Nunca salía el sol en el verde país de Bhulwep. Todos los días
llovía y los cielos eran grises encapotados. Los inviernos eran duros y la
nieve nos cubría hasta las orejas. Y así siglos y siglos; muchos siglos. Los
habitantes de Bhulwep nos habíamos acostumbrado a vivir en esa permanente
penumbra. Nuestro carácter era también gris y melancólico.
Nuestras leyendas nos hablaban de aquellos días pasados
cuando la bola de fuego llamada sol alumbraba nuestros territorios, pero un día
por orden de los dioses del Consejo de Malkut, el sol dejó de brillar y la
penumbra nos cubrió. Nos había caído la maldición por nuestros males y
extravíos. Y así por siglos y siglos hasta que la amargura más negra nos fue minando
el carácter y vida social. El pueblo del país de Bhulwep se moría de tristeza y
amargura.
Pero un día salió el sol.
Un día salió el sol y nadie sabía cómo reaccionar, nadie sabía
qué hacer. Las leyendas milenarias hablaban de la bola de fuego llamada sol,
pero ya nadie sabía cómo recibirlo. De repente, el cielo se hizo azul y el sol
se hizo rey del universo. Pero a medida que tratábamos de mirar y recibirle con
nuestros débiles ojos su luz nos fue cegando uno a uno.
El sol había salido con toda su potencia, pero ahora éramos
todos ciegos en el país de Bhulwep.
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