A mediados de los años sesenta había una atmósfera de futuro esperanzador, de promesas que podían pasar a ser realidad, de música rock que anunciaba una nueva era. Los hermanos Burno y Kermo eran jóvenes que empezaban a trabajar en fábricas en la ciudad industrial costera de Pilesma. Los dos empezaban a buscar un sentido en esa nueva época de apertura hacia lo nuevo. Si bien era verdad que la dictadura de Franco seguía vigente, sin embargo ya se podían leer libros en otra época prohibidos por la Iglesia; ya se podía vislumbrar una forma de pensar diferente a la de sus padres.
Un día Kermo trajo una biblia protestante a casa y dijo que empezaba a asistir a una iglesia evangélica de la ciudad. La reacción de Burno fue de sorpresa. Cómo era posible que Kermo se metiera en ese rollo religioso cuando era tan evidente que Dios no existía. A partir de ahí empezaron a discutir sobre el tema en la misma habitación donde dormían. Uno desde una cama y leyendo al lado izquierdo de la mesita trataba de demostrar que el cristianismo era otra cosa diferente a lo que decía la iglesia Católica. Y el otro desde el lado derecho decía que eso de la Biblia eran respetables leyendas que nos afectaban de alguna manera, pero que no las podía tomar en serio. Kermo insistía en su creencia y subrayaba su biblia. Era evidente que había encontrado su camino y le gustaba asistir a la iglesia evangélica. Burno, sin embargo, no se acababa de creer que eso fuera verdad y empezó entonces a atacar las ideas de Kermo con fuerza y vigor racional. Los dos hermanos vivían en un barrio obrero de la ciudad y seguían trabajando en fábricas y ganando su sueldo que entregaban en casa y sus padres observaban la polémica no precisamente desde un espacio neutral. Que Kermo se hiciera protestante no dejaba de ser una rareza en una familia que se creía de izquierdas, con fuerte componente de fóbico ateismo anticatólico que en realidad incluía a todo el cristianismo. Así que Kermo empezó a sentir la manifiesta hostilidad de sus padres que también coincidían con Burno en el sinsentido y su supuesta insensatez de hacerse cristiano. Eso de escoger ser protestante era una estupidez de chaval inmaduro que había que quitárselo de la cabeza cuanto antes.
Burno compró libros sobre la evolución, sobre Freud, sobre palenteología, antropología, sobre filosofía atea, etc. Y Kermo seguía leyendo libros evangélicos y subrayando su biblia de pastas rojas y asistiendo a los cultos. Pero la guerra estaba declarada y entonces todas las noches antes de dormir Burno atacaba con fuerza con sus argumentos recién leídos del último libro adquirido. La Biblia era una patraña de fanáticos. Una falsa ilusión como decía Freud. Una leyenda sobre el hombre que para nada estaba de acuerdo con los descubrimientos científicos de la evolución y entonces Kermo tenía que darse cuenta de ello porque era la verdad, la evidencia. Lo otro era fanatismo, ilusión, mentira; una fijación neurótica que también lo decía Freud en aquellos libros de Alianza Editorial titulados Totem y Tabú, la Interpretación de los Sueños, El Porvenir de una Ilusión, Etiología de las Neurosis, etc. O si no Robert Audrey en Génesis en África también hablaba de la evolución que se podía seguir con los australopitecus descubiertos por Louis Leakey y posteriormente su hijo Richard en el valle de Olduvai en Kenia. Qué decir de aquellos pequeños volúmenes de bolsillo titulados Un Siglo Después de Darwin con excelentes estudios sobre la evolución. También llegaron Schopenhauer y Nietzsche y todas las noches había discusión y engarzamiento y Kelmo seguía apegado a su fe aunque con otro oído escuchaba y sopesaba.
Pero en aquella época la tolerancia no era muy habitual. Kelmo no tenía ningún derecho creer en aquello que la familia rechazaba de plano. Y, lo que en un principio podía haberse tolerado sin problemas y dejar que las cosas fluyeran a su manera, pues no fue así. Al declararse la guerra al fanatismo religiosos de Kelmo pues las cosas se empezaron a distorsionar y las tintas a cargarse y Kelmo que por otra parte trabajaba y se veía con derecho a enfocar su vida como a él le gustaba y no como era el deseo de su familia, pues se negaba a abandonar su fe. Peor todavía, la persecución reforzaba su militancia en la iglesia evangélica. Extraña familia no obstante tocada también de cierta rareza cogénita. Hubo hasta violencia en aquella casa. La biblia de pastas negras salía volando por el pasillo para acabar en el suelo, etc. Todo se complicaba con oscuras obsesiones, temores procedentes de un pasado familiar que seguía proyectando su sombra, interpretaciones impulsadas por la inestabilidad emocional de una familia donde dos jóvenes crecían de modos diferentes. En realidad todo empezaba a cambiar y había ansiedades y miedos que había que encauzar de maneras diferentes a como sus padres lo habían venido haciendo desde otras épocas más oscuras. No era la época—eso fue algo más tarde— del miedo a las sectas religiosas y sus lavados de cerebro. Era la intransigencia pura y dura con una experiencia que no se sabía qué hacer. También era verdad que la iglesia evangélica a la que asistía Kermo no era precisamente una iglesia de tolerancia, sino más bien de protestantismo integrista. Kelmo pocos años más tarde tuvo también que romper con la cerrazón fundamentalista y buscarse un compromiso con el mundo y la sociedad que no fue nada fácil. Los años de discusión con Burno le habían dado cierta destreza crítica y un no despreciable bagaje cultural que luego aumentó por su cuenta con sus estudios y lecturas. Kermo muchos años más tarde echaba de menos aquellos años a pesar de todo. La biblioteca de casa había aumentado en aquellos años con nuevos libros. Dedicaban los dos hermanos un dinero para comprar aquellos títulos sugestivos que luego abarcó la política, la contracultura, etc. Kelmo leía después de todo aquello que Burno le sugería y las cosas se apaciguaron a medida que se iban haciendo más mayores y maduros.
Y así fue la historia de Kermo y Burno. Seguro que habrá en este mundo muchas historias parecidas inscritas en la memoria del universo.