamos el puente entre Gringolandia y Chingaméxico, cruzamos el centro de Matamoros y acabamos aparcando en una calle estrecha formada de casitas de planta baja. Allí había una especie de tasca que la llevaba “un jotito” como decía Víctor, o sea, un maricón-gay; pero según Víctor allí se comían las enchiladas y fajitas más ricas de la frontera. Y así era. Comimos hasta hartarnos y lo acompañamos de varios botellines de Tecate. Luego fuimos a visitar unas colonias de obreros de las maquiladoras que trabajaban a lo largo de toda la frontera. Las maquiladoras eran fábricas auxiliares de las grandes multinacionales que aprovechando que la frontera estaba ahí y; con la frontera, pues había toneladas de mano de obra barata que se pondrían sin ningún problema ni reparo a trabajar de sol a sol para fabricar piezas o componentes en serie para las grandes fábricas del lado gringo. Víctor tenía que recoger no sé qué información para un trabajo de sociología de la Universidad de Texas donde Víctor estaba haciendo su doctorado sobre la vida laboral de la frontera, y, por lo tanto fuimos a entrevistar gente que vivían en dichas colonias de viviendas.

Las viviendas eran edificios un tanto sucios, descuidados, con escaleras interiores que comunicaban las diferentes plantas con galerías en forma de balcón que daban a un gran patio interior donde había chiquillos jugando y ruidos y voces y algún perro ladrando y viejos sentados platicando con la cabeza cubierta con sombreros de ala ancha. Subimos un piso y Víctor llamó a una casa. De allí salió una chica que ya conocía a Víctor y nos invitó a pasar. La casa estaba llena de gente de todas las edades y la chica nos hizo un hueco en una sala de estar con la tele puesta. El trasfondo de toda aquella escena era el continuo sonido de cumbias y rancheras que salían por cualquier radio-casete a todo volumen. Y si no era en las casas, pues eran los carros por las calles. El caso era que siempre sonaba esa música en cualquier sitio de México donde uno estuviera.

La chica le contó a Víctor las malditas condiciones de trabajo en las maquiladoras y las enfermedades que contraían. Una de ellas era un tipo de reumatismo que les atacaba las manos y ella misma padecía esa enfermedad que la inhabilitaba para trabajar durante días, pero como no había bajas por enfermedad pues la situación era aguantar en casa sin cobrar y luego volver a que la contrataran o algo por el estilo. Había intentos de sindicalizarse y reclamar derechos laborales y compensaciones, pero la chica decía que era un asunto de “la chingada”. Luego llamó a otras personas y allí nos contaban más abusos y más penas y aquello resultaba triste y la casa era triste y el edificio también y además era un día de esos de nubes bajas del Golfo de México con un calor húmedo del infierno que contribuía a vivir los relatos de la semiesclavitud de las maquilas con más depresión y tristeza. Víctor tomó sus apuntes. Grabó con la grabadora y nos fuimos de vuelta al paso fronterizo cruzando de nuevo Matamoros.

Pero pasar esta vez resultó difícil. La Migra nos hizo todo tipo de preguntas. Miró mi tarjeta verde de una y mil maneras. Me hicieron un pequeño interrogatorio. Llamaron al director del high school de Santa Rosa para comprobar que yo trabajaba allí. Al final y después de más de una hora nos dejaron pasar. Al otro lado de Matamoros está Brownsville y luego se coge la autopista en paralelo al Río Grande y se llega a Harlingen. Allí vivía yo.

1 comentario:

  1. ¿Qué bien se expresa el ambiente fronterizo. Se puede sentir su pesado calor, ver su grisura, oler su comida, oír su música. Lleno de sensualidad y crítica social

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