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lunes, 6 de mayo de 2013

AGÁRRESE A LA REALIDAD ANTES DE QUE DEJE DE SERLO

Mientras pasaba la voluminosa aspiradora por la moqueta verde creyó ver una figura
escondiéndose entre la ropa colgada en los percheros de exposición de la sección de señoras. Paró la máquina un instante y miró hacia donde creía haber visto la figura o silueta. No veía nada. Pero no estaba conforme. En aquel momento era el único que hacía limpieza en aquellos grandes almacenes con el abultado aparato rodante. Nadie solía ponerse a jugar al escondite a hora tan intempestiva de madrugada. Así que fue hacia los percheros y efectivamente alguien, al verse sorprendido, salía corriendo y se perdía por la oscuridad de los pasillos embaldosados. Pudo ver una figura pequeña de estatura y cubierta por una especie de albornoz blanco. Se quedó perplejo. Era evidente que alguien había logrado burlar la última revisión de seguridad la noche anterior y había pasado la noche oculto en cualquier probador o durmiendo entre los percheros.
Sin pensarlo más se dirigió hacia la oscuridad del pasillo no sin cierto temor. Ese alguien podría ser peligroso; o quizás pudiera haber más personas con él o ella. Intentaría mirar. Penetraría la oscuridad nada más que unos metros. Y así lo hizo.

— ¿Hay alguien ahí?—, gritó un par de veces. Luego fue el silencio total. Un silencio que le hizo estremecer por un momento. Llamaría a seguridad cuanto antes. Pero cuando daba la vuelta alguien lo llamó por su nombre. Fue como un susurro. Un susurro que le hizo sentir un fuerte escalofrío. Se paró en seco.
—Rick. Estoy aquí. He venido a verte. — El susurro parecía surgir de detrás de un mostrador apenas perceptible.
—No puedo creer que seas tú. Tú ya no eres nadie. No puedes estar ahí porque no eres nadie.
—Rick, tienes que venir conmigo; deja esa puñetera máquina y ven conmigo.
—Tú no eres más que una ilusión en mi cabeza. He soñado contigo muchas veces. A veces te has aparecido como una especie de ángel capaz de sacarme de los atolladeros; pero otras has sido mi peor pesadilla.
—Rick, déjate de tonterías y ven conmigo. Si te acercas más podrás verme y tocarme.
Rick se fue acercando hacia la silueta ya más visible del mostrador. Estaba temblando. Tocó el mostrador y se quedó quieto. Unos metros más allá seguía dominando la oscuridad. Cerró los ojos y se concentró con fuerza. Tenía que ser valiente. Era el momento de poder demostrase a sí mismo que las personas ahí afuera siempre son de carne y hueso; como sus compañeros de trabajo, como la gente normal de la calle. Si ella era real entonces era el momento de saberlo.
Dio un par de pasos sigilosamente y entonces sintió cómo alguien le cogía la mano. Era una mano suave, pero extrañamente fría. Un frío que se fue apoderando de todo su cuerpo hasta reducirlo a un manojo de convulsiones. La cabeza se le iba, no podía controlarla.

Mr. Patterson, el supervisor, encendió las poderosas luces de neón. Había creído oír algo así como susurros
y pasos. Era imposible que alguien anduviera por la planta principal cuando aun no había entrado el personal de limpieza por la puerta de servicio. Era casi imposible que alguien antes del cierre del día anterior se hubiera quedado escondido en ningún rincón, pues la última revisión de seguridad era exhaustiva. No obstante haría el recorrido preceptivo en estos casos previo aviso a seguridad. Las luces eran potentes. Potentes luces de neón que no permitían la proyección de ninguna sombra; de ningún pliegue y repliegue de mínima oscuridad. La claridad y transparencia eran absolutas. Mr. Patterson, sin embargo, estaba casi seguro de haber oído extraños susurros en la oscuridad; quizás hasta haber visto y sentido algo; pero ante aquella extraordinaria transparencia en un espacio de perfecto orden era imposible que eso sucediera. Así que todo lo achacó a las pastillas que le había dado a tomar el Dr. Gimatti para vencer sus continuos delirios y obsesiones desde que vivía solo después de haber fallecido su mujer.

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