Encontré este
documento escrito con letras góticas dentro de un libro viejo sobre divulgación
científica que estaba en uno de los rincones más alejados de la sección de
libros raros de la Menphistes Grand Library, de la gran ciudad de Hjkplkg. Me
puse a leerlo y quedé desconcertado. Decía así:
“Me apasionaba la ciencia. Era magnífico leer los grandes
descubrimientos físicos, los grandes descubrimientos astronómicos. Ver cómo la
razón a través de la investigación y la intuición llegaban a desentrañar
verdades sobre el funcionamiento de la naturaleza. La ciencia requería pasos
seguros, certezas probadas; y sobre todo la gran satisfacción de estar en la única
verdad posible, demostrable y trasparente para todo ser humano que quisiera
conocerla.
“Poco a poco me di cuenta que tan solo éramos máquinas sincrónicas.
El cerebro humano, él mismo producto de la naturaleza; buscaba llegar a una
perfecta sincronía con su exterioridad, hasta hacerlo funcionar como una manejable
identidad. Éramos simples máquinas biológicas en proceso de autodescubrimiento.
“Por eso edifiqué mi ética en la simple precisión de la razón
científica. Me deshice de las emociones a base de enfriarlas, de no darles
alimento vano; de entenderlas como simple energía descontrolada buscando ser
encauzada de un modo seguro, disciplinado, objetivo, real. Las religiones y sus
substitutos ideológicos de tipo político ya habían perdido jurisdicción en mi
conciencia: las ilusiones vanas seguían ahí como tumores de la conciencia que
solo esperan la muerte para desaparecer de una vez y por todas.
“Considerado el universo en su absoluta impersonalidad; en
su infinita objetividad y realidad, llegaba a ser un universo maravilloso.
“Yo, Sedrukmer, vivía esa absoluta soledad maquínica y era
el hombre más feliz del mundo.”
Discretamente metí el
documento en mi bolsillo y salí de la biblioteca. Por fin había encontrado la
verdad que tanto ansiaba.
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