Si miramos por la ventana de los posaderos podremos ver la parte de atrás de la casa de los abuelos. Y lo que vemos son las casuchas y los espacios traseros entre la calle de la actual calle Montaner de la Bancada y la calle Antonio Caramaño. Pero la vista sigue por los tejados de Nolan hasta pegar con el monte en dirección sudoeste; y si seguimos mirando monte arriba podemos, curiosamente, ver las aldeas de La Morquina, Panroxu, La Aracena, Les Rampes y la Peña el Carbán. Cuando era uno de los nietinos de Emeterio y Carmela y me asomaba a una de las ventanas traseras de la buhardilla podía ver la casa de Les Rampes donde había nacido mi padre. Era una casa que desde lejos aun se podía ver una ventana pintada con el recuadro de la pared pintado de azul claro. Esa casa ya no existe. Mi padre me solía decir, “ahí nací yo.” Las ventanas traseras daban directamente al tejado y era posible salir y pasear por el tejado. Yo lo había hecho más de una vez sin percance alguno. El mundo de La Bancada era muy diferente al de la Alquería o el barrio de La Carbonera. Parece mentira que desde un barrio a otro de Nolan las diferencias en cuanto tonalidad emocional o de sensibilidad pueda ser tan diferente; pero quizás lo que más desplaza los afectos emocionales o la sensibilidad, es la gente; las personas. Efectivamente, no era lo mismo mi abuela Maite que Carmela. Mi abuela Maite la de la Alquería era una mujer de cuerpo ancho, de una tez rosácea y gestos nerviosos. Maite era de un carácter más expresivo, más directo, más observador y con un claro sentido de autoridad y cariño hacia nosotros, “los hijos de Ofelia”. Mi abuela Maite era una segunda madre para mí y, cuando estaba en la casa de La Alquería era como estar en casa. Pero los Maldonado eran de carácter nervioso y emocional y solían mostrar los momentos de rabia y frustración de forma palpable; así que cuando hacía algo que no debía podía haber un azote en el culete y algún mochicón, sin dar más explicaciones. Maite procedía de una familia vasca de cuatro hermanas (Marta, Flona, Agustina y otra asesinada por los falangistas durante la guerra) y dos hermanos (Barcino y Carlos), que anteriormente habían vivido en Tomela de Luanes y en Santa Ruma de Mieres en un mundo relacionado con el ferrocarril.
La abuela Carmela era una mujer de carácter bonachón, que solo sabía darnos el parabién; a veces con bizcochos y vino sansón cuando nos dejábamos caer mi hermano y yo por allí los domingos para recibir “les pesetines”. Era inimaginable que Carmela nos pegare. Su naturaleza era de una bondad rayana en una blandura poco apropiada para el control de unos chiquillos que tuvieran que estar a su cuidado. Le faltaba el carácter para decir no con convencimiento y firmeza y entonces cuando la bondad fallaba no tenía más recursos que el distanciamiento o una ligera indiferencia hacia los críos. Hubo un verano en el verano del 63, cuando tenía ya casi trece años, que por razones que no vienen a cuento ahora, tuve que pasar una semana con ella cuando ya era viuda; y, me di cuenta que su bondad podía ser sobrepasada con facilidad por mis caprichos; o sea, cualquier nieto podría haberse aprovechado de su carácter débil para conseguir lo que quería; pero Carmela, llegado a ese momento, sabía también cómo distanciarse discretamente y dejar que el tiempo pasara. Yo creía detectar en ella un mundo propio con su orgullo secreto que era incapaz de manifestar, pero que a veces esa mirada flotante de ojos azules parecía dirigirse a un pasado habitado por dos hijas muertas: una, de muy niña, debido a las fiebres, y, otra de veinte, Camila, muerta de tristeza por un desengaño amoroso. Sí, Carmela tenía su mundo propio con el que a veces mantenía conversación en el silencio de su humilde cocina, no solo con Emeterio; sino también con las crías alegres y juguetonas en otra época. Yo la oía muchas veces susurrar consigo misma cuando pretendía estar jugando en una de las habitaciones. Carmela procedía de la casería de Arcame en Luanco. En su familia había una hermana monja dominica, Isaura, y un hermano, Germán, dedicado a la casería hasta su muerte en 1959.
Mis dos abuelos eran también dos mundos aparte. Emeterio era de origen castellano y había sido pastor de ovejas durante su dura infancia. Contaba en ocasiones cómo una vez durante una tormenta en el monte de la comarca de Tierra de Campos, tuvo que resguardarse en un establo con parte de las ovejas. En un momento y, como si de una aparición diabólica se tratase, una centella entró en el establo, dio vueltas por el interior y cuando se cansó de ver las ovejas y al pobre Emeterio medio hambriento y tan pequeño de estatura; sintió compasión y se fue por una ventana. Emeterio de mozo se fue a trabajar a Asturias y consiguió trabajo en la construcción del puerto de Luanco. Allí conoció a Carmela y luego se fueron a vivir a las aldeas alrededor de Nolan, donde había trabajo en la mina, para posteriormente y de modo definitivo instalarse en la Bancada. Poco fue el trato que tuvimos con él; y, considerando que en Asturias el centro de la familia era siempre la familia de la madre, el trato había sido siempre el que permitían las vistas cortas de los fines de semana. Era bonachón con los nietos, nos dejaba jugar con una baraja que guardaba en casa, y en otras ocasiones, tendríamos que haber ido al chigre para hablar con él. Isaac sin embargo era un hombre sobrio, metódico; no bebía más que agua; era parco en palabras y su temprana infancia había tenido lugar en Ribadesella mirando al mar. Tenía, que yo supiera, una hermana viviendo en Madrid, pero de esa hermana ya he hablado en mis escritos de La Colonia. El mundo de La Bancada nos conectaba con Campomanes y Saltiello por una parte, pero por otra era en Luanco donde teníamos una tía y, adonde así mismo fue a vivir más tarde el tío Luis, el hermano mayor de mi padre. En Saltiello o vivía el tío Miguel.
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